jueves, mayo 15, 2008

La basura, el excedente


Pintura mural en Mari, cultura sumeria.


Basura

(Leído por el Administrador en la presentación del número 6 de la revista Mal Estar, cuyo dossier está dedicado a "la basura, el resto". Casa de la Cultura, Fondo Nacional de las Artes, 14 de mayo de 2008).

Tema candente, aunque la basura ya no puede quemarse debido a la corrección política, en este caso, específicamente ecológica. Debe ser “tratada”, recuperada en la mayor medida y, si no, enterrada de acuerdo con ciertas normas.

El tema acucia porque es cada vez menor el tiempo en que un producto recorre el camino entre la boca de expendio y el tacho

Las botellas de cerveza lo hacen con velocidad pasmosa. Se bebe en el cordón de la vereda y aunque no van al tacho, sino que se las abandona en la vereda, las botellas se convierten en basura mucho más rápido creo yo que cualquier otro producto, a no ser los envases de yogures digestivos o reforzados con vitaminas que ahora son bebibles, y, como las botellas de cerveza, se hacen residuo en un abrir y cerrar de ojo

Me preocupa el consumo de cerveza mucho menos que las botellas vacías, el alcoholismo menos que el ex objeto

Aquí cito a Georges Bataille: la aniquilación del excedente es inevitable en toda economía, pero esa aniquilación debe configurarse como sagrada; debe tener el carácter de ofrenda, de religión, o se invierte en la reproducción económica, la intensificación de la economia, que sin embargo no conduce a la liberación de su esclavitud. Lo que la economía no invierte en reproducirse sino en un acto de pura inutilidad económica es sacrificio ritual de energía sobrante, de esa “parte maldita” de la producción.

La teoría de Bataille es muy interesante desde el punto de vista del equilibrio deseable entre las fuerzas económicas y las que circulan en la totalidad del globo. Todo organismo vivo produce más energía que la imprescindible para su subsistencia. Si el excedente no puede ser enteramente absorbido, es necesaria la pérdida sin beneficio. Lo mismo rige para la organización económica de los organismos humanos. Se sostuvo que el excedente puede aniquilarse de modo catastrófico en las guerras. Los que así piensan siguen razonando en términos de excedentes económicos, pues la guerra es la recuperación del sobrante para la economía. Sirve a la extensión económica. El excedente, en las antiguas comunidades, aun en el Medioevo, solía en cambio consumirse en el lujo de la religión, en la construcción de pirámides, de sepulcros, de templos, y, sobre todo, en el sacrificio: la hecatombe griega, la ofrenda de animales e incluso de esclavos. Esto debe ser un espanto para la mente calvinista y progresista: ¿por qué el excedente no se atesora en forma de ahorro, de previsión, o se reparte? Imposible, habrá un excedente más, luego del reparto, que sólo podrá consumirse, aniquilarse, fuera de la economía, porque ésta debe ofrecer su tributo a la circulación global de la energía. De tal carácter es el mínimo derrame de la chicha o el vino, o el entierro de alimentos de nuestras comunidades andinas. Lo que no se ahorra en camisas, calzoncillos o electrodomésticos -toda familia de clase media adquiere más de lo necesario de cualquier producto- eso sí podría -no digo debería- repartirse, pero aún nos quedaría mucho de "la parte maldita", pues la propia propagación de la economía generaría exceso. Este siempre se aniquila como ofrenda. No es gasto ni caridad, no es desperdicio. Y ha jugado un rol fundamental en la permanencia de las economías de todos los tiempos en el orden general que las sostiene. Es el modo en que conjuramos el uso servil de los objetos y volvemos a la íntima comunión con ellos, que el sujeto percibe como de su misma naturaleza. Tal la ecuación de Bataille.

El desperdicio crece en cambio de manera irreducible. De hecho no sigue el camino de la aniquilación, sigue el del reciclaje, que lo convertirá gran número de veces nuevamente en residuo. O bien no es reductible en lo absoluto -no es degradable - y permanecerá flotando en los mares, o enterrado hasta que la tierra estalle; y es posible que aun entonces sobrevuele, como el alma, el estallido del Apocalipsis. En este sentido, el residuo se parece a la parte dura de la poesía, a lo específicamente poético, que girará incluso cuando se hayan aniquilado las palabras que le dieron origen. Es una persistencia de la cosa, librada involuntariamente de su carácter utilitario. No es, por cuanto está fuera del pensamiento de la ofrenda, una aniquilación completa: el objeto insiste en ser respetado, en ser inútil.

Los auspicios o pronósticos sobre el crecimiento de la basura no son buenos. El polaco Stanislaw Lem, el autor de “Ciberíada” y de “Solaris”, presentía, al modo de Swift, mundos extraños; el menos extraño de todos esos mundos inventados fue un universo dominado enteramente por el hombre, en el que nebulosas de botellas, papeles y otros desperdicios perturban la visión de los astronautas.

La enorme paradoja que nos acecha es la de la autodestrucción no por la falta, sino por la contaminación.

La miseria sigue como una sombra de culpa a la sociedad contemporánea, como si una parte de nosotros, de la humanidad, debiera ser sacrificada inevitablemente, arrojada al basural, a la zanja, no para que el sistema sea posible, sino porque el sistema no puede evitarlo aun cuando su objetivo es la mayor producción y el mayor consumo

La paradoja comienza en que, con una distribución de la riqueza que es injusta, con necesidades no satisfechas, de todos modos el sistema va a producir una tal cantidad de bienes y de consiguientes desperdicios que terminaremos asfixiados por éstos; modificaremos las condiciones del ambiente hasta que nos mate.

Por debilidad profesional, siento vértigo no ante el acortamiento del plazo en que una botella de cerveza se convierte en desperdicio, sino ante la increíble velocidad con que los libros siguen ese camino.

Los libros fueron sagrados hasta que no se constituyeron en mercancía. Hoy los libros vuelan de bibliotecas a mesas de ferias y de allí no se sabe adónde. La cuestión es que uno no puede evitar que entre a su casa el aluvión de esta mercancía, el libro, que antes de Gutenberg era pura ofrenda, acto sin utilidad económica, consumo (consumation) de la "parte maldita". Esa mercancía caduca muy rápidamente. Uno se ve compelido a deshacerse de ella antes de que lo prive de mayor espacio, y convoque además mayor cantidad de polillas, polvo y cucarachas. Porque uno no quiere, no desea, no necesita una gran cantidad de libros que de todos modos llegan a sus manos equivocadamente. Me ha pasado esto que sigue, lo escribí y publiqué en la revista Ñ, y ahora lo leo. ¡Lo reciclo! Y con esto termino, de manera, podría decirse, esperanzada:


Libros a la basura

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