jueves, agosto 15, 2024

Alicia Silva Rey / De "La casa"



LA CASA

La medianera como tope del camino de lajas. Alta, blanca, lisa. Se puso de espaldas a la pared, como si primero hubiera tenido que alzarse desde los talones, apoyando luego las plantas de los pies y finalmente las puntas de los dedos en un movimiento que se le antojaba contrario al de la danza, opuesto al equilibrio, deseado. 
Realizó luego la inflexión contraria, puntas, plantas, talones.
La puntada en los huesos, reminiscencia de la infección. 
Palpó con la palma de las manos, la nuca, las pantorrillas, su textura  como si se tratara de un señuelo de otras cosas, “materiales”, se dijo que pensaría, “otras cosas materiales”, como si ningún significante hubiera estado en condiciones de definir aquello para lo cual la textura de la pared se comportaba como señuelo; “materiales” era aludir a la condición de lo viviente pero en su carácter de opaco real impenetrable. 
Opaco real impenetrable, “material”. Como aquello que se permuta por las monedas del sueño, como lo que del sueño no se permuta por nada que no sea esa cosa definitiva “opaca real impenetrable”.
Giró sobre su cuerpo, su casa. Su cuerpo su casa. Su cuerpo su caza. 
Posó la superficie entera de ese cuerpo sobre la pared, ya de espaldas a la casa a la cual, con solo darse vuelta o retroceder desde donde se había posicionado, podía darle alcance.
De espaldas a la verdadera  casa – sujeto- de- la- cosa- material- opaca -impenetrable que tironeaba desde ella hacia ella. 
Si se desprende si 
retoma el camino de lajas si 
abre la puerta cerrada y 
pasa 
al  otro lado 
que la aguarda 
en su concreta causa de imposibilidad –no, no a las alegorías, nada de fábulas-.
El aire cavando el interior de la piedra. El lento estallarse de la piedra en miríadas de partículas pero sin modificaciones externas o visibles; piedra en trance.
Luego cosería con mano impropia aquellas prendas desgarradas. La costura debía corregir y aún reponer las partes ausentes.  Cortar, hundir, coincidir, traspasar. A mano alzada, toda aguja, con pequeñísimas puntadas, lo perdido reaparecía a causa de su costura invisible. La tela de reposición, idéntica  a la que ya no estaba, copiaba y remedaba a la auténtica. Como si estuviera recordando al revés. Alzó la cabeza, la ventana aún conservaba sus colgajos de niebla que no tardaría en evaporar. Como ciertas sustancias de la materia, en su  propio vapor, el  mar sublima. Cosería hasta alcanzar la perfección.

*

AGOSTO, 2014.

Ahí están los benteveos llamando a uno de sus hijitos que ha caído del nido.
La peripecia que sigue es: el pichoncito, de manera proporcionalmente directa a sus fuerzas y plumón, terminará escondido detrás del macetero del helecho más grande. Finalmente, habrá que ir haciéndolo escalar paulatinamente las distintas alturas de los diversos objetos que vayan acercándolo al techo o a algún árbol próximo desde donde los padres puedan remontarlo.
Esto puede durar de uno a tres días.
Si no lo logra, lo sabremos porque, en algún momento de esos tres días, los padres cesarán su llamado. Si lo logra, también voy a saberlo porque la insistencia se multiplicará y no solo los padres llamarán y revolotearán hasta guiar al caído a lugar seguro. Así sucede en la naturaleza. Nadie llora ni se rasga la piel ni pierde su tiempo en lamentaciones. Lo que se llama júbilo.

Alicia Silva Rey (Quilmes, Argentina, 1950), La casa, inédito

---
Foto: Alicia Silva Rey / Facebook

No hay comentarios.:

Publicar un comentario