lunes, agosto 24, 2009

Alberto Girri / De "Elegías italianas",1


MEMORATO

Villa Borghese

Octubre, árida ya la tibieza.

Y el contacto visual,
la sensación táctil,
concentrados,
unificados en las hojas,
y la mano, diestra,
la que sabe y avanza mejor,
eligiendo
con la avidez de un pájaro
aquellas de tono aún verde
(signo del agua,
conjuro
contra lo agresivo del amor),
hasta separarlas totalmente
de las amarillas, nervaduras,
materia sin sol
como hebras de una soga
para la tentación más recóndita,
una horca que huela a tierra.

En el montón de desechos,
insípida ofrenda, otoño que vuelve,
hoy habremos transferido,
delegado al mundo vegetal
nuestros padeceres:
los que se aman se aman sin reservas
cuando franquean el paso
de lo natural a lo simbólico.


INSCRIPCIONES

¿Sabéis de otro?

¿Sabéis de otro
tan capaz
de sostenerse y afirmarse
sobre toda excelencia,
sobre los que poseían
lo que yo no tuve,
desde una lengua,
aguzada
carcoma de los huesos,
arma
y pequeño miembro
de elocuencia y vejación
desenmascarando
al trepador de la gloria,
al Alighieri,
astuto nacido para frustrarme
con su verso inconmovible?

¿Conocéis
quién mejor que yo,
Cecco Angiolieri,
toscano de Siena,
inconformista,
pudiera envidiar
la plenitud de haber dicho
io venni in luogo d'ogni luce molto?

Sabríais
de mi color lívido,
cara de penitencia,
color
de las sombras de cosidos ojos
fraternizando en el Pugatorio.


San Agustín hubiera visto en mí

San Agustín hubiera visto en mí
al hurgador de la antigüedad,
el erudito embrollón
digno de ser anatemizado
por humillarse
persiguiendo elogios,
laureles en el Capitolio,
recompensas
que otorgan príncipes y cortes;

Shakespeare
no vio más que mi obra -su inspiración-,
pues para este bárbaro
los hombres no importan,
mueren,
pasan y mueren
y los gusanos tienen que comerlos,
aunque no de amor.

Tú, alma ambiciosa,
mira mejor, con total simpleza,
piénsame
ajeno al estímulo del rétor,
ajeno a los lamentos
que ante el tribunal de la Razón depuse
por agravios de Amor,
detenido
en aquel Viernes Santo de 1327
en Santa Clara, en Aviñón, *
por el repentino milagro
y la singular aventura de la vida
llenando los atrios, el paisaje,
las nacientes flores
bajo Su pie desechas.

* Fue en la iglesia de Santa Clara, en Aviñón, el 6 de abril de 1327, donde Francesco Petrarca dice haber visto por primera vez a Laura -probablemente la hija del caballero Audibert de Noves, casada con el conde Hugues de Sade- y se enamoró de ella para siempre.

Alberto Girri (Buenos Aires, 1919-1991), Elegías italianas, editorial Sur, Buenos Aires, 1962

Ilustración: retrato de Laura Noves, Biblioteca Medicea Laurenziana, Florencia

1 comentario:

  1. Eduardo Alvarez Tuñón dijo: Queremos mucho a Girri, pero qué mal suena "...erudito embrollón digno de ser anatemizado...". Creo que todo poema debe poseer aunque sea una pizca de canción.

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