Daniel Freidemberg
(Resistencia, 1945)
El entierro de los muertos (segunda parte), de Thomas Stearns Eliot
Es, como se ve, la segunda de las cinco partes que componen “El entierro de los muertos”, a su vez primera de las cinco secciones de La tierra baldía, de T.S. Eliot (sigo utilizando ese título para la traducción de The Waste Land, en vez de La tierra yerma, El páramo o algún otro de los varios que se propusieron, porque es el que más se acerca, me parece, a la variedad de connotaciones que tiene el título en inglés, o quizá simplemente porque así me quedó grabado en la mente). No sería exactamente un poema pero tiene una unidad que lo hace recortarse nítidamente en el conjunto del texto, y bien creo que puede considerarse a La tierra baldía como un gran poema compuesto de varios poemas que en su mayor parte también contienen poemas (de hecho, algo así intenté en mi último libro). Y si tanto me importa, es sobre todo por las cinco primeras líneas, aunque también las cuatro últimas siguen estremeciéndome cada vez que las leo, y ni hablar del conjunto, de principio a fin.
Esa frase, “un montón de imágenes rotas donde el sol bate” fue para mí encontrar una clave, algo que me abrió la cabeza y me permitió vislumbrar caminos en varios planos, y en especial para pensar a la poesía y a mi escritura. Estaba en plena elaboración de mi segundo libro, Diario en la crisis, en los últimos años de la última dictadura, pero decir “elaboración” es excesivo: trataba apenas de apuntar lo que pudiera encontrar que tuviera alguna significación para mí, en medio de la carencia de palabras y de posibilidades de alguna “visión poética” en que vivía, como si el mundo fuera precisamente una tierra baldía o yerma. Y sucedió que me encargaron para una revista española una de las consabidas notas sobre “poesía argentina actual” (creo ahora recordar que me la encargó Beatriz Sarlo) y, mientras la iba pensando, me encontré con “El entierro de los muertos”, en la versión de Agustí Bartra, en una brevísima antología de poesía del siglo XX publicada por el Centro Editor de América Latina.
Ya lo había leído, pero al reencontrarlo descubrí, en esas primeras cuatro líneas, lo que necesitaba para la nota: ahí, en un mundo hecho de desperdicios, restos, residuos de algo que fue otra cosa, endurecidos ya y mudos, como de piedra, ¿cómo podía saber uno qué puede arraigar o crecer? ¿qué podía uno realmente conocer de todo eso? Y algo, sin embargo, estaba, sí, ante mí, y de eso tal vez podíamos dar cuenta en nuestros poemas: no el mundo, porque el mundo se había hecho pedazos, sino imágenes del mundo, apenas imágenes, con lo que las imágenes tienen de irreductible, pero a su vez imágenes rotas, ya que no había manera de completar una imagen de nada, y sobre esas imágenes, en medio de la aridez de un gran campo sembrado de residuos, batía indiferente y espléndida la luz del sol de siempre, el del mundo real, indiferente, poniendo todo eso a la vista.
Eso era lo que estábamos escribiendo, pensé entonces, y en base a esa idea elaboré aquel artículo que ya no sé a dónde fue a parar. Hoy no podría volver a decirlo, pero sí, en todo caso, sé que eso era lo que escribía yo. Eso es Diario en la crisis y esa es la base a partir de la cual escribí toda la poesía que produje desde entonces. Al fin y al cabo, el título de En la resaca, mi último libro, surge de un poema que incluí en Lo espeso real en el que miro al mundo como si todas las cosas fueran resaca depositada antes mis ojos al retirarse por un rato el mar del tiempo. Aprender a mirar: no puedo dejar de hablar, una y otra vez, de lo mismo. Así creo que lo sigo mirando al mundo, no siempre, sino cuando consigo apartarme de los vientos de la urgencia o de las visiones consensuadas, para tratar de apreciar algo, y no está nada mal. El sol bate sobre las cosas aunque no sepamos qué son, pero algo son, y eso ya es mucho.
La tierra baldía
El entierro de los muertos
II
¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen
en estos pétreos desperdicios? Oh hijo del hombre,
no puedes decirlo ni adivinarlo; tú sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol bate,
y el árbol muerto no cobija, el grillo no consuela
y la piedra seca no da agua rumorosa. Sólo
hay sombra bajo esta roca roja
(ven a cobijarte bajo la sombra de esta roca roja),
y te enseñaré algo que no es
ni la sombra tuya que te sigue por la mañana
ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro;
te mostraré el miedo en un puñado de polvo.
T. S. Eliot (St. Louis, 1888-Londres, 1965)
Versión de Agustí Bartra
Si se le robara a Eliot su "roca roja", ¿delito, sería?, ¿delirio -que es el lapsus que borré pero antes escribí-? Mucha rrrr. Pero, "roca roja"!!!
ResponderBorraresas imágenes de desolación, esas ausencias espirituales necesarias para el hombre, aparecen trémulas en la denuncia de esta poesía que tan bien supo expresar la soledad del hombre frente a la indiferencia del otro, de los otros , de la violencia que se emplea en pos de vaporosos ideales de bien y de justicia.
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