Hay lo que hay, y es todo:
un hotel en Santa Ana, Uruguay,
con el Río de la Plata sin lodo -lo esencial
es que haya playa y árboles y plantas,
más pájaros que cantan-. Casi solas
miramos las olas que el viento sur levanta. Nada hay,
ningún quehacer salvo mirar, ver
y ponerle apellido a cada cosa, por no saber
cómo se llama: arbusto de jardín o pajarito
de pecho anaranjado. Y para leer, si caminamos
sólo están los nombres de las casas
-De enero a enero, Rincón soleado-,
la patente de un auto que pasa
y la caprichosa signatura
de alguna nube oscura que inventa un contraluz.
Eso, o en tu caso, entregarse a Proust,
flotar a la deriva en agua extraordinaria,
precaria y transitoria aunque segura
-la historia de la literatura-
y cruzarse a otra orilla desde ésta,
perfumada de eucaliptus y de gramilla verde
recién cortada, y hacerse vieja en otra parte
donde lo que se pierde acaba por ser
pura ganancia.
Mirta Rosenberg (Rosario, Argentina, 1951-Buenos Aires, 2019), "Lugares amenos, 1", Cuaderno de oficio, Bajo la Luna, Buenos Aires, 2016
AH! qué maravilla haber conservado esa serenidad que nombra un pajarito por el color de su pecho, una casa por elnombre que dice en la puerta... Qué maravilla es alguien que se asombra y reconoce el mundo en el que está inserto y de pronto, se deja flotar " en agua extraordinaria , precaria y transitoria aunque segura" ....... y hacerse vieja en otra parte". Alguien que obtiene la paz que trasuntan sus líneas y se mantiene viva. También es maravillosa.
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