jueves, enero 17, 2008

Breve antología de poesía escatológica


Este cíclope

[A Don Luis de Góngora]

Este cíclope, no siciliano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;

este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;

el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;

éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.

Francisco de Quevedo, Poemas satríricos y burlescos. Edición y prólogo de José Manuel Blecua. Llibres de Sinera, Barcelona, 1970.


La Desesperación

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.
Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

Atribuido a José de Espronceda (Almendralejo, 1808-Madrid, 1842)


Una carroña

Recuerde aquel objeto que vimos, alma mía,
esa bella mañana de verano tan dulce:
a la vuelta de un sendero una carroña infame
sobre un lecho sembrado de guijarros.

Las piernas al desnudo, como lúbrica mujer,
ardiente y exudando su veneno,
de manera descuidada y cínica abría
su vientre lleno de exhalaciones.

El sol brillaba sobre esta podredumbre,
como si quisiera cocerla a punto,
y a la gran Naturaleza dar por centuplicado
todo lo que ella había reunido en un conjunto.

Y, como una flor al abrirse,
al cielo miraba la soberbia carcasa.
El hedor era tan fuerte que sobre la hierba
usted sintió que se desmayaba.

Las moscas zumbaban sobre ese vientre pútrido,
de donde salían negros batallones
de larvas, que chorreaban como un líquido espeso
a lo largo de esos vivientes harapos.

Todo eso descendía, subía como una ola
o se lanzaba burbujeante.
Se hubiera dicho que el cuerpo, inflado por un soplo vago,
vivía al multiplicarse.

Y ese mundo producía una música extraña,
como el agua que corre y el viento,
o el grano que, con rítmico movimiento, un cribador
en su criba da vuelta y agita.

Las formas se borraban y no eran más que un sueño,
un esbozo demorado en llegar
a la tela olvidada, y que el artista completa
sólo con su recuerdo.

Detrás de las rocas una perra inquieta
nos miraba con ojos enfadados
espiando el momento de volver a tomar del esqueleto
el pedazo que había soltado.

-¡Y sin embargo se parecerá usted a esta basura,
a esta horrible infección,
estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,
usted, mi ángel y mi pasión!

¡Sí! así será usted, oh, mi reina de las gracias,
luego de los últimos sacramentos,
cuando, bajo la hierba y las floraciones jugosas,
vaya a enmohecerse entre las osamentas.

¡Entonces, oh mi bella, dígales a los gusanos,
que la comerán a besos,
que yo he guardado la forma y la esencia divina
de mis amores descompuestos!

Charles Baudelaire (París, 1821-1867), Las flores del mal,1857,1861. Versión: Mauli.


Ciclo

El molar solitario de una ninfa
muerta no identificada
tenía un arreglo de oro.
Los demás se habían marchado como a una cita furtiva.
El sirvecadáveres se lo arrancó a golpes
lo empeñó, y se fue p`al baile.
Total, dijo sólo el polvo ha de volver al polvo...

Gottfried Benn (Mansfeld, 1886-Berlín, 1956). De Morgue (publicado en 1912). Trad. Susana Romano aquí


Soneto a tus vísceras

Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus extremas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.

Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.

Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.

Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas.

Baldomero Fernández Moreno (Buenos Aires, 1886-1950), Antología poética argentina, de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, 1953.


Fecal

A Doña Margarita Michelena

Tanta cosa como estudian, y nadie se interroga
por la mierda de los seres mitológicos.
¿Era ancha plasta la del Minotauro?
¿boñigo ovoide la de la Quimera?
¿Eran mixtas, acuosas, blancuzcas, como de ave
las deyecciones de la Hidra? ¿especialmente pestalocis
las de la Esfinge? ¿Fue estreñida Escila?
¿Qué aclarar, al respecto, de Tifón?
–si Nonno nos lo pinta melómano, entre otras cosas,
informa muy poco acerca de sus aguas mayores.

Fuentes, las eternas, los vasos, las inscripciones,
/la colección Teubener
y hay otras. Que perforar tarjetas. Paralelamente
convendría establecer el corpus de los coprolitos
encontrados en la cuencia mediterránea,
Asia Menor, el Euxino y aun Panticapea, por si acaso.
Ir, cada mañana, del manoseo respetuoso
al banco de datos, y viceversa.
Llevar un cedazo de Boas en la canana
y mientras no se vea claro, buscarle funciones inéditas
con entremeses, postres y otros materiales no procesados.

Diréis, congéneres, lo que a mi juicio ocurrió
(y si los resultados de las investigaciones
/computadorizadas discrepan,
peor para las investigaciones computadorizadas):
los excrementos de cada uno de aquellos
entes abonaron sendas parcelas del escribir clásico,
géneros nuevos brotaron en suelos feraces
diferencialmente, y así tuvimos tragedia y comedia,
épica y lírica, historia, elocuencia,
más la filosofía, cosecha inexhaurible.
Olfateando las clámides a distintos estilistas
–como esos conocedores que huelen los corchos del coñac–
podría conjeturarse, apostar.
–Ego, inquit, poeta sum...

Gerardo Deniz (Madrid, 1934), Erdera, Fondo de Cultura Económica, México, 2005

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