Laura Wittner
(Buenos Aires, 1967)
La casa de los aduaneros, de Eugenio Montale
Las cosas capaces de conservar para siempre un misterio son las que más me seducen y me incentivan a escribir. Claro que hay que ser manso y no afilar del todo la herramienta interpretativa para que algunos misterios puedan seguir encendidos, raros como la luz del petrolero. Me gusta mucho entender, pero todo tiene un límite. Me aferro al plano que no termina de definirse, como en algunas películas de Wong Kar Wai.
Cuando empezaba a escribir poesía, con mis amigos, nos pasábamos días y noches leyendo en voz alta, opinando, pensando, interpretando. “La casa de los aduaneros” se nos resistía. La extrañeza del paisaje portuario y oscuro, como oscura se va volviendo la memoria, la falta de memoria. Esa línea de luz que une a dos personas, y luego va apagándose sólo de un lado. “¿Il varco è qui?” (“¿Es éste el paso?”): ¿quién habla? ¿qué paso?. Sí: la versión de Horacio Armani da una explicación, pero ¿por qué querría creérmela? Estoy en contra de disecar poemas: podrían pulverizarse.
Tiene además, “La casa dei doganeri”, esa música adictiva que ya en el segundo verso nos hace trepar por territorio escabroso: “sul rialzo a strapiombo della scogliera”. Yo sabía poco italiano en esa época, pero el sonido de esa línea me compraba por completo.
En 1998, varios años después de esas eternas lecturas grupales, y en un momento en que Montale me había quedado medio lejos, pasó que escribí un poema largo que terminaba casi igual que “La casa de los aduaneros”. Pero de esto acabo de darme cuenta. Ahora mismito. ¡Plop!
La casa de los aduaneros
Tú no recuerdas la casa de los aduaneros
sobre la elevación inclinada sobre la escollera:
desolada te espera desde la noche
en que entró en ella el enjambre de tus pensamientos
y se detuvo inquieto.
La marejada azota hace años la vieja muralla
y el sonido de tu risa ya no es alegre:
la brújula gira loca a la ventura
y el cálculo de los dados no regresa.
Tú no recuerdas; otro tiempo trastorna
tu memoria; un hilo se devana.
Tengo todavía la punta; pero se aleja
la casa y sobre el techo la ennegrecida
veleta gira sin piedad.
Tengo la punta; pero tú estás sola
casi ni respiras en la oscuridad.
Oh el horizonte en fuga donde se enciende
rara la luz del petrolero.
¿Es este el paso? (Pulula todavía el oleaje
sobre el acantilado que se desploma).
Tú no recuerdas la casa de esta
noche mía. Y yo no sé quién va y quién queda.
Eugenio Montale (Génova, 1896-Milán, 1981)
Versión J. Aulicino
Foto: Laura Wittner por Estela Fares
El tiempo pasa, pasa la vida, pasan los amores; pero nos queda el infierno de los recuerdos, la vejez como último recurso del ser vivo.
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