Pensamientos de Dina
En el agua que corre limpia y fresca de sol,
es un placer tirarse; a esta hora no viene nadie.
Dan escalofríos las cortezas de los álamos si tocan el cuerpo,
más que al agua ruidosa de una zambullida. Bajo el agua
está oscuro
todavía, y te da un hielo que mata, pero basta saltar al sol
y una empieza a ver las cosas con ojos limpios.
Es un placer tenderse desnuda sobre la hierba caliente
y buscar con los ojos entrecerrados las grandes colinas
que sobresalen sobre los álamos y me ven desnuda
y nadie desde allá se da cuenta. Aquel viejo en calzoncillos
y con sombrero que iba a pescar me vio zambullirme,
pero creyó que era un chico y ni siquiera me habló.
Esta tarde volveré a ser una mujer con vestido rojo
-no saben que estoy aquí tendida, desnuda, esos hombres
que me sonríen por la calle-; vuelvo vestida
a provocar esas sonrisas; no saben esos hombres
que tendré las caderas más fuertes bajo el vestido rojo
y que seré otra mujer. Nadie me ve aquí abajo,
y pasando las plantas están los areneros, más fornidos
que aquellos que me sonríen: nadie me ve.
Son bobos los hombres -esta noche, bailando con todos,
estaré como desnuda, como ahora, y nadie sabrá
que podría encontrarme aquí sola-. Seré como ellos.
Solo los bobos querrán apretarme bien fuerte
y susurrarme propuestas de zorros. ¿Pero qué me importan
sus caricias? Sé hacerme caricias yo sola.
Esta noche deberíamos poder desnudarnos y mirarnos
sin hacer sonrisas de zorro. Yo sonrío sola
cuando me tiendo aquí en el pasto y nadie lo sabe.
Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908 - Turín, Italia, 1950), Poemas inéditos*,
Barnacle, Buenos Aires, 2023
Versión de Jorge Aulicino
* Reúne los poemas inéditos que Italo Calvino compiló y publicó doce años después de la muerte de Pavese. La mayor parte de ellos están dentro del clima, el paisaje y los motivos de Trabajar cansa. Calvino los intercaló con los de este libro, el único de poesía que Pavese publicó en vida (Nota del Ad.).
Foto: Paris Review
Pensieri di Dina
Dentro l’acqua che scorre ormai limpida e fresca di sole,
è un piacere gettarsi: a quest’ora non viene nessuno.
Fanno rabbrividire, le scorze dei pioppi, a toccarle col corpo,
più che l’acqua scrosciante di un tuffo. Sott’acqua
è ancor buio
e fa un gelo che accoppa, ma basta saltare nel sole
e si torna a guardare le cose con occhi lavati.
È un piacere distendersi nuda sull’erba già calda
e cercare con gli occhi socchiusi le grandi colline
che sormontano i pioppi e mi vedono nuda
e nessuno di là se ne accorge. Quel vecchio in mutande
e cappello, che andava a pescare, mi ha vista tuffarmi,
ma ha creduto che fossi un ragazzo e nemmeno ha parlato.
Questa sera ritorno una donna nell’abito rosso
—non lo sanno che sono ora stesa qui nuda quegli uomini
che mi fanno i sorrisi per strada— ritorno vestita
a pigliare i sorrisi. Non sanno quegli uomini
che stasera avrò fi anchi più forti, nell’abito rosso,
e sarò un’altra donna. Nessuno mi vede quaggiù:
e di là dalle piante ci son sabbiatori piú forti
di quegli altri che fanno i sorrisi: nessuno mi vede.
Sono sciocchi gli uomini —stasera ballando con tutti
io sarò come nuda, come ora, e nessuno saprà
che poteva trovarmi qui sola. Sarò come loro.
Solamente, gli sciocchi, vorranno abbracciarmi ben stretta,
bisbigliarmi proposte da furbi. Ma cosa m’ímporta
delle loro carezze? So farmi carezze da me.
Questa sera dovremmo poter stare nudi e vederci
senza fare sorrisi da furbi. lo sola sorrido
a distendermi qui dentro l’erba e nessuno lo sa.