jueves, septiembre 17, 2009

Sobre Francisco Urondo


El don de la sobriedad

Uno de los rasgos centrales de la actividad pública de Francisco Urondo (Santa Fe, 1930-Mendoza, 1976) fue su rol de mediador entre las corrientes literarias de la época.
Se vincula con Poesía Buenos Aires, el emprendimiento editorial de Raúl Gustavo Aguirre, antes de trasladarse desde Santa Fe a Buenos Aires, y en 1956 publica con ese sello su primer libro. En los 60, crea Zona de la Poesía Americana. La actividad editorial y la militancia política corren paralelas en esos años.
Su poesía está cada vez más recorrida por las inflexiones y la métrica coloquiales desde la publicación de "Del otro lado" (1960-65).
Hemos puesto a las corrientes de la época nombres que entonces no debían resultar tan prácticos: coloquialismo, invencionismo, surrealismo.
La vanguardia reagrupada en Poesía Buenos Aires no debía considerarse a sí misma invencionista; los coloquialistas no se llamaban así y sólo los surrealistas adscribían a una vieja escuela, la de André Breton, como tallos renovados.
Había cierta íntima discordia entre vanguardia y poesía política, rotos los lazos del surrealismo y de la vanguardia inicial con el comunismo.
Urondo se sitúa en la época como hábil entretejedor de esos conflictos; no lo hace sólo en su oficio de periodista y de editor, sino que su poesía, de ágiles imágenes concretas, tributaria de René Char, en ciertos aspectos, sobre todo al comienzo, se va tornando fluida y abarcadora.
El capital intelectual de Urondo era enorme, y en esta base se afirmó para dar una versión posible de la vida contemporánea, ya que su tema era la vida, personal y política.
Quiero decir con esto que en cierto sentido fue extremadamente literario, y extremosamente hedonista, si este último término no hubiese caído en descrédito últimamente.
Literario porque, subjetivo e intimista en muchas zonas de su poesía, lo es no desde sí, sino hablando de sí.
Lo discursivo, suelto, exacto, solvente, y sobre todo, discreto, constituye su discurso y es lo mejor de su discurso.
Ninguna novedad sobre sí mismo y sobre el día dejará de tener la cualidad de cosa narrada, de cosa dicha, de cosa referida, conversada. La cualidad central de ese discurso poético es la sobriedad, junto con la vivacidad, el dinamismo.
Urondo es esencialmente sobrio. Un hombre que se hace oír, sobre todo porque no grita. No muestra metáforas rutilantes, conversa con el lenguaje de su época, el mismo que usaba en los medios, el mismo de los medios de su época: el de una persona culta que quiere darse a entender y que otorga funcionalidad, y paradojalmente, mayor riqueza, a los términos más graves de la poesía tradicional, como abismo, amor, muerte
En el concierto de las voces de los sesenta, la poesía de Urondo debió llegarnos en sordina, más lentamente. Pero al mismo tiempo fue hondamente impregnante. La sentimos hoy en las tramas más que en los términos de mucha poesía posterior.
Por otro lado, era y es un encanto escucharla. En su placer en la palabra se concentra aquel hedonismo, y esa otra cosa que también ha perdido prensa y consenso: amor a lo estético, tanto por lo menos como a lo sensual. No hay otro modo de decir la unión de la vida política de Urondo y su final, acribillado, que no sea el que ya fue dicho: por la belleza se alza uno contra el agobio de la opresión, sobre todo cuando ese amor estético y sensual es también vital. Así se transita de lo íntimo a la plaza pública; construyendo, diríamos, esta privada lógica moral y estética.
Si la poesía de Urondo es síntesis de época como lo fue él mismo por su actividad cultural y periodística, la historia viva no puede menos que recordarlo.
Siendo su poesía comentario general de su propia vida, y de la historia, muchos poemas de Urondo tomados al azar dicen mejor las cosas a las que me refiero.
La sobriedad encantadora de su poesía, su paradoja, deviene de que el autor se sitúa, periodísticamente, políticamente, como comentador. Esta instancia, este género, merece el mayor de los respetos. Por varios motivos: no carece de dignidad literaria el comentario; por el contrario, cualquier hombre que quiera referir su experiencia de modo convincente, ha de apelar a la empatía o al comentario inteligente. La discreción del comentario, del apunte, parece contradictoria con la sensualidad que atrapa y deslumbra a Urondo. No lo es, por cuanto su talento le permite referir esta última de manera que parece objetiva constatación de un terremoto inocultable. La revolución, en esta perspectiva, es necesaria en tanto reordenamiento deslumbrante.

Jorge Aulicino,
leído en la mesa "El sentido actual de la poesía de Francisco Urondo", por Jorge Aulicino y Marcelo Díaz, 15 de setiembre de 2009, C.C. Bernardino Rivadavia, Rosario, XVII Festival Internacional de Poesía Rosario.

2 comentarios:

  1. Pues me parece que, modestamente, la revolución es una necesidad ética. Perdonen por lo de Anónimo, pero no poseo cuenta alguna. Llámenme Nacht, si es necesario un nombre-

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