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Mi abuela materna nació en Pabeda,
que en ruso significa “victoria”.
No terminó el colegio. Trabajó en el campo,
vivía de la tierra y amaba a los animales.
Mi abuelo paterno fue soldado en la Segunda Guerra.
Durante la invasión nazi a Bielorrusia
quemaron 9097 pueblos.
Unos soldados tatuaron en sus brazos
naipes, cigarrillos, mujeres semidesnudas,
la palabra “casa”.
Los abuelos de Catalina también fueron a la guerra.
Sobrevivieron. Dmitri perdió un ojo.
Anna nunca habló de lo que perdió.
Le pregunté a mamá qué sabía de sus suegros.
Casi nada, nuestro árbol genealógico
es un árbol podado.
Mi abuela materna fue enviada
a un campo de trabajo forzado.
Tenía las manos diminutas.
Estatura baja.
La confundían con una niña.
La esposa de un nazi se apiadó de ella:
A ésta no se la daremos a los cerdos.
De mi abuelo materno no sé nada.
Se fue cuando mamá cumplió tres años,
antes le regaló una muñeca.
El padrastro apareció
unos años después.
Construía cabañas de día
y de noche tomaba vodka.
Una vez llevó a mamá al bosque
para que la comieran los lobos.
Intentó matarla tres veces.
Natalia Litvinova (Gómel, Bielorrusia, 1986), La nostalgia es un sello ardiente, Llantén, Buenos Aires, 2020
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