jueves, febrero 22, 2007

En eso entró un ordenanza que parecía un bombe­ro y musitó que Ferrabás quería hablarle al señor.

—¿Ferrabás, el locutor de la voz pastosa? —exclamé—. ¿El animador de la sobremesa cordial de las 13 y 15 y del jabón Profumo? ¿Estos, mis ojos, le verán tal cual es? ¿De veras que se llama Ferrabás?

—Que espere —ordenó el señor Savastano.

—¿Que espere? ¿No será más prudente que yo me sacrifique y me retire? —aduje con sincera abnegación.

—Ni se le ocurra —contestó Savastano—. Arturo, dí­gale a Ferrabás que pase. Tanto da...

Ferrabás hizo con naturalidad su entrada. Yo iba a ofrecerle mi butaca, pero Arturo, el bombero, me disua­dió con una de esas miraditas que son como una masa de aire polar. La voz presidencial dictaminó:

—Ferrabás, ya hablé con De Filipo y con Camargo. En la fecha próxima pierde Abasto, por dos a uno. Hay juego recio, pero no vaya a recaer, acuérdese bien, en el pase de Musante a Renovales, que la gente lo sabe de memoria. Yo quiero imaginación, imaginación. ¿Comprendido? Ya puede retirarse.

Junté fuerzas para aventurar la pregunta:

—¿Debo deducir que el score se digita?

Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo.

—No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pa­sa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del '37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.

H. Bustos Domecq, Esse est percipi

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