sábado, mayo 07, 2022

Bertolt Brecht / De "Poemas y canciones", 4



Las muletas

Durante siete años no pude dar un paso. 
Cuando fui al gran médico,
me preguntó: "¿Por qué llevas muletas?"
Y yo le dije: "Porque estoy tullido".
"No es extraño", me dijo.
"Prueba a caminar. Son esos trastos 
los que te impiden andar.
¡Anda, atrévete, arrástrate a cuatro patas!"
Riendo como un monstruo,
me quitó mis hermosas muletas,
las rompió en mis espaldas y, sin dejar de reír, 
las arrojó al fuego.
Ahora estoy curado. Ando. 
Me curó una carcajada.
Tan sólo a veces, cuando veo palos, 
camino algo peor por unas horas.


Cuatro invitaciones a un hombre 
llegadas desde distintos sitios 
en tiempos distintos

1
Ésta es tu casa.
Puedes poner aquí tus cosas. 
Coloca los muebles a tu gusto. 
Pide lo que necesites.
Ahí está la llave. Quédate aquí.

Éste es el aposento para todos nosotros. 
Para ti hay un cuarto con una cama. 
Puedes echarnos una mano en los campos. 
Tendrás tu propio plato.
Quédate con nosotros.

3
Aquí puedes dormir.
La cama aún está fresca, 
sólo la ocupó un hombre. 
Si eres delicado,
enjuaga la cuchara de estaño en ese cubo 
y quedará como nueva.
Quédate confiado con nosotros.

4
Éste es el cuarto.
Date prisa; si quieres, puedes quedarte 
toda la noche, pero se paga aparte.
Yo no te molestaré
y, además, no estoy enferma.
Aquí estás tan a salvo como en cualquier otro sitio. 
Puedes quedarte aquí, por lo tanto.
                                                                            (1926, del Libro de lectura para los
                                                                                        habitantes de las ciudades)



Canción de los poetas líricos
(Cuando, en el primer tercio del siglo xx, 
no se pagaba ya nada por las poesías.)

Esto que vais a leer está en verso. 
Lo digo porque acaso no sabéis ya lo que es un verso ni un poeta. 
En verdad, no os portasteis muy bien con nosotros.

¿No habéis notado nada? ¿Nada tenéis que preguntar? 
¿No observasteis que nadie publicaba ya versos?
¿Y sabéis la razón? Os la voy a decir: 
Antes, los versos se leían y pagaban.

Nadie paga ya nada por la poesía.
Por eso hoy no se escribe. Los poetas preguntan: 
"¿Quién la lee?" Mas también se preguntan: 
     "¿Quién la paga?"
Si no pagan, no escriben. A tal situación los habéis reducido.
Pero ¿por qué?, se pregunta el poeta. ¿Qué falta he cometido? 
¿No hice siempre lo que me exigían los que me pagaban? 
¿Acaso no he cumplido mis promesas?
Y oigo decir a los que pintan cuadros

que ya no se compra ninguno. Y los cuadros también 
fueron siempre aduladores; hoy yacen en el desván... 
¿Qué tenéis contra nosotros? ¿Por qué no queréis pagar? 
Leemos que os hacéis cada día más ricos...

¿Acaso no os cantamos, cuando teníamos
el estómago lleno, todo lo que disfrutabais en la tierra? 
Así lo disfrutabais otra vez: la carne de vuestras mujeres, 
la melancolía del otoño, el arroyo, sus aguas bajo la luna...

Y el dulzor de vuestras frutas. El rumor de la hoja al caer. 
Y de nuevo la carne de vuestras mujeres. Y lo invisible 
sobre vosotros. Y hasta el recuerdo del polvo
en que os habéis de transformar al final.

Pero no es sólo esto lo que pagabais gustosos. Lo que 
     escribíamos
sobre aquellos que no se sientan como vosotros en sillas de oro, 
también nos lo pagabais siempre. ¡Cuántas lágrimas 
     enjugamos!
¡Cuántas veces consolamos a quienes vosotros heríais!
Mucho hemos trabajado para vosotros. jamás nos negamos. 
Siempre nos sometimos. Lo más que decíamos era "¡Pagadlo!" 
¡Cuántos crímenes hemos cometido así por vosotros! 
     ¡Cuántos crímenes!
¡Y siempre nos conformábamos con las sobras de 
     vuestra comida!

Ay, ante vuestros carros hundidos en sangre y porquería 
nosotros siempre uncimos nuestras grandes palabras. 
A vuestro corral de matanzas le llamamos "campo 
     del honor",
y "hermanos de labios largos" a vuestros cañones.

En los papeles que pedían impuestos para vosotros 
hemos pintado los cuadros más maravillosos.
Y declamando nuestros cantos ardientes 
siempre os volvieron a pagar los impuestos.

Hemos estudiado y mezclado las palabras como drogas, 
aplicando tan sólo las mejores, las más fuertes. 
Quienes las tomaron de nosotros, se las tragaron,
y se entregaron a vuestras manos como corderos.

A vosotros os hemos comparado sólo con aquello que 
     os placía.
En general, con los que fueron también celebrados 
     injustamente
por quienes les calificaban de mecenas sin tener nada 
     caliente en el estómago.
Y furiosamente perseguimos a vuestros enemigos con 
     poesías como puñales.

¿Por qué, de pronto, dejáis de visitar nuestros mercados? 
¡No tardéis tanto en comer! ¡Se nos enfrían las sobras! 
¿Por qué no nos hacéis más encargos? ¿Ni un cuadro? 
     ¿Ni una loa siquiera?
¿Es que os creéis agradables tal como sois?

¡Tened cuidado! ¡No podéis prescindir de nosotros! 
Ojalá supiéramos cómo atraer
vuestra mirada hacia nosotros!
Creednos, señores: hoy seríamos más baratos.
Pero no podemos regalarles nuestros cuadros y versos.

Cuando empecé a escribir esto que leéis -¿lo estáis 
     leyendo?-
me propuse que todos los versos rimaran.
Pero el trabajo me parecía excesivo, lo confieso a disgusto, 
y pensé: ¿Quién me lo pagará? Decidí dejarlo.

                                                                                            (1931)

Bertolt Brecht, (Augsburgo, Alemania, 1898-Berlín, 1956), "De 1926 a1933", Poemas y canciones, Alianza Editorial, Madrid, 1975
Versiones de Jesús López Pacheco y Vicente Romano


Foto: Bertolt Brecht testificando ante el Comité de Asuntos Antiamericanos de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, 1947 Leonard Mccombe/LIFE/Getty Images

No hay comentarios.:

Publicar un comentario