lunes, mayo 22, 2023

Sebastian Matthews / Cuarteto de barbería, East Village Grille




Cuarteto de barbería*, East Village Grille 

En el ruido típico de la hora del almuerzo suben cuatro
voces impecables fundidas en una, flotando
entre un zumbido leve y una vibración, como el sonido
de un tren que retumba bajo el estruendo del tráfico.
Los hombres están encorvados sobre la mesa de un reservado,
son un círculo ígneo de pocillos y puños relajados, 
inclinados en torno de la cosa que súbitamente late convocada
desde el interior de este corazón de cuatro 
cámaras. Había traído a Avery en un antojo, pedí quesadillas, 
aros de cebolla y una leche para chicos con tres sorbetes.
Ya estamos en la mitad del almuerzo, servilletas extra
y toallitas para la capa de grasa que tenemos en la cara
y las manos, como el sudor de pleno verano. Y porque
estamos felices, sumidos en los pequeños placeres de padre 
e hijo, al principio las voces parecen venir desde adentro 
de nosotros. ¿Quién es ese chico que canta?, pregunta Avery, que no puede 
ver a estos hombres, sumidos en su actuación. Lo dejo 
seguir mirando, cautivado. Y cuando nadie presta 
atención, dejo el tenedor y tomo la mano de mi hijo
y juntos nos sumergimos en la canción. O tal vez la canción
se vierte en nosotros, y somos nosotros los que rebosan con ella.

 * Los cuartetos de barbería eran coros de cuatro voces a capella que actuaban en barberías de Estados Unidos -lugares de encuentro social masculino- durante el siglo XIX y comienzos del XX, para entretener a clientes y vecinos. Más tarde se extendieron a otros lugares de actuación, como restaurantes, conservando el nombre. (N. del T.)

Sebastian Matthews (Estados Unidos, 1965; vive en North Carolina), We Generous, Red Hen Press, 2007
Versión de Roberto Guareschi



 
Barbershop Quartet, East Village Grille 

Inside the standard lunch hour din they rise, four 
seamless voices fused into one, floating somewhere 
between a low hum and a vibration, like the sound 
of a train rumbling beneath noisy traffic. 
The men are hunched around a booth table, 
a fire circle of coffee cups and loose fists, leaning in 
around the thing they are summoning forth 
from inside this suddenly beating four-chambered 
heart. I've taken Avery out on a whim, ordered quesadillas 
and onion rings, a kiddy milk with three straws. 
We're already deep in the meal, extra napkins 
and wipes for the grease coating our faces 
and hands like mid-summer sweat. And because 
we're happy, lost in the small pleasures of father 
and son, at first their voices seem to come from inside 
us. Who's that boy singing? Avery asks, unable 
to see these men wrapped in their act. I let him 
keep looking, rapt. And when no one is paying 
attention, I put down my fork and take my boy's hand, 
and together we dive into the song. Or maybe it pours 
into us, and we're the ones brimming with it. 

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