martes, marzo 22, 2016

Francisco Gandolfo / De "Presencia del secreto"














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El cuerpo puede ser poseído, pero el secreto no. Todo cuerpo sugiere y oculta un secreto inviolable.


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Es más, supongamos que el secreto con forma de mujer está en un país lejano donde, para conocerlo, hay que irse a vivir allá. El problema del traslado, el desarraigo de un ambiente y la adaptación al nuevo; la búsqueda del secreto a través de la elección de una mujer, requieren la decisión de entregarse con amor y amargura a la vaga posibilidad de encontrar lo que se busca para nada, es decir, para que esa nada sea el inexplicable secreto que une el cuerpo de un hombre al cuerpo de una mujer.


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Por negarse a revelar el secreto, fue condenado a trabajos forzados en la fábrica de balas de cañón de un país despótico y guerrero. Transportaba la carcasa de una granada de 15,5 cuando lo paró el déspota que estaba a cargo de hacer cumplir las condenas. Tuvo que explicarle que llevaba esa pieza al taller para calibrarla y medir su volumen. No era verdad: dentro de la granada él puso su secreto, que era de paz. Cuando en una prueba su bala no explotó, la desenterraron y nadie se animó a desrenroscarle la espoleta para saber por qué había fallado. Lo hizo el tirano, cuya valentía carecía de secretos. Tampoco nadie más que él se animó a realizar una conexión bajo el agua, y nunca se supo quién le dio corriente. Lo sacaron del agua encogido y negro, como un objeto humano cuya edad antropológica habría que analizar.

Francisco Gandolfo (Hernando, Argentina, 1921-Rosario, Argentina, 2008), Presencia del secreto, El Lagrimal Trifurca, Rosario, 1987

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