domingo, septiembre 18, 2011

Adúriz y el posclásico


El poeta argentino Javier Aduriz y el posclásico
LUIS BENÍTEZ (*)
Miércoles 04.abr.2007 Corrientes al Día, Corrientes, Argentina.

Desde hace un tiempo, los medios literarios argentinos comenzaron a hablar respecto de una nueva visión de la poesía, definida como el posclásico. Entrevistamos en Buenos Aires a la cabeza visible de esta nueva interpretación de la materia poética, el poeta Javier Adúriz, para que nos brindara precisiones y detalles de esta novedad.




-¿PUEDE DEFINIR EL POSCLÁSICO PARA NUESTROS LECTORES?
-La noción de posclásico, me parece, es metafórica, una nominación ambulatoria de cierta poética que acaso no necesite demostración. Lo que veo es la probabilidad de una categoría que permaneció ausente, y que podría haberse escapado desde los años mismos del primer vanguardismo. Por algún motivo, que vinculo antes que nada a una necesidad de salvación personal, después de la ruptura inicial y de la abjuración del pasado, poetas como Borges, Molinari, Marechal, entre otros -todos vanguardistas argentinos de primera hora- necesitaron realizar un cambio dentro del cambio. Igual, se me ocurre, al giro mental que imprimieron Eliot, Pound, Cernuda, Lorca, Ungaretti y tantos otros: un impulso de darle otra rienda al lenguaje, otra vivacidad por ese estado de condicionamiento en que los había colocado el propio estatuto o programa generacional. A mi modo de ver, todos ellos, a través de una entrega libre al lenguaje recapturaron la dimensión del pasado, en función exclusiva de hacer el presente, al par que mantuvieron una virulencia imaginativa admirable. En estos términos, el posclásico sería precisamente eso, una aleación, una vanguardia mestiza, que aprovecha de lo clásico un peculiar sentido del lenguaje, que va a derivar en una suerte de foco productivo; y de la vanguardia, el ADN de la libertad, esto es, cuando se concibe la escritura con una cabeza volada como núcleo fundante. La consecuencia, a mi gusto, es el ismo de lo clásico, lo posclásico. Desde luego no estoy hablando de percibir el fenómeno desde el lado exterior, desde el lado de la silueta textual, como pasión por las formas, sino de una suerte de instinto particular que afina en cierta dirección la pulsión general de escritura, a la que cualquier escritor está sometido. Un instinto o pulso que maniobra por debajo, en la entraña, y motoriza cada poema hacia la confección de un equilibrio dinámico, ajeno a simetrías. Este es el origen del posclásico, cuando el desaparecido orden clásico ya es imposible y dicho sea de paso, un sitio al que nadie quiere volver, pero que sin embargo, insiste bajo la piel de una combustión precisa, conforme a una variante entre variantes, semejante a una acotada y relativa dirección del espíritu.

-¿CUÁLES SON LAS CARACTERÍSTICAS DEL MOMENTO ACTUAL DE LA POESÍA ARGENTINA?
- Con la llegada de la democracia en el 83, la poesía argentina no sólo se volvió plural y diversa, sino que además se enfrentó casi como por primera vez a la utopía de la libertad. En este sentido se pusieron en circulación nuevas maneras de tirar los dados. Creo que los neorrománticos y los neobarrocos, por ejemplo, son los que tomaron la posta del surrealismo tardío de los 60, retomando dos sesgos que estaban presentes entre los surrealistas. Mediante un yo que tiende a la producción de imágenes en serie, o bien, con la ilusión del poema como lugar absoluto de goce. Ambas líneas, con dosis diferentes de éxito, buscaron otro fondo del lenguaje donde parece percibirse el sonido material del ser. Por otro lado, el coloquialismo, tan sesentista, armado desde un yo fuerte que bajaba línea, se limó en el objetivismo actual, cuya novedad consiste en diluir la voz del sujeto, intuido como peligro de hipnosis para el lector, mientras se entrega al temblor extraño de los objetos. Por último, durante los noventa, se produce el arribo de una generación nacida durante la dictadura, a la que el fracaso de una democracia formal defrauda, y expone, en consecuencia, reactivamente, una actitud de revuelta iconoclasta, defenestrando cualquier tipo de vinculación con el pasado. En este panorama, de lo que podría llamarse poesía-argentina-en-tiempos-de-la-posmodernidad, la segunda o tercera generación de posclásicos buscó hacer lo suyo, afanándose como cualquiera de las otras variantes por un encuentro genuino con los lectores.

-¿CÓMO SE INSERTA EL POSCLÁSICO EN EL MOMENTO ACTUAL DE LA POESÍA ARGENTINA?
-Si lo posclásico existe, se inserta con naturalidad en el momento actual de la poesía argentina. A diferencia de la estética clásica de otros siglos, no se afinca en temas o motivos, empaques o rasgos de estilo, ni manifiesta una pretensión de registro de clase o emblema de distinción alguno. Tampoco, por supuesto, ambiciona regeneraciones de tipo político, moral o estético. Los hechos parecen ser que los poetas tatuados por ese instinto escriben sobre incertidumbre, sobre complejidad e incertidumbre. Casi con la ferocidad de un sino -agregaría-, cuyo estigma recauda memoria para el aquí y ahora tangible, durante estos tiempos de radiación y aceleración síquica.

-¿QUÉ REPERCUSIONES TUVO, HASTA EL MOMENTO, EL POSCLÁSICO?
-Cierta repercusión. Esta misma entrevista es un indicio de ello. De algún modo intuyo que lo que empezó como ejercicio imaginativo, empieza a tomar la temperatura de lo verosímil. Lo curioso es que la noción comienza, además, a otorgar cierto amparo a una serie de poetas notables de los días que corren, quienes aparentemente tenían muy poco que ver entre sí, no menos que produce un desacomodamiento del tablero de lo que se venía hablando, como si fuera la gramática de un contradecir. Sí, creo que tiene alguna repercusión, dado que la imaginación en cualquier momento puede hacerse verdadera.

-¿QUÉ AUTORES CONSIDERA USTED COMO POSCLÁSICOS Y POR QUÉ?
Más allá de los que mencioné anteriormente, considero posclásicos argentinos actuales a Enrique Butti, Ricardo Herrera, Santiago Sylvester, lo mismo que a Luis Tedesco, para señalar algunos. O entre los jóvenes, a Enrique Solinas; amén de los veteranos Juan José Hernández, Horacio Castillo, Rodolfo Godino y Joaquín Giannuzzi, el gran poeta recientemente fallecido. De cualquier manera, como la realidad es amplia y abierta, hay escritores que exhiben fugazmente sus pasajes de posclásico. Jorge Aulicino, por caso. En lo que se refiere a qué rasgos sitúan a un poeta en esa tensión diría, en primer lugar, que es la invención de un foco de habla, porque construyen un sujeto experimental, un yo perfectamente imaginario, labrado en alejamiento de la subjetividad, como grado extremo de la impersonalidad. Artificio que recuerda "la capacidad negativa" reelaborada por Keats, esa opción que cualquier escritor tiene a la mano de desaparecer personalmente de su texto, en una suerte de transubstanciación. En segundo lugar, una entrega al lenguaje sin condicionamientos, donde encuentran el lugar o foco desde donde se habla. De modo que aquel yo vicario o relator indispensable empieza a constituirse en el sujeto de cierto funcionamiento del idioma en que se vive, empujado a dimensión estética. Es un lugar donde el poeta dialoga o discute con la alusividad colectiva que cualquier lenguaje conlleva, ese implícito de civilización y cultura anudado ahí. Y por último, la búsqueda de eso-que-decir, que ocurre en el mismo acto de la escritura. Como un ir hacia el espesor significante de las palabras en busca de significados, ahí donde la imaginación reconoce la presa y se vuelve, durante un instante, verdadera. De modo que el umbral de la experiencia es lo inteligible. En suma, lo posclásico es poner vida en el lenguaje, la utopía del poema como un espacio común de diálogo, algo así como la apoteosis de lo decible. Es lo de Brodsky, porque si el lenguaje significa en puridad historia personal y general, un abismo temporal de significados, articularlo implicaría que el pasado está en la etimología de las palabras. Vale decir, que no hay uso original del idioma, sino aluvión anímico y cultural compartido en el proceso de la voz.

-¿QUÉ PERSPECTIVAS ADVIERTE USTED PARA EL POSCLÁSICO, EN CUANTO A REPERCUSIÓN Y DIFUSIÓN, EN EL FUTURO MEDIATO?
-No sé si hay futuro para nadie, de modo que mal me puede interesar el futuro del posclásico. Creo, además, que está en el núcleo central de este instinto una experiencia análoga a la de cualquier hombre que, con pasos inciertos, se aboca a la construcción de una obra para encontrar un eje existencial, en el regusto de una salvaguarda exclusivamente personal y desentendida hasta donde se sepa, de su suerte futura. Lo posclásico no consiste en labrar un porvenir. Se trata apenas, aunque ni más ni menos, de agotar el día que se está viviendo, hasta escribir cada línea con vivacidad. Y esa, tal vez, sea otra obsesión primigenia de un posclásico, encarnar una voz en la opacidad habitual de las palabras.

-¿SE ENFRENTAN LOS POSTULADOS DEL POSCLÁSICO CON OTRAS CORRIENTES DE LA POESÍA ARGENTINA RECIENTE/ACTUAL Y SI ES ASÍ, CÓMO Y POR QUÉ?
-Todas las corrientes de poesía son utópicas y cada una desenvuelve su deseo de convocar al lector. Por eso, sí, las diferencias con sus compañeros de ruta son notorias. Desde la perspectiva de un posclásico, el neobarroco adolece de dos cuestiones: por un lado, recorta el fluido hacia el extrañamiento, operando exclusivamente el texto como último reino de la libertad y el goce y por tanto, tornándose un fundamentalismo del principio del deseo. Algo tangente, también, con el proceso de los neorrománticos. Un cierto imperialismo que pierde lectores, porque evade el principio de realidad, ese lugar que considera la presencia del otro. Es el costado siempre amenazante en la pulsión creativa que lleva al narcisismo o al autismo. Y por otro lado, como su estética se maquilla con agrados visibles, enmascara eso-que-decir, para diluirse en el orbe de las sensaciones. También el posclásico considera al objetivismo como insuficiente, precisamente por esa operación de dilución del sujeto. Se comprende su matiz político, pero lo cierto es que su texto acaba impávido, sin la vitalidad necesaria. El punto central aquí es que la construcción de un sujeto permite abrir la posibilidad amplia de lectores. Dicho de otra manera, sin confección de sujeto se malogra la furia conviviente del lenguaje. En cuanto a los pibes del noventa, me resultan todavía una mera gestualidad reaccionaria, aunque por otro lado, los conozco imperfectamente.

-¿CÓMO SE INSERTA SU PROPIA OBRA EN EL POSCLÁSICO?
-No me corresponde a mí contestar eso. Puedo decir sí, que me siento muy afín a esa perspectiva, y que leo los libros de los poetas ya mencionados con una atención apasionada. Actualmente, por ejemplo, estoy escribiendo una serie de poemas cuya intención es poner en pantalla diálogos. Algunos, en que las voces profieren en primer plano y otros, en que una sola voz se dirige a otro personaje que reacciona en silencio. Este trabajo me interesa más allá de los resultados, por la posibilidad de investigar ese yo artificial al que me refería, aparte de que permite un vaivén dialéctico en el que las razones o la razón, simplemente, está siempre puesta en entredicho.

-¿ESTIMA QUE LOS POSTULADOS DEL POSCLÁSICO PUEDEN SER APLICABLES A LA POESÍA DE OTROS PAÍSES LATINOAMERICANOS; Y SI ES ASÍ, POR QUÉ?
-Estimo que sí. Es más, estoy creyendo que sí, porque lo posclásico parece ser más un modo que una moda, el destino de empeñarse en el lenguaje como si fuera un doble de la realidad, algo superior al individuo. Un campo, donde la fricción entre instinto privado y arquetipo se resuelve. A veces, cuando el respeto al legado es excesivo, con un habla academicista o inútil, de conservatorio; pero otras, cuando se alcanza la impulsión vibrátil del idioma, en energía creada desde adentro, y no hay línea de horizonte.

* Especial para Corrientes al Día

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