lunes, mayo 20, 2024

Osvaldo Aguirre / De "Vendaval"




El trasplante

De la casa familiar
con diez habitaciones,
vitrales en una sala
que se encendían
al atardecer,
del patio, la quinta,
el camino bajo las casuarinas,
guardé un poco de tierra
curtida por las heladas
en una linda maceta
con una planta
cuya especie ignoraba.
No era un lirio rojo,
como pensé en un momento
de entusiasmo,
porque dicen que el lirio rojo
favorece el amor
y la seducción,
sino una clivia
de hojas ásperas y esbeltas.
Diosa de la intemperie,
sé que aguanta
la falta de agua,
la soledad y el silencio
porque cada vez
que volvía de viaje
la encontraba de pie,
en el balcón
de un departamento
céntrico, a solas.
Ahora se la doy
a mi hijo,
para que la riegue
como conviene,
la ponga al sol
y espere, al final
del invierno,
su flor,
como una miniatura
de un mundo
que se perdió.


La herencia

El viaje fue cansador
y la medicación
previa al desayuno
la dejaba abombada
un buen rato,              
pero estuvo orientada
en tiempo y espacio
y tenía una expresión
de indiferencia,
como si no valiera la pena
fastidiarse con las personas
que la sometían a ese ajetreo, 
como si los camilleros
fueran sus pajes
y la ambulancia un trineo
real. Directo al quirófano
fue la orden del cirujano.
Ahora descansa en el cuarto
donde la recibí, perdida
por la anestesia,
por el estrés de la situación.
Nada que no sea normal.
Pero me reprocha
la demora en llegar
al hospital, y esa queja
se mezcla con la historia
de una mujer
que le revuelve la ropa
y la acusa de robarle
un interesado
en la colación de grado
del magisterio, en el Normal
de San Nicolás, cincuenta,
sesenta años atrás.
La enfermera no se da cuenta
o es cómplice, y ella insiste
con que la desconocida
le recrimina, la insulta,
y es una injusticia,
hasta que se olvida
y trata de dormir.
Me quedo a su lado
con la televisión encendida
y la cena que no ha probado.
Soy su heredero y tengo
una forma parecida de mirar
el mundo y el mismo orgullo
de una memoria intacta,
sin llegar al delirio. Por ahora.
Por ahora. Me reconozco
en esa mujer incapaz de moverse,
de hacer sola lo más mínimo,
ofendida por el trato que recibe,
y sé que heredar
es contraer una deuda
antes que suceder a alguien
o parecerse más o menos.
Un ruido la sobresalta,
está segura de lo que tiene
ante la vista desde la cama,     
pero no sabe cómo interpretar
lo que sospecha más allá.
¿Es aquella mujer que atraviesa
el salón hecha una furia,  
el escándalo de la graduación?
Le parece que viene la lluvia
y presta atención, le parece
que se levanta viento,
le parece que cae piedra
y se preocupa
como si estuviera
en el campo y la ventana
con rejas diera al patio
de rosas y azucenas,
como si aquello no fuera
tiempo pasado. Allá vamos,
ella con sus fantasmas
y yo con mi legado.


El día de Santa Rosa

La bandada hizo un alto
a un lado de la huella.
Qué sé yo de dónde,
cómo saber: de pasada
al potrero, por los últimos
fardos, ese fuego removía
el pasto muerto del invierno
y corría como centella
en la línea del alambrado.
Y no era la brisa,
no, esa caricia en el aire, 
sino la conversación
de éste con aquel, del otro
con su vecino y así.
Paraban por el descanso
y el repaso del traje carbón,
digo yo. O sería cosa
del día de Santa Rosa,
un olvido del agua
al disparar con el viento.
O la primera visita
de la primavera que viene:
sería, no soy adivino.
Hasta el toro aberdin angus,
lo más arisco que se ha visto,
se arrimó a preguntar
por los pechos colorados.
Al volver, bajo el cielo
plomizo, no sé hacia dónde, 
pero ni en los brazos del ceibo,
ni en la tierra escarchada:
el viento que desflecaba
las casuarinas, un silbido
como de alguien que llamara
cada vez más a la distancia
y enseguida, para donde
uno pusiera el oído,
el silencio,
    nada más que el silencio.


Osvaldo Aguirre (Colón, Buenos Aires, Argentina, 1964)

Vendaval
,
Mar del Plata, 2023










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Imagen: Osvaldo Aguirre, sobre una foto de Clara Muschietti. Planeta de Libros

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