lunes, enero 15, 2007

Lo cursi

Un comentario al poema de Magrelli publicado más abajo menciona el temor a la cursilería. Aunque no la define, una nota que encontré (sin demasiado trabajo, confieso) con Google desarrolla una explicación social y cultural interesante, aunque no totalmente satisfactoria. Copio el comienzo de la nota; la figura de la que se habla resume, no sé si involuntariamente, la argumentación que le sigue, puesta en boca de un caballero del que poco sabemos, incluso si existe. Abajo, el link para ver la nota completa.



Consideraciones sobre lo cursi



La dama, muy enojada, pero muy bella a pesar del enojo, declaró su indignación cuando alguien dijo en la tertulia donde se hallaba, que la novela de Félix B. Caignet, El derecho de nacer, era, ciertamente, un monumento de cursilería.
—¿De manera —dijo con los labios temblorosos— que todos los que oímos embelesados la radiodifusión de esa novela, somos cursis?
Se produjo un silencio muy difícil. Una respuesta afirmativa resultaba poco galante. Y, bien observada la dama, además de su victoriosa belleza, no tenía sobre sí nada que delatara sus íntimas y secretas conexiones con la cursilería. El traje era sobrio y elegante y los ademanes sencillos y desenvueltos. Una ligera exageración en el trazo oblicuo de las cejas, buscaba darle al rostro una reminiscencia mongólica levemente inquietante, y por ahí, como perdido en el oleaje del pecho, zozobraba un prendedor que no era una joya sino una imitación de joya, demasiado esplendorosa para ser verdadera. Salvo esa forzosa concesión económica a la producción en serie, una línea general de elegancia y de buen tono rodeaba a la dama. Además, su conversación no era completamente descabellada. Decía, claro está, una inacabable serie de futilidades, pero las decía con tanta convicción, con tanto desgaste de energía vital, que tomaban súbitamente una coloración artificial pero encantadora de verdades. Algo, tal vez mucho, de la gracia animal, por completo biológica, de su calidad de hembra bella, trascendía a sus palabras. Si no se hubiera suscitado un tema de conversación tan peligroso como el de la novela de Caignet, probablemente esta mujer colombiana no habría sido contradicha en sus opiniones. Era un gusto verla y oírla decir deliciosas tonterías. Pero su apasionado fervor sentimental e intelectual por Caignet sobrepasaba la medida de sus seducciones. Y podía tomarse en realidad como un abuso de poder.


Hernando Téllez
(Colombia, 1908-1966)

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