viernes, agosto 07, 2009

José Watanabe / Tres poemas


Free run
En medio de la limpia llanura, el cerro.
Sus enormes volutas de piedras encimadas
parecen hervores del infierno.

Llego hasta él
por una senda de cabras. Vengo a ver
sus petroglifos, esa persistencia del hombre en la piedra.

De pronto, precediendo una estela de polvo,
llega una camioneta
inexplicable en estos lugares desolados.
Todo empieza a ser insólito: dos muchachos,
como apariciones, bajan en pantaloneras
y comienzan a trepar ágilmente el cerro. Al parecer
sólo los mueve la alegría de sus musculos.

Saltan de una saliente de piedra a otra,
a las sucesivas otras, la escala
de su alegría. Pienso
en la difícil armonía entre el obstáculo y el cuerpo,
tal el diestro frente al toro
o el poeta frente al poema: se muere
por la disonancia de un pie en falso.

Los muchachos desaparecen en las alturas.
Yo permanezco feliz
en mi lenta esfera
donde respirar es una acción tan intensa
como el impulso
de cualquier bella máquina en movimiento.


El pan

Perdonen que lo diga sin pudor,
pero mi madre y yo vivíamos en un pueblo
de hambrunas.
Las carencias
nos llevaban a todos a una especie de inocencia,
a un vivir
en el centro puro de nosotros mismos.
Así es cuando ya no queda nada, salvo
la postura orgullosa de mi madre
que dormía como saciada.

Cada cierto tiempo pasaban profetas
que repetían monsergas en nombre de un dios
prometedor, pero cruel.
Ninguno trajo lluvia sobre los campos yermos
ni hizo el milagro de una simple lechuga.

Una tarde se asomó a nuestra puerta
un extranjero de mirada llameante, otro agorero,
pero no supimos quién ardía en él, si su dios o su demonio.
Dijo llamarse Elías y tenía gran hambre como nosotros.
Se quedó mirando a mi madre
que en la artesa mezclaba un puñado de harina Santa Rosa
con una cucharada de manteca sin nombre.
Estoy haciendo un pan para mi hijo y yo. Lo comeremos
y después, con la dignidad de los pobres satisfechos,
nos moriremos de hambre, dijo mi madre
en Reyes 17:12


Vivero
La luz del sol atraviesa las cañas de la ramada
y cae moteada
sobre los helechos muertos.

Más allá la luz es atmósfera. Aquí
es una lluvia de círculos intensos
que se hunden
entre el humus y las plantas pútridas.

Amo esa luz
porque es el albor enterrado y fértil
que tiene toda serena corrupción.

José Watanabe (Laredo, 1945-Lima, 2007), La piedra alada, Pre-Textos y Bajo la Luna, Buenos Aires, 2009

Foto: Watanabe El País, Madrid

3 comentarios:

  1. Digno heredero de Vallejo. Cómo de la carencia, se puede seguir escribiendo altísima poesía. Todo lo que se pueda decir de Watanabe es poco. Extraordinario. Gracias, Jorge.

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  2. Watanabe llega a ser sublime, por momentos. Muy bueno.

    Abrazos.

    Gio.

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