lunes, febrero 28, 2011

Jude Nutter / Ultima cena



La última cena


Fue María, postrada por el dolor y de rodillas
en el polvo, la que confundió a un hombre recién levantado
de entre los muertos, el único
hombre que amó de verdad, con un jardinero. Señor,
si te lo has llevado, imploró, dime a dónde lo has dejado, y lo buscaré.
Es verdad: lo que observamos
a veces nos traiciona. Llovía,


fuerte, lentamente, haciendo que las hojas plateadas del fresno
en mi ventana se inclinaran en reverencia;
y el espejo de mi cómoda con su esbelta
deshonestidad reflejaba y traía cosas a la habitación
cosas fuera de mi vista: algunos botes


acercándose a los resistentes brazos de entrada
del puerto, una tanda de ropa
abandonada colgando de la soga en la casa de al lado, y la lluvia
cerrándose alrededor de la bandera amarilla y la fucsia.
Siempre sospeché que la lluvia estaba llena


de este tipo de espacios y cerramientos. Me había despertado
con jet-lag, hacia el final de la tarde, en la cama angosta en la que dormía
cuando era chica; me desperté sintiéndome triste y sola
aunque no estaba ni triste


ni sola —era nada más la que fui, el pasado
y sus muchos disfraces. Había estado soñando
con un poeta en Nueva York que vaga
por las calles más concurridas durante todo el día, anotando,
en una libreta de bolsillo con espiral, ninguna otra cosa
que el mundo visible. Hacerlo, decía,
lo mantenía honesto, y jamás fue seducido
por sus propias ideas. Es extraño, siempre he pensado que el arte
era una serie de pequeñas decepciones
realizadas al servicio de la verdad. La lluvia


y el final de la tarde ya se movían
hacia el momento de luz cuando la mansa
benevolencia que nos ha observado el día entero como un padre
se marcha, y supe que debía estar afuera
caminando, resistiendo mi presentimiento del fin,
de otro modo me sentiría abandonada toda la tarde, o bien
me volvería a dormir abandonada.
Pero era casi la hora de la cena y yo


permanecía retenida,allí donde estaba, por la música de mi madre
golpeando su carrillón de sartenes con fondo de cobre,
por el suave deslizamiento de cajón
después de que el cajón se abriera y se cerrara, se abriera y se cerrara;
por los cuchillos cabalgando
a través de la tabla de picar de mármol.


Mis padres me pasaban las cosas que, insistían,
ellos no podían terminar: un magro puñado de verduras,
más guarnición que comida, puerros hervidos y medallones de cerdo,
algunos glaceados, zanahorias cortadas, brillando
como un puñado de monedas. Y lo que arruinó


mi corazón no fue la delgadez de los muslos de mi padre,
o las venas marcadas en los tobillos de mi madre;
no fue la manera en que ellos se olvidaban o recordaban cosas
que aún no habían ocurrido. Era lo poco


que comían; era lo mucho que mi madre corría durante todo el día
en la cocina y luego llegaba a la mesa
con fuentes y grandes platos que siempre estaban
casi vacíos. Era el modo en que las porciones se perdían
en las vastas, pálidas arenas de sus platos.
Si observar al mundo nos mantiene honestos, ¿qué verdades
recogemos mirando cómo un cuerpo que amamos
se hunde en la tierra? El cuerpo es al mismo tiempo todo
y nada.
Era la manera en que ellos habían llegado a necesitar tanto
tan poco del mundo. Y de cómo esto, quizá, era suficiente.


Jude Nutter (North Yorkshire, Inglaterra, residente en los Estados Unidos desde 1980), The Curator of silence, University of Notre Dame Press, 2006
Versión de Silvia Camerotto


The last supper
It was Mary, felled by grief and on her knees /in the dirt, who mistook a man newly risen /from the dead, the only /man she’d ever really loved, for a gardener: Sir, /if you have carried him away, she cried, tell me /where you have laid him, and I will take him away. /So it’s true: what we observe /sometimes betrays us. It was raining, //heavily, slowly, making the leaves of the silver ash /outside my window genuflect and bow down; /and the mirror on the dresser with its slender /dishonesty reflected and carried into the room /things from outside my field of vision: a few boats //approaching the hard, welcome arms /of the harbour, a short run of laundry /left hanging on the line next door, and the rain /closing its lips around the yellow flag and the fuchsia. /I’d always suspected the rain to be full //of such rooms and enclosures. I’d woken /jet-lagged in the late afternoon in the tin bed I’d slept /in when I was a child; woken feeling sad and lonely /even though I was neither sad //nor lonely —that was just my old self, the past/and its various disguises. I’d been dreaming /of that poet in New York city who wanders /through the busiest streets all day, recording, /in a spiral-bound, pocket-sized notebook, nothing /but the observable world. To do so, he said, /keeps him hones, and he’s never seduced /by his own ideas. Strange, I’d always thought art /was a series of small deceptions /performed in the service of the truth. Already //the rain and the late afternoon were moving /toward that time of light when the quiet /benevolence that has watched us all day like a parent /turns away, and I knew I should be outside /walking, resisting any intimation of ending, /otherwise I’d feel abandoned all evening, otherwise /I’d fall back into sleep abandoned. /But it was nearly dinnertime and I //was held where I was by the music my mother made /striking her carillon of copper-bottomed saucepans, /by the breathy glide of drawer /after drawer opening then closing, opening then closing; /by the galloping knives /across the marble cutting block. //My parents slipped me the things they insisted /they could not finish: a thin sheaf of greens, /more garnish than meal, boiled leeks and pork medallions, /a few glazed, sliced carrots, glowing /like a handful of change. And what ruined /my heart was not the thinness of my father’s thighs, /or the inlay of veins around my mother’s ankles; /it was not how they forgot things or remembered /what had not yet happened. It was how little //they ate; it was how my mother rallied all day /in the kitchen and then arrived at the table /with platters and great dishes that were always /almost empty. It was the way their portions became lost /in the vast, pale arenas of their plates. /If observing the world keeps us hones, what truths /do we glean watching a body we love /going into the ground? The body is both everything
and nothing. /It was the way they’d come to need so much/less of the world. And how this, perhaps, was enough.


Ilustración: Puberty, 1894, Edvard Munch

domingo, febrero 27, 2011

Manrique Fernández Moreno / Dos poemas



Algunas veces cuando el viento...

algunas veces cuando el viento te da de plano en la cara
y vas en busca de algo
y te ves reflejado en el cristal de un cine cerrado
es eso
que brillas en el cristal que te corresponde


Estás medio...

estás medio arrepentido por algo
que no sabes si has hecho
has escuchado media hora un músico
y tomaste el montacargas de las mañanas

has pasado por un piso oscuro
acomodándote
y con los mismos pasos desubicados
te apretabas la frente como siempre
como si quisieras ponerla en una estantería de curiosidades como una corona

Manrique Fernández Moreno (Buenos Aires, 1928-2006), 200 años de poesía argentina, selección de Jorge Monteleone, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2010

Foto: Manrique Fernández Moreno, 1999, Daniel Grad/revagliatti.com.ar

Almafuerte / De "El misionero"




El misionero [Fragmentos]

Para Bartolito Mitre, en la gloria
......................................

¡Escúpeme en la frente!
                           Ricardo Gutiérrez


4.- No hay caridad verdadera que no se enferme o
que no se manche.
5.- Para subir hasta Jesús hay que bajar hasta Dimas,
y para llegar hasta Dimas hay que dejar muy arriba el
éter irrespirable de los inocentes y los puros.
9.- El dolor no huele a vinagre aromático: ni habla en
verso ni se lamenta en música, ni va a cenar a la
fonda, como los cómicos, después de llorar.
18.- El corazón del bueno es comparable a las vendas que
circundan las heridas: a medida que éstas van
cicatrizando, aquéllas van arrojándose impregnadas de
pus y sangre.
20.- No creas en la predicación de aquel abate perfumado
de heliotropo, que sube a su púlpito con el corazón
lleno, todavía, de las graves impresiones de la Conferencia
de San Vicente y de las fiestas de caridad de las duquesas
y que cruza después, como un César, sudoroso entre sus
encajes, por aquella elegantísima multitud cuya emoción
artística él ha producido y cuya admiración él ha
conquistado. No creas en esa predicación... ¡es una página de
Rossini!
21.- Cree, sí, en el propio San Vicente de Paul; sí, en el
apostolado de aquel sacerdote ciego de caridad, enloquecido de
evangelización, que ora se lanza por los desiertos de Africa
y ora se mete en los tugurios de la ciudad, que son los
desiertos de la civilización, para salir de ellos torturado de
dudas, cubierto de maldiciones y carcomido de remordimientos.


Almafuerte, Evangélica XV


De compasivos canes escoltado,
Sobre un bloque de piedra de la vía,
Zozobrante, vencido, en agonía,
Un Siervo del Señor cayó postrado.

Cual desgranada, mísera mazorca
Que saltó del maizal en el camino,
Parecía más bien, el Peregrino,
Desecho deleznable de la horca.

Y era desecho mismo. La tonsura
no inmuniza del dolo y los pesares:
Del sagrado mantel de los altares
Se desprende, también, polvo y basura.

Como Pablo, el Apóstol de las Gentes,
Aquel vil protegido de sus perros,
Por mares, por estepas y por cerros
Corrió tras ilusiones eminentes...

Y allí, con su sayal hecho jirones
Y apoyando en un can la flaca diestra,
Aquel Fraile de Dios era la muestra
De cómo trata Dios los corazones.

Tal vez, una visión de faz macabra
Le sacó de su grande abatimiento,
Y al despertar de aquél, su pensamiento
Se deshizo en el mar de la palabra.

Mudo debiera estar; pero, recuerda,
Y hablaría, quizás, amordazado...
Porque impera una ley que al derrotado
Le impone repicar la misma cuerda.

Y es propio del Dolor, joven o viejo,
Despedir melancólico relente
Y derramar, lo mismo que una fuente,
La cáustica lejía del consejo.

¡Virtud de la Tristeza, que percibe
Con profética luz, remotas huellas.
Como se ven más claras las estrellas
Desde la sombra fría de un aljibe!

Cual pudiera un bohemio, el Franciscano
Se puso a platicar con su jauría...
¡No caemos del todo, sino el día
Que cuando pasa un can, pasa un hermano!

¡El ser hombre es gemir, magüer los nombres
Con que tu pobre condición revistes;
Y por eso las bestias, que son tristes,
Cuando sospechan un dolor, son hombres!

Y yendo, sin querer, al punto fijo,
Como quien sus heridas palpa y frota,
Destilando su hiel, gota por gota,
A sus perros y a Dios, el Fraile dijo...

¡Dijo con tal verdad, que desde entonces
Pienso que las protestas de los viles,
Deben ser perpetuadas con buriles
En duras piedras y en solemnes bronces!

"En este bajo, relativo suelo,
También para ser santo hay que ser listo;
No basta ir a una cruz para ir a Cristo,
Ni basta la bondad para el ir al cielo.

"La misma compasión requiere astucia
Para sellar con gloria su cruzada,
Si no quiere, después, ser arrojada
Sucia y hedionda, como venda sucia.

"Los sicarios del Bien han de ser yermos,
Duros, como filósofos estoicos:
Los médicos más nobles, más heroicos,
No lamen el sudor de sus enfermos.

"La luz no triunfa, el Ideal no medra,
Si un cierto brutal extorsionismo:
Como una César sin ley, el pastor mismo
Gobierna con su palo y con su piedra.

*

"Inhumano, inconcreto, el Sacerdote
Ame a Dios, sólo en Dios, y no en ninguno;
Y si al triunfo de Dios es oportuno...
¡Bese con la traición del Iscariote!

Clamó con el valor de los insanos
El viejo Apóstol, sin temer su mengua,
Mientras los canes, con cristiana lengua,
Le ungían caridad sobre las manos.

Y siguió, con apóstrofes más duros,
Y hablando a todos, pues hablaba solo:
"Más fría que los témpanos del polo
Tiene que ser el alma de los puros.

*

"Hay entre la Equidad y la Justicia
Nada más que una feble sutileza...
¡Y entre la Caridad y la pureza,
Un abismo, sin fondo, de inmundicia!

Calló el Apóstol, y en su adusto ceño,
Como en un tronco escuálido de otoño,
Se sospechaba el cárdeno retoño
De un deleitable, de un nefando sueño.

Mas, levantando el sórdido capucho,
Toca de su radiante, calva testa,
Dijo con voz de llanto y de protesta:
"Yo soy el miserable que amé mucho,

"Soy el que puso paz en la discordia,
Pan en el hambre, alivio en las prisiones,
Y en la obsesión tenaz, más que razones,
Puso sin razonar, misericordia.

"Yo derramé, con delicadas artes,
Sobre cada reptil una caricia:
No creí necesaria la Justicia
Cuando reina el Dolor por todas partes.

"Con sublime, suprema Democracia,
Cualquier hombre fue hombre en mi presencia;
No dividí jamás en mi conciencia
Cual un escriba infame, la Desgracia.

"Yo miré con espanto al miserable,
Con el espanto del Caín primero,
Cual si yo -¡pobre sombra, todo entero!-
Fuese de su miseria responsable.

"Yo entendí que los éxitos ultrajan
La equidad del Señor y de sus dones;
Pues por un triunfador hay mil millones
Que más abajo de sí mismos, bajan.

"Yo repudié al feliz, al potentado,
Al honesto, al armónico y al fuerte...
¡Porque pensé que les tocó la suerte
Como a cualquier tahúr afortunado!

"Yo tuve la tendencia, la costumbre,
De poner mi saliva en las montañas;
Pero, les di sin pena mis entrañas
Cada vez que dejaron de ser cumbre.

"Yo veneré, genial de servilismo,
En aquel que por fin cayó del todo,
La cruz irredimible de su lodo,
La noche inalumbrable de su abismo.

"Yo devolví su cetro a la Locura,
Fomentando en las almas anormales,
El gesto imperatriz de los fatales,
La rigidez papal de la tonsura.

*

No pudo proseguir... Seco, rabioso,
Con el gemir de formidable llanta,
Restalló, de repente, en su garganta,
Suma de angustias, un sollozo.

Aquel hondo mugido vibró tanto,
Que traspasó recónditos confines,
Y sus propios hermanos, los mastines,
Se volvieron al Fraile con espanto.

Se repuso por fin, y resumiendo
En epílogo intenso su discurso,
Comenzó a despedirse del concurso
Que a su largo gemido fue surgiendo:

"Todo es contradictorio, todo vago,
Todo se ve a través de una penumbra:
La misma antorcha que en la noche alumbra,
Sirve para el incendio y el estrago.

"Siembran dos jardineros su simiente,
Idénticas las dos, una mañana:
Y el primero cosecha una manzana,
Y el otro, miserando... ¡una serpiente!

"Yo no sé qué pragmáticas malditas
Fulminan mis obras más amables,
Cual migración de bestias formidables
Sobre una floración de margaritas.

*

"Se desató el ciclón. Dios me desgaja,
Y el criterio de Dios no se interrumpe...
¡Si el volcán de sus cóleras irrumpe,
Arde su creación como una paja!

"Yo mismo, sin piedad, no me perdono
Ese luchar frenético de Olimpia;
Criminal es un bien que nada limpia,
Castigo es una cruz que no es un trono.

"Sin ley, ni hogar, ni patria, ni destino,
Como las hojarascas de la selva,
¡Dejaré de sufrir cuando me vuelva,
Polvo bien pisoteado en el camino!...

"Pero, no quiero yo, de ningún modo,
Que me perdonen teólogos ateos...
¡A quien se absuelve, al absolver los reos,
Es al sublime Artífice de Todo!

"Prefiero que los sabios, casi estetas,
Que llaman al dolor "idiosincrasias",
Pongan motes en griego a mis desgracias...
Para cobrar más caro sus recetas.

"El perdón es la mácula del cieno
Puesta sobre la clámide de un nombre,
¡Porque tengo amarguras, ya soy hombre,
Y porque soy un hombre, ya soy bueno!

"¡Hablen los impecados a porfía:
Desescamen la red de sus escamas...
¡Digan si saben al dejar sus camas,
Cuál será la belleza de aquel día!

"Cuando el hijo de Dios, el Inefable,
Perdonó desde el Gólgota al perverso...
¡Puso sobre la faz del Universo,
La más horrible injuria imaginable!

"Sepa por prima vez, el presidiario,
Y alce su frente mustia y lapidada:
El más vil... es un alma destinada
Como el propio Jesús, a su Calvario!

"Somos los anunciados, los previstos,
Si hay un Dios, si hay un Punto Omnisapiente;
Y antes de ser, ya son, en esa Mente,
Los Judas, los Pilatos y los Cristos!"

*

Dijo, y al ver que con cobarde espanto
Murmuraba la turba, gritó fiero:
"¿Dónde está el miserable que primero
Vino a rasgar mi pecho con su llanto?

"¿Dónde está, dónde rasca los residuos
De su mordiente lepra inveterada?...
¡Para lanzar a él, toda esta nada,
Y untarle mis consuelos más asiduos!

"¿Dónde está, donde gime, sin la sombra
De mi pecho de madre sin rencores?
¡Para tejerle un camarín de flores,
Y tenderme a sus pies como su alfombra!

"¿Dónde oculta sus pálpitos de lobo?
¿Dónde esgrime su trágica energía?
¡Para ponerme yo como vigía
Mientras urde su crimen y su robo!

"¿En qué frío pretorio, en qué portales
Tiembla bajo la toga de sus jueces?...
Para decir, para gritar mil veces:
¡El Juez y el Criminal son anormales!

*

"¿Quién habla de Deberes, de Derechos,
De arrojar los malos a una pira?...
¡Si ellos viven sus vidas, sin mentira;
Si no pueden dejar sus propios pechos!

"¿Qué sable justiciero es esa daga
Que sólo hiere frentes sin diadema?...
¿Por qué no abisma el sol, cuando nos quema?
¿Por qué no seca el mar, cuando nos traga?

"¿Por qué ha dejar el Universo
Vasto campo a la luz para que vibre,
Y el corazón de Adán no ha de ser libre,
Y el alma ha de rimarse como un verso?

"¿Qué ciencia miserable es esa ciencia
Que nada sabe más que el primer día?...
¿Qué remedia con ver una insanía
Donde antes vio pasión y no demencia?

*

"Ven a mí, rey enfermo, vil canalla,
Quiero que con tus lágrimas me mandes:
Yo soy como aquel grande entre los grandes
Que no dobló su frente en la batalla."

"Sombra y luz, piedra y alma, seso insano
Y ángel lleno de dudas y malicia:
Yo no sé de Razón ni de Justicia...
¡Sólo quiero saber que soy tu hermano!

"Chusma ruin, que tus dedos como sondas
Hurguen en las heridas de mi brega,
Y palparás al menos, si eres ciega,
Que las hechas por ti, son las más hondas.

*

"Ven a mí, monstruo amigo, no estoy muerto,
Como no muere nunca una gran lira:
Que otros vivan la ley, que es la mentira.
Yo vivo los impulsos, que es lo cierto.

"Aquí estoy, si me manchan tus minucias,
Tus terribles minucias, más me place:
El obrero mejor, el que más hace,
Tiene las manos más que todos, sucias.

"Y odie el feliz, que es bestia, ésta, mi fiebre;
Y me ultraje y repudie, y me dé coces...
¡Yo amo la libertad, como los dioses,
Y el feliz, como el asno, su pesebre!

"No me causa pavor, ni me difama,
Envolver con mi llanto tu persona:
No soy el Cristo-dios que te perdona...
¡Soy un Cristo mejor, soy el que te ama!

*

¡Pulpa sin gratitud, no sabrás nunca
Que yo luché con Dios que te moldea!..."
Y se quedó de pie, como una idea,
Que se va del cerebro y queda trunca.

Pedro Bonifacio Palacios, Almafuerte (San Justo, 1854- La Plata, 1917), Obras completas, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1993

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Foto: De la portada de Poesía completa, Almafuerte ISBN: 978-950-03-5415-8

sábado, febrero 26, 2011

Luís Vaz de Camões / Al desconcierto del mundo



Esparsa ao desconcerto do mundo

Os bons vi sempre passar
No mundo graves tormentos;
E, para mais me espantar,
Os maus vi sempre nadar
Em mar de contentamentos.
Cuidando alcançar assim
O bem tão mal ordenado,
Fui mau, mas fui castigado.
Assim que, só para mim,
Anda o mundo concertado.

Luís Vaz de Camões (c.1524-Lisboa, 1580), Versos e alguma prosa, Fundação Calouste Gulbenkian-Moraes Editores, Lisboa, 1977


[Esparsa al desconcierto del mundo

Los buenos vi siempre pasar
En el mundo graves tormentos;
Y para espantarme más,
Los malos vi siempre nadar
En mar de contentamientos.
Cuidando alcanzar así
El bien tan mal ordenado
Fui malo, mas fui castigado.
Así que, sólo para mí,
Anda el mundo concertado
.]

Nota: en el canto galaico-portugués, la esparsa es una trova de 8 a 16 versos heptasilábicos, generalmente de queja de amor.

Ilustración: Camões, c.1573, Fernão Gomes

viernes, febrero 25, 2011

Giuseppe Ungaretti / Inútil infinito





Los recuerdos

Los recuerdos, un inútil infinito,
Pero solos y unidos contra el mar, intacto
En medio de estertores infinitos...

El mar,
Voz de una grandeza libre,
Pero inocencia enemiga en los recuerdos,
Rápido para borrar las dulces huellas
De un pensamiento fiel...

El mar, sus lisonjas melancólicas
Tan feroces y tan, tan esperadas
Y en su agonía,
Presente siempre, renovada siempre,
En el pensamiento vigilante, la agonía...

Los recuerdos,
El verter en vano
De arena que se mueve
Sin pesar sobre la arena.

Ecos breves prolongados
Sin voz eco de los adioses
De minutos que parecieron felices.


Giuseppe Ungaretti (Alejandría, 1888-Roma, 1970), Vita d'un uomo. Tutte le poesie, Mondadori
Versión de Angel Faretta


I ricordi

I ricordi, un inutile infinito,
Ma soli e uniti contro il mare, intatto
In mezzo a rantoli infiniti...

Il mare,
Voce d’una grandezza libera,
Ma innocenza nemica nei ricordi,
Rapido a cancellare le orme dolci
D’un pensiero fedele...

Il mare, le sue blandizie accidiose
Quanto feroci e quanto, quanto attese,
E alla loro agonia,
Presente sempre, rinnovata sempre,
Nel vigile pensiero l’agonia...

I ricordi,
Il riversarsi vano
Di sabbia che si mueve
Senza pesar sulla sabba,
Echi brevi protratti,
Senza voce echi degli addii
A minuti che parvero felici...


Ilustración: Cascos de barco en el Tamar, crepúsculo, 1813 J.M.W. Turner

jueves, febrero 24, 2011

Enrique Banchs / El Cristo del juzgado




El Cristo del juzgado


Mientras lee el secretario con voz que atrista
de los considerandos partes primeras,
el juez que tiene cara de prestamista
va marcando el programa de las carreras.

Se trata del proceso de un anarquista
que gritó cuatro cosas por las aceras,
y el a latere docto pasa en revista
los cargos que merecen penas severas.

Tiene el muro un doliente Crucificado
que fermenta en sus llagas toscos rubíes.
Cercanas a los clavos del pie llagado

se entretejen rojizas llagas de herrumbre...
(¿Qué hará entre providencias y entre otrosíes
ese cuerpo de ayunos y mansedumbres...?)

Las barcas [1907]

Enrique Banchs ((Buenos Aires, 1888-1968), Antología de la poesía argentina, tomo I, selección de Raúl Gustavo Aguirre, Ediciones Librería Fausto, Buenos Aires, 1979

Foto: La Prensa

miércoles, febrero 23, 2011

Patrizia Cavalli / Poemas, 2




Aun cuando parece que el día
ha pasado como un ala de golondrina,
como un puñado de polvo
arrojado y que ya no es posible
recoger y la descripción
el relato no encuentran necesidad
ni escucha, hay siempre una palabra
una palabrita que decir
aunque sea para decir
que no hay nada que decir.

*

En el cesto de la ropa blanca sucia
reconozco el verano
los pantalones livianos las camisetas.

*

Tengo mucho apuro por partir
para poder pararme a limpiar
las huellas de la escapada.

*

Dulcísimo es quedarse
y mirar en la inmovilidad
soberana la belleza de una pared
donde el hilo de la luz y la lámpara
existen desde siempre
para garantizar su permanencia.

*

Montaña de luz abanico
¡paisajes paisajes! cómo podré
desatar mis pies, cómo
descender -reina de las rocas
y de los abismos- al paso involuntario,
a la mano que abre una puerta, a la voz
que pregunta dónde iré a comer.

Patrizia Cavalli (Todi, 1947), Poesie, Einaudi, Florencia, 1999
Versiones de J. Aulicino


Anche quando sembra che la giornata / sia passata come un'ala di rondine, / come una manciata di polvere / gettata e che non è possibile / raccogliere e la descrizione / il racconto non trovano necessità / né ascolto, c'è sempre una parola / una paroletta da dire / magari per dire / che non c'è niente da dire.


Nel cesto della biancheria sporca / riconosco l'estate, / i pantaloni leggeri le magliette.

Avevo troppa fretta d partire / per potermi fermare a ripulire / le tracce della corsa.


Dolcissimo è rimanere / e guardare nella immobilità / sovrana la bellezza di una parete / dove il filo della luce e la lampada / esistono da sempre / a garantire la loro permanenza.

Montagna di luce ventaglio,/ paesaggi paesaggi! come potrò / sciogliere i miei piedi, come / discendere - regina delle rupi / e degli abissi - al passo involontario, / alla mano che apre una porta, alla voce / che chiede dove andrò a mangiare.

---
Foto: Patrizia Cavalli Facebook

martes, febrero 22, 2011

Delmore Schwartz / Consideremos dónde están...





















Consideremos dónde están los grandes hombres

Consideremos dónde están los grandes hombres
que obsesionarán al niño cuando sepa leer:
Joyce enseña en Trieste en una escuela Berlitz,
aprende a pronunciar los juegos de palabras en Finnegan's Wake...
Eliot trabaja en un banco, y allí aprende
las utilidades y las pérdidas,
la muerte de las ciudades...
Pound brama en contra de él, encuentra lo que los expatriados
pueden hallar,
una confusión de culturas de todos los tiempos,
como una muestra de Picasso.
Rilke soporta
la no oída música del silencio y de la soledad
en vacíos castillos que grandes caballeros abandonaron
(como Beethoven, hachando de la memoria
los inefables bosques de los últimos cuartetos).
Trotsky, también en el exilio, pasea por Londres
con Lenin, le escucha decir semi verdades de exiliado:
"Mira: ésta es la Westminster de ellos", como si
los rasgos del padre fueran el alma entera del hijo...
También Yeats, como Rilke, con maneras de antiguos señores,
busca lo permanente entre la pérdida
cotidiana y desesperada del amor, de los amigos,
de cada uno de los pensamientos con que comenzó su época...
Kafka trabaja en una oficina en Praga, aprende
qué burocrática es la vida,
qué lejos está Dios,
en una escuela de teología de empleados...
Perse, diplomático en Asia,
descubre la violenta energía con la cual
la civilización se crea a sí misma y marcha...
Sin embargo, con esas imágenes él no puede ver
la apatía moral luego del Pacto de Munich,
el forzado silencio de la línea Maginot,
y además no puede prever la caída de Francia...
También Mann, en Davos-Platz, encuentra en los enfermos
el triunfo del artista y del intelecto...
Por toda Europa estos desterrados descubren en el arte
lo que es el exilio: también el arte se convierte en exilio,
un secreto y un código estudiado en secreto,
proclamando la agonía de la vida moderna:
este niño aprenderá de la vida de estos grandes hombres,
participará de su soledad,
y quizás, al final, en una noche
como ésta, volverá al punto de partida, a su nombre
mostrándose a sí mismo como tal, entre sus amigos.

Delmore Schwartz (Nueva York, 1913-1966), Alberto Girri, 15 poetas norteamericanos. Segunda serie, Editorial Bibliográfica Omeba, Buenos Aires, 1969 (edición no bilingüe)
---
Foto: 1x.com, Mal Smart, In Pursuit of the Sublime

lunes, febrero 21, 2011

Kenneth Rexroth / La vida color de rosa


Anteojos de color rosa

Diez años, y todavía está en la
Radio. La vie en rose
Se derrama desde una docena de ventanas
En el canal. Una mujer
Y su hijo en una barcaza
De verduras la cantan. Un hombre, limpiando
La proa de su góndola,
La canta mientras su perro mueve la cola.
Los chicos jugando a la rayuela la cantan.
Ropa a medio lavar cuelga sobre las cabezas.
Flota basura en el estrecho canal.
Más radios se suman. A través
Del canal, detrás de las ventanas enrejadas
De la Cárcel de Mujeres, un centenar
De puras voces de carteristas
Y prostitutas comienza a cantarla.
Es como estar en la iglesia.
El próximo número es Ciao, ciao, bambina.

Kenneth Rexroth (South Bend, Indiana, 1905-Montecito, California, 1982), Venice, 1959-1964/65
Versión de J. Aulicino


Rose Colored Glasses

Ten years, and it’s still on the
Radio. La vie en rose
Spills out of a dozen windows
Onto the canal. A woman
And her son in a vegetable
Barge sing it. A man polishing
The prow of his gondola
Sings it while his dog wags its tail.
Children playing hopscotch sing it.
Grimy half washed clothes hang overhead.
Garbage floats in the narrow canal.
More radios join in. Across
The canal, beyond the iron windows
Of the Women’s Prison, a hundred
Pure voices of pickpockets
And prostitutes start to sing it.
It is just like being in church.
The next number is Ciao, ciao, bambina.

Bureau of Public Secrets

Ilustración: Venice: An Imaginary View of the Arsenale, c. 1840, J.M.W. Turner

domingo, febrero 20, 2011

Cecilia Romana / Mudanza


Mudanza

Te dormiste boca arriba.
A las cuatro de la mañana
balbuceaste un nombre.

No me inquieta.
Tu parte oscura jamás me interesó.
Yo quería un hombre para vivir.


Cecilia Romana (Buenos Aires, 1975), El libro de los celos, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009

Foto: Cecilia Romana Gobierno del Estado de Chiapas

sábado, febrero 19, 2011

Miguel Gaya a merced de la mafia rusa



Traduttore traditore

por Miguel Gaya


No soy el mejor en mi oficio, eso está claro. Tampoco el más requerido. Que sonara el teléfono y que fuera por un trabajo me desbocó el corazón. Señal que debería haber atendido, en vez de colgarme de la pastosa voz y de su acento raro. Para cuando pude descifrarlo, la conversación había terminado. “La mafia rusa” me dije, maravillado.
Como no podía ser de otro modo, la cita fue en la calle Moscú, incongruentemente, esquina Altolaguirre; pero, ¿cuántas otras calles corta Moscú? Pocas, muy pocas en el barrio demente de Parque Chas. Mientras esperaba impaciente, pensé en el esfuerzo del viejo Luchi para transformar esos parajes mezquinos en algo mitológico.
Pero yo no me había movido mucho de los tópicos después de todo. Para causar buena impresión me había puesto un impermeable con las solapas levantadas. Fue una suerte, porque era una noche de perros. Bochornosa, pero de una llovizna persistente.
Los faros sobre el empedrado anunciaron el único auto que enderezó por esa callejuela. Para mi consternación, no era un Volvo negro, sino un Lada desvencijado, de esos que para mayor escarnio imitaban un Fiat. Acá hay coherencia, creo que pensé. El gordo que manejaba se estiró para abrirme la puerta de atrás, que volvió a cerrar con un estrépito de chapa vieja. “Buenas noches” dijo, y aún así su voz sonó con varias erres. Si no hubiese sido por los barquinazos, hubiera jurado que no había puesto en marcha el auto. Todo allí era lluvia, vapor, sombras de árboles enormes y luces mortecinas de la calle.
El gordo era una caricatura de un matón de la mafia rusa. Rapado, con un cuello grueso y ojitos hundidos. Y un apestoso olor a vodka, chucrut o lo que fuera. Era evidente que me distraje, porque me sobresaltó ver a un tipo sentado en el asiento trasero, casi pegado a la ventanilla opuesta. Era flaco, narigón, con un flequillo ridículo, pulóver y campera de cuero negro. Demasiado abrigado para la estación, pensé, pero es que vienen de Rusia. A la luz de un relámpago, o de apenas una luz municipal, ahogué un grito. El flaco era, sin lugar a dudas, Maiacovski.
Me le quedé mirando como un estúpido y él, con un gesto de fastidio, hundió el índice en la espalda del grandote que manejaba. El gordo me miró por el espejo retrovisor y me confirmó: “Es el camarada Maiacovski”. Miraba desorbitado a uno y a otro, pero en lo único que pude pensar fue que el gordo había comido ajo, mucho ajo. Tragué saliva para decirle algo al poeta, pero él habló en ruso, directo al gordo.
“Dice el camarada que lo conocemos. Conocemos su trabajo y su reputación, así que tenemos un encargo para usted”. Asentí estúpidamente. Quiero decir, con la boca abierta. Hubiera dicho que sí a cualquier cosa. Maiacovski siguió hablando, con voz apagada y rápida. Nunca pensé que pudiera hablar así, siempre lo pensé hablando fuerte, a multitudes. Pero así hablaba.
“El camarada es un hombre amplio, ecuánime. Comprende que los hombres hablan lenguas diferentes, y que los pueblos pueden compartir la poesía, más allá del idioma. ¿Me sigue?” Dije que sí, claro. Maiacovski siguió hablando, perentorio. El gordo tradujo:
“Así que él está dispuesto, qué digo dispuesto, feliz”, apuntó, girando un poco su enorme torso, “a escuchar su poesía en cualquier idioma del mundo, en cualquier voz de cualquier hombre, ¿me entiende?” El gordo se aplicó a intentar acelerar en una bocacalle donde parpadeaba un semáforo, con un resultado lastimoso. Maiacovski ahora hablaba más alto, más rápido.
“Pero lo que ha hecho Lila Guerrero no tiene nombre. Se le fue la mano. Nadie tiene ese derecho”. Me quedé sin habla, por más que antes no hubiera hablado. El gordo siguió, casi pisándose con las palabras del poeta. “En la poesía se puede ignorar todo: las imágenes, la rima, hasta la distribución de los versos, pero la música, ¡jamás! ¡Jamás el ritmo! ¿Me entendió?” Dije que sí con la cabeza. “Si le sacamos el ritmo a la poesía, su música, ¿qué queda?” me preguntó el gordo, mirándome con sus ojitos hundidos en la grasa. Me sentí personalmente interpelado, pero intuí que era peligroso contradecirlo. Maiacovski se echó para atrás, como cansado. Ahora las palabras eran rápidas, pero apagadas.
“No le pedimos algo peligroso. Lila Guerrero debe ser ahora una persona mayor, que no opondrá resistencia. Tampoco queremos nada cruento. Algo profesional, rápido. Elija usted el método, pero el camarada se inclina por disparos de revólver, o pistola, lo mismo da”. El poeta se calló y clavó la vista, como desinteresado, en la ventanilla mojada. Pensé en “la nube en pantalones”, en la melancolía y el suicidio del poeta. Pero alguien que se descerraja un balazo en el corazón no es precisamente un blando. Pero había algo en toda la escena que me desagradaba.
Por su cuenta, sin indicaciones del poeta, el gordo siguió hablando: “Sabemos que es un profesional, que es su trabajo, así que díganos usted su precio”. Suspiré hondo antes de hablar. El encargo no me gustaba. Aunque pensándolo bien, Lila Guerrero sería, según mis cuentas, una vieja derrengada, si no estaba ya muerta de muerte natural. Seguramente, ellos no lo sabían, o no lo sabían con certeza, de lo contrario no estarían acá, tratando de contratarme. Pero no me gustaba. Teníamos una ética: nada de mujeres, nada de menores, y nada de violaciones previas a ninguno de ellos llegado el caso. Pero el trabajo escaseaba. “30.000”, dije, para desalentar. “La mitad ahora”. El gordo me miró por el espejo. Asintió. Sentí al mismo tiempo alivio y una punzada en el estómago. Después de todo, ¿quién puede juzgar una traducción? Y, en rigor, era eso lo que me molestaba.
“Escúcheme, camarada, ¿cómo sabe usted que la traducción es mala?” Maiacovski me miró, en silencio, algo molesto por haberlo sacado de su ensimismamiento. “¿Cómo sabe que las versiones no respetan el original?” insistí. Con fastidio, el poeta oprimió su índice contra la espalda del grandote, que dándose vuelta hacia él escupió algunas frases en ruso, o eso supuse. Maiacovski pareció reflexionar sobre lo dicho, y le comunicó algo al gordo. “Me dijeron”, dijo escuetamente el gordo. Me quedé pensando. Maicovski había dicho varias frases, su parlamento fue, si no largo, bastante más abultado que un escueto “Me dijeron”. Se lo hice saber al gordo. Le dije, además, que todo idioma tiene su ritmo, su respiración, que no se puede condenar así como así una versión, por más que no respetase literalmente, li-te-ral-men-te, repetí, las palabras originales. El gordo iba traduciendo lo que yo le decía, pero entre que me miraba a mí para escucharme, y se daba vuelta para el otro lado para hablarle a Maiacovski, el auto daba bandazos y se metía en todos los pozos de la calle cualquiera por donde íbamos, creo que sin rumbo.
Maicovski respondió. O mejor dicho, le dijo algo al gordo. El gordo me interpeló. Que quién era yo para decir eso. Que dónde había leído yo sus poemas en ruso, ¿o acaso lo había hecho? No tuve más remedio que negar con la cabeza, y una sonrisa desdeñosa paseó por los labios finos del poeta. Pero aún así, dijo el gordo, aún así, debería saber cuándo un poema arde y cuándo es una fantasmagoría. Lo miré asombrado. No podía imaginarme la palabra “fantasmagoría” en ruso. Le contesté que generaciones de argentinos, qué digo argentinos, de hispanoparlantes, se habían emocionado y vibrado con los poemas de Maiacovski en español gracias a Lila Guerrero. Qué cómo se atrevía a sentenciar a alguien que había llevado amorosamente su voz, su voz propia, a oídos y corazones impensados por él, que ni siquiera sabía que existían. El gordo traducía atropelladamente a Maiacovski, y Maiacovski atropelladamente le contestaba. No le dejé seguir. “¡Dígame, dígame si usted los escuchó en español, si usted los entiende, si entiende lo que escribió!” grité “¡Dígame usted y en español su verso mejor!”
Lo que siguió fue un pandemonio. Maicovski gritaba. Yo vociferaba sus versos en español. Supongo que él los aullaba en ruso. El gordo gritaba también, para ambos lados. Comenzamos a empujarnos uno al otro, gritando algo que tal vez creíamos poesía. Finalmente el gordo estiró un brazo descomunal y agarrándome de las solapas me estrujó contra el fondo del auto.
“¡Basta! ¡No vamos a discutir con usted crítica literaria!” gritó. Maiacovski se alisó sus ropas y se volvió a hundir en el asiento, sonriendo con desdén. “¿Toma el trabajo o no toma el trabajo?”
Dije que sí con la cabeza, tratando de componer una figura digna. El gordo tomó un sobre del asiento del acompañante y empezó a separar billetes. Había un montón. Quedaron más de los que me alcanzó en un puñado. Los agarré sin mirar, y el gordo paró el auto y abrió la puerta.
“Adiós” dijo. “Nos enteraremos cuando termine el trabajo.” El auto se separó del cordón y se perdió en la noche, con una sola luz y sacando humo por el caño de escape.
Me acomodé el impermeable para recuperar la compostura. Busqué una luz cercana para contar los billetes. Estaba junto a un paredón sombrío e inacabable. La Chacarita, me dije. Un lugar bueno como cualquier otro para empezar a buscar a Lila Guerrero. Caminé hasta una luz amarillenta y allí le eché una ojeada a los billetes. Todos escritos en cirílico, donde hercúleos obreros dibujados abrían el camino al porvenir.

© Miguel Gaya

viernes, febrero 18, 2011

Juan Rodolfo Wilcock / De "Poesie inedite", 2



Aprovechemos que hay una fuente

Aprovechemos que hay una fuente,
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la orilla que es negra sobre el cielo negro
con pocas estrellas porque es una noche oscura
y los árboles se sacuden en el viento,
piensa que hacen eso toda la noche,
sería extraño que tú estuvieras aquí
para escuchar el rumor de una fuente
en la oscuridad majestuosa de la montaña,
ni en sueños vendrías aquí arriba,
si no hubiese espantando un halcón
pensaría que ni siquiera yo estoy aquí,
no obstante, no obstante, aun si no estás,
y ni siquiera yo sé si estoy,
por cierto querría que estuviésemos aquí
y que tu mundo se uniese al mío
por el único punto en que se tocan,
aprovechando que hay una fuente
y el silencio y la noche y las rocas negras
y la orilla que es negra sobre el cielo negro.



Te tiendes sobre ti misma sin adorno

Te tiendes sobre ti misma sin adorno
toda recorrida por pequeños guerreros
que dejas hacer, inmóvil, imaginando,
y con un lento brazo te acarician
los cabellos derramados en castillos
y el cuerpo enjoyado de prefecturas,
de Paduas, de Sienas, de Venecias,
¡oh marismeña de cola blanca
lamida por el petróleo y por el plástico!
Enamorabas, desmemoriada, enamoras.

Juan Rodolfo Wilcock (Buenos Aires, 1919-Lubriano di Bagnoregio, Viterbo, 1978), "Poesie inedite", Poesie, Adelphi Edizioni, Milán, 1993
Versión de Jorge Aulicino


Approfittiamo che c'è una fontana

Approfittiamo che c'è una fontana,
e il silenzio e la notte e i massi neri
e la ripa ch'è nera sul cielo nero
con poche stelle perché è una notte buia
e gli alberi si scuotono nel vento,
pensa che fanno così tutta la notte,
sarebbe strano che tu fossi qui
a ascoltare il rumore di una fontana
nel buio maestoso della montagna,
neanche per sogno verresti quassù,
se non avessi spaventato un falco
penserei che nemmeno io ci sono,
eppure, eppure, anche se non ci sei,
e io non son nemmeno se ci sono,
certo vorrei che fossimo qui
e che il tuo mondo si congiungesse al mio
per quell'unico punto in cui si toccano,
approfittando che c'è una fontana
e il silenzio e la notte e i massi neri
e la ripa ch'è nera sul cielo nero.


Ti sdrai su te stessa senza trucco

Ti sdrai su te stessa senza trucco
tutta percorsa da piccoli guerrieri
che lasci fare, immobile, immaginando,
e con un lento braccio ti accarezzi
i capelli cosparsi di castelli
e il corpo ingioiellato di prefetture,
de Pavie, di Siene e di Venezie,
o maremmana dalla coda bianca
lambita dal petrolio e dalla plastica!
Innamoravi, immemore, innamori.


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Ilustración: Paesaggio con fiume, 1473, Leonardo Da Vinci

jueves, febrero 17, 2011

Rafael Bielsa / Arte poética



Arte poética

Dijo que todas ellas murieron, sí
lo dijo, que son como ademán de polvo
en las ventanas. Dijo
que ni pupila ni trance ni acróbata:
humilde anillo, en cambio, cabeza
de alfiler. Dijo: mirarlas
como a resplandor. Las palabras -dijo-,
hay grandes verdades en ellas;
caminos vacíos, una ciudad de cal
en donde un puñado de monos melancólicos
busca para refugio los lugares frescos.


Rafael Bielsa (Rosario, 1953), 200 años de poesía argentina, selección de Jorge Monteleone, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2010

Ilustración: Monkey as Antiques Collector, 1740, Jean-Siméon Chardin

martes, febrero 15, 2011

Vladimiro Maiacovski / Mi verso mejor

El auditorio
arroja sus preguntas hirientes,
insiste en un desafío de papeletas.
"Camarada Maiacovski,
lea su verso mejor".
Mientras pienso
tomado de la mesa,
quizá leerles éste,
o tal vez aquél.
Mientras reviso
mi viejo arsenal poético,
y muda, en silencio,
la sala espera,
el secretario del Obrero del Norte,
murmurándome
al oído
me dijo...
Y yo grité, saliéndome del tono poético,
más fuerte que las trompetas de Jericó:
"¡Camaradas"
¡Los obreros
y las tropas de Cantón
tomaron Shangai!"
Como si al aplauso
lo amasaran con las palmas de las manos,
crecía la ovación,
crecía su fuerza.
Cinco,
diez,
quince minutos
aplaudía el salón.
Parecía que la tormenta
cubría leguas y leguas,
en respuesta a todas las notas Chamberlánicas,
y rodaba hasta llegar a la China,
alejando los torpederos de Shangai.
No comparo la mejor jalea poética,
cualquiera de las más grandes glorias poéticas,
con la sencilla noticia del diario
si a esta noticia
la aplaude así nuestro auditorio.
¿Acaso hay ligadura de fuerza mayor
que la solidaridad
de la colmena obrera?
¡Aplaude
obrero textil
a los desconocidos
y queridos
coolíes de la China!

1925

Vladimiro Maiacovski (Baghdati, Georgia, 1893 – Moscú, 1930) Antología poética, traducción de Lila Guerrero, Editorial Losada, Buenos Aires, 1970
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Foto: Maiacovski, 1924, por Alexander Rodchenko