En Wallisellen parecía que se había derrumbado el cielo
y había una grúa en la estación
que no lograba levantarlo.
En Dübendorf ya había puro campo.
Sin vacas.
Puro cuervo.
En Schwerzenbach, el guarda.
Está en primera –dijo– y su boleto
no sirve, es de segunda.
Cambié de coche. Y ya era Nanikon
-Greifensee, ciudad esta última donde, después de ser tomada,
el 27 de mayo de 1444
decapitaron a todos sus defensores, excepto a dos,
porque la ejecución masiva es siempre cruel e injusta.
En Uster cabeceé.
Aathal tiene un museo para los dinosaurios.
Y en Wetzikon hay un sitio prehistórico
y el desempleo supera el 2%.
Así se llega a Hinwil, que no es nada.
Apenas hay un pueblo perdido al pie de las montañas.
o en todo caso es final de un recorrido
que alumbran tenuemente las luces de estación.
Hacía frío y entonces esperé. No vino nadie.
[inédito]
Jorge Fondebrider (Buenos Aires, 1956)
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