sábado, febrero 21, 2015

Alberto Girri / De "Elegías italianas", 4











Sperlonga

es
una corrupción del latín spelunca,
significa cueva, caverna,
cavidad natural
entre el mar y la montaña,
refugio
de los que traían y llevaban
las guerras, la política,
las religiones extrañas,
las intrigas por celos,
el oprobio
de arrastrar una figura
alta en exceso, un rostro
manchado rabiosamente.

Estaba allí, en la entrada,
como un estandarte,
y a la luz de la luna
lo miré en sus ojos
olvidándome del lado negro
de Suetonio,
y comprendí
que no era un muerto que volvía,
sino un destino, su parte
en el drama del mundo condenado,
y mi corazón oyó
la voz quejosa del chacal
hablándole a las rocas, el eco
de veinte centurias:
"El enigma
no soy yo, Tiberio, tercer César,
autoridad legítima y universal
y padre infeliz, asesino
del hijo y del adoptivo,
es la tumba
que increpa desde el Este,
abierta por Pilatos, mi vicario,
abierta todavía".

Ay, siquiera con un ademán
debí retenerlo,
pero no me moví, amanecía
sobre Sperlonga, la memoria
recomenzaba su fluir
devorando a los sobrevivientes,
y quise ocultarme del tiempo,
de la tenacidad del arqueólogo
que chapotea,
que arranca a las verdes aguas
la cabeza barbada de Ulises,
pedazos de Ganimedes,
y dormité
hasta encontrar en sueños
el fondo de la gruta,
una toga fosforescente,
una inscripción
no descifrada por los buzos.
AVE CRUX SANCTA.

Alberto Girri (Buenos Aires, 1919-1991), Elegías italianas, Editorial Sur, Buenos Aires, 1962

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