Debe cambiar
I
El viejo serafín, en un plato dorado entre violetas,
inhalaba el olor asignado, mientras las palomas
se levantaban como fantasmas de cronologías.
Las chicas italianas llevaban junquillos en el pelo
y esto vio el serafín, y lo había visto mucho tiempo antes,
en las vinchas de las madres, lo volvería a ver.
Las abejas se acercaban con estruendo como si nunca se hubieran ido,
como si los jacintos jamás se hubieran ido. Hablamos
de estos cambios y de aquellos. Así las constantes
violetas, palomas, chicas, abejas y jacintos
son objetos inconstantes de causa inconstante
en un universo inconstante. Esto significa que
el azul noche es una cosa inconstante. El serafín
es sátiro en Saturno, según piensa.
Quiere decir que el disgusto que sentimos por esta escena marchita
es que no ha cambiado lo suficiente. Permanece,
es una repetición. Las abejas se acercan con estruendo
como si— las palomas aletean en el aire.
Un perfume erótico, mitad del cuerpo, mitad
de un ácido evidente que seguro es lo que desean
y la floración es contundente, no se quiebra en sutilezas.
II
El Presidente ordena a la abeja que sea
inmortal. El Presidente ordena. Pero ¿acaso
el cuerpo levanta su pesada ala, sube
otra vez, un ser infatigable, se eleva sobre
el arrogante antagonista
para repetir monótonamente las inmaduras frases de su juventud?
¿Por qué habría la abeja de recuperar una mistificación perdida,
encontrar un eco profundo en una campanilla y zumbar
el insondable trofeo, nuevo áspid después del viejo?
El Presidente tiene manzanas sobre la mesa
y sirvientes descalzos a su alrededor, que acomodan
las cortinas en una t metafísica
y las banderas de la nación ondulan, estallando
en los mástiles con un fulgor rojiazul, golpeando
los cabos. ¿Por qué, entonces, cuando la primavera diluye
los restos del invierno en furia dorada, por qué habría
de ser una cuestión de retorno o
de muerte en la memoria de un sueño? ¿Acaso la primavera es sueño?
Este calor es, al fin, la realización de su amor para los amantes
este principio, no la reanudación, este
estruendo de la abeja recién llegada.
III
La gran estatua del general Du Puy
descansaba inmóvil, aunque los catafalcos vecinos
aburría como ostras a los habitantes de tan noble lugar.
La mano derecha del caballo levantada
sugería que en el entierro
la música se detuvo y el caballo se quedó quieto.
Los domingos, los abogados, en sus paseos,
se acercaron a está efigie sólidamente realzada
para estudiar el pasado, y los médicos, habiéndose bañado
con esmero, buscaron en la figura inerme
una suspensión, una permanencia, tan rígida
que hacía que el General pareciera algo absurdo,
trocada su carne en bronce inhumano.
Nunca había existido, nunca pudo existir, un hombre
así. Los abogados descreyeron, los médicos
dijeron que como ornamento ilustre, de primera,
como escenario para los geranios, el General,
la misma plaza Du Puy, de hecho, pertenecían
a nuestros más rudimentarios estados mentales.
Nada había ocurrido porque nada había cambiado.
Entonces, al final, el General era basura.
IV
Dos cosas de naturaleza contraria parecen depender
una de la otra, así como el hombre depende
de una mujer, día y noche, lo imaginado
de lo real. Este es el principio del cambio.
Invierno y primavera, fríos copuladores, se abrazan
y así llegan los pormenores del éxtasis.
La música cae en el silencio como un sentido,
una pasión que sentimos y no comprendemos.
Mañana y tarde se entrelazan
y el norte y el sur son una pareja intrínseca
y el sol y la lluvia la pluralidad, como dos amantes
que se alejan como uno en el conjunto verde.
En la soledad las trompetas de la soledad
no pertenecen a otra resonante soledad;
una pequeña cuerda habla para una multitud de voces.
El participante participa de aquello que lo transforma.
El niño que toca asimila el carácter de la cosa,
del cuerpo, que toca. El capitán y sus hombres
son uno y el marinero y el mar son uno.
Sigamos, oh mi compañero, mi amigo, yo mismo,
hermana y consuelo, hermano y gozo.
V
En una isla azul en aguas anchas como el cielo
los naranjos silvestres siguieron floreciendo y soportando,
mucho tiempo después de la muerte del colono. Sobrevivieron unas pocas limas,
donde la casa se derrumbó, tres árboles enclenques
cargados con verde enmarañado. Estos eran los turquesas del colono
y sus manchas naranjas. Estas eran sus zonas verdes,
un verde cocido más verde bajo el más verde sol.
Estas eran sus playas, sus cálamos en
la arena blanca, su correteo en las largas salpicaduras del mar.
Había una isla más allá donde él descansaba,
una isla al sur, en la que se apoyaba como
una montaña, una piña incisiva como el verano cubano.
Y allí, allí, las bananas frescas crecieron,
colgando pesadas del gran plátano,
que perfora las nubes y dobla el mundo a la mitad.
A menudo pensaba en la tierra de la que provenía,
cómo el mundo entero era un melón, rosado
si se lo mira con cuidado y aun posiblemente rojo.
Un hombre simple bajo una luz negativa
no podría haber soportado su trabajo ni morir
suspirando porque debió haber dejado el tañido del banjo.
Wallace Stevens (Reading, Pennsylvania, 1879 - Hartford, Connecticut, 1955),
Notes Towards a Supreme Fiction, 1942
Versión de Silvia Camerotto
It Must Change
I /The old seraph, parcel-gilded, among violets /Inhaled the appointed odor, while the doves /Rose up like phantoms from chronologies. /The Italian girls wore jonquils in their hair /And these the seraph saw, had seen long since, /In the bandeaux of the mothers, would see again. /The bees came booming as if they had never gone, /As if hyacinths had never gone. We say /This changes and that changes. Thus the constant /Violets, doves, girls, bees and hyacinths /Are inconstant objects of inconstant cause /In a universe of inconstancy. This means /Night-blue is an inconstant thing. The seraph /Is satyr in Saturn, according to his thoughts. /It means the distaste we feel for this withered scene /Is that it has not changed enough. It remains, /It is a repetition. The bees come booming /As if–The pigeons clatter in the air. /An erotic perfume, half of the body, half /Of an obvious acid is sure what it intends /And the blooming is blunt, not broken in subtleties. //II /The President ordains the bee to be /Immortal. The President ordains. But does /The body lift its heavy wing, take up /Again, an inexhaustible being, rise /Over the loftiest antagonist /To drone the green phrases of its juvenal? /Why should the bee recapture a lost blague, /Find a deep echo in a horn and buzz /The bottomless trophy, new hornsman after old? /The President has apples on the table /And barefoot servants round him, who adjust /The curtains to a metaphysical t /And the banners of the nation flutter, burst /On the flag-poles in a red-blue dazzle, whack /At the halyards. Why, then, when in golden fury /Spring vanishes the scraps of winter, why /Should there be a question of returning or /Of death in memory’s dream? Is spring a sleep? /This warmth is for lovers at last accomplishing /Their love, this beginning, not resuming, this /Booming and booming of the new-come bee. //III /The great statue of the General Du Puy /Rested immobile, though neighboring catfalques /Bore off the residents of its noble place. /The right, uplifted foreleg of the horse /Suggested that, at the final funeral, /The music halted and the horse stood still. /On Sundays, lawyers in their promenades /Approached this strongly-heightened effigy /To study the past, and doctors, having bathed /Themselves with care, sought out the nerveless frame /Of a suspension, a permanence, so rigid /That it made the General a bit absurd, /Changed his true flesh to an inhuman bronze. /There never had been, never could be, such /A man. The lawyers disbelieved, the doctors /Said that as keen, illustrious ornament, /As a setting for geraniums, the General, /The very Place Du Puy, in fact, belonged /Among our more vestigial states of mind. /Nothing had happened because nothing had changed. /Yet the General was rubbish in the end. //IV /Two things of opposite natures seem to depend /On one another, as a man depends /On a woman, day on night, the imagined /On the real. This is the origin of change. /Winter and spring,cold copulars, embrace /And forth the particulars of rapture come. /Music falls on the silence like a sense, /A passion that we feel, not understand. /Morning and afternoon are clasped together /And North and South are an intrinsic couple /And sun and rain a plural, like two lovers /That walk away as one in the greenest body. /In solitude the trumpets of solitude /Are not of another solitude resounding; /A little string speaks for a crowd of voices. /The partaker partakes of that which changes him. /The child that touches takes character from the thing, /The body, it touches. The captain and his men /Are one and the sailor and the sea are one. /Follow after, O my companion, my fellow, my self, /Sister and solace, brother and delight. //V /On a blue island in a sky-wide water /The wild orange trees continued to bloom and to bear, /Long after the planter’s death. A few limes remained, /Where his house had fallen, three scraggy trees weighted /With garbled green. These were the planter’s turquoise /And his orange blotches. These were his zero green, /A green baked greener in the greenest sun. /These were his beaches, his sea-myrtles in /White sand, his patter of the long sea-slushes. /There was an island beyond him on which rested, /An island to the South, on which rested like /A mountain, a pineapple pungent as Cuban summer. /And là-bas, là-bas, the cool bananas grew, /Hung heavily on the great banana tree, /Which pierces clouds and bends on half the world. /He thought often of the land from which he came, /How that whole country was a melon, pink /If seen rightly and yet a possible red. /An unaffected man in a negative light /Could not have borne his labor nor have died /Sighing that he should leave the banjo’s twang.
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Ilustración:
Wedding Dream in Nudist Colony, 1971, Gustave Klumpp
Virtual Museum of Canada