1
La última vez que florecieron las lilas en el jardín
y la primera gran estrella caía en el cielo de occidente por la noche,
yo me lamenté y me lamentaré con el eterno regreso de la primavera.
Primavera que eternamente regresas, trinidad segura me traes,
lilas que florecen perennes y estrella que cae en el oeste,
y el pensamiento de aquel que amo.
2
¡Oh, poderosa estrella del occidente caída!
¡Oh, sombras de la noche! — ¡oh, noche cambiante, llorosa!
¡Oh, gran estrella desaparecida! — ¡oh, negra oscuridad que oculta a la estrella!
¡Oh, crueles manos que me dejan impotente! — ¡oh, inútil alma mía!
¡Oh, dura nube envolvente que no liberará mi alma!
3
En el jardín, frente a una vieja granja junto a una cerca blanqueada,
se yergue el arbusto de lilas, crece alto con sus hojas acorazonadas de un rico verde,
con varias flores puntiagudas elevándose delicadas, con el fuerte perfume que amo,
con cada hoja un milagro — y de este arbusto en el jardín,
con flores de delicado color y hojas acorazonadas de un rico verde,
arranco un ramito con su flor.
4
En el pantano, en apartados rincones,
un tímido pájaro escondido gorjea una canción.
Solitario, el zorzal,
el ermitaño recogido en sí mismo, evita los pueblos,
canta solo una canción.
Canción de la garganta sangrante,
canción de la vida que mana de la muerte (pues, querido hermano, sé bien
que si no te fuera dado cantar, seguramente morirías).
5
Sobre el pecho de la primavera, en el campo, entre ciudades,
entre senderos y a través de viejos bosques, donde recientemente las violetas brotaban del suelo y manchaban los restos grises,
entre la hierba en los campos a cada lado de los senderos, pasando la hierba infinita,
pasando los trigales amarillos, donde cada grano se eleva de su mortaja en los campos de un gris pardo,
pasando los manzanos de flores blancas y rosadas de los huertos,
llevando un cadáver a la tumba en que descansará,
de noche y de día viaja un ataúd.
6
Ataúd que pasas por veredas y calles,
de día y de noche con la gran nube que oscurece la tierra,
con la pompa de las banderas a media asta, con las ciudades enfundadas de negro,
con el espectáculo de los Estados mismos cual mujeres de pie con velos de crespón,
con procesiones largas y sinuosas y antorchas en la noche,
con incontables teas encendidas, con el mar silencioso de los rostros y las cabezas descubiertas,
con la estación que espera, el ataúd por llegar y los sombríos rostros,
con himnos fúnebres en la noche, con las mil voces que se elevan fuertes y solemnes,
con todas las voces dolientes de los himnos fúnebres derramadas en el ataúd,
las iglesias en penumbras y los órganos temblorosos — entre estas cosas viajas,
con el metálico tañido, perpetuo tañido de las campanas,
toma, ataúd que pasas lentamente,
te doy mi ramita de lila.
7
(No para ti, para uno solo,
traigo flores y ramas verdes a todos los ataúdes,
pues, fresco como la mañana, así cantaría una canción para ti, oh cuerda y sagrada muerte.
Toda entera con ramilletes de rosas,
oh, muerte, yo te cubro toda entera de rosas y lirios tempranos,
pero ahora, en especial, con la lila que florece primero,
copiosamente las arranco, arranco las ramitas de los arbustos,
con brazos cargados llego y las derramo para ti,
para ti y todos tus ataúdes, oh muerte.)
8
Oh, estrella del occidente que navegas el cielo,
ahora sé lo que quisiste decir hace un mes cuando yo paseaba,
cuando yo paseaba en silencio en la noche transparente y sombría,
cuando vi que tenías algo para decir al inclinarte hacia mí noche tras noche,
cuando caíste del cielo lentamente como hacia mi lado (mientras todas las otras estrellas nos miraban),
cuando vagamos juntos en la noche solemne (pues algo, no sé qué, me impedía dormir),
cuando la noche avanzaba y yo veía, en el borde del oeste, cuán llena estabas de congoja,
cuando estaba de pie sobre suelo alto, en la brisa, en la fría noche transparente,
cuando observé el lugar donde pasabas para perderte en la negrura descendente de la noche,
cuando mi alma, insatisfecha, se hundió en su dolor, como tú, triste estrella,
concluías, caías en la noche, y desaparecías.
9
Canta allí en el pantano,
oh, cantor tímido y tierno, escucho tus notas, escucho tu llamado,
escucho, llego de inmediato, te comprendo,
pero me demoro un momento, pues la lustrosa estrella me ha detenido,
la estrella retiene a mi camarada que se va, y me detiene.
10
Oh, ¿cómo habré de gorjear para ese muerto que amé?
¿y cómo habré de adornar mi canción para la gran alma dulce que se ha ido?
¿y qué perfume habré de llevar a la tumba de aquel a quien amo?
Vientos marinos soplan del este y del oeste,
que soplan del mar oriental y soplan del mar occidental, para juntarse allí en las praderas,
con ellos y con el aliento de mi canto,
perfumaré la tumba de aquel a quien amo.
11
Oh, ¿qué habré de colgar en las paredes del cuarto?
¿y cuáles habrán de ser los cuadros que cuelgue en las paredes,
para adornar el sepulcro de aquel a quien amo?
Cuadros de creciente primavera y granjas y hogares,
con el atardecer del cuarto mes y el humo gris lúcido y brillante,
con las riadas amarillo doradas del sol poniente precioso, indolente, que explota y se expande en el aire,
con la frescura dulce de la hierba bajo los pies, y las hojas de un verde pálido de los árboles prolíficos,
en la distancia, la bruma que fluye, el pecho del río con motas de viento aquí y allá,
con colinas escalonadas en las riberas, con muchas líneas contra el cielo, y sombras,
y la ciudad cercana con las moradas tan densas, y montones de chimeneas,
y todas las escenas de la vida y los talleres, y los obreros volviendo a sus hogares.
12
Mirad, cuerpo y alma — esta tierra,
mi propio Manhattan con sus pináculos y mareas burbujeantes y presurosas, y barcos,
la tierra variada y amplia, el sur y el norte en la luz, las costas de Ohio y el parpadeante Missouri,
y siempre las praderas amplias a lo lejos cubiertas de hierba y maíz.
Mirad, el sol más excelente tan calmo y altivo,
el amanecer violáceo y púrpura con leves brisas,
la suave luz recién nacida, inabarcable,
el milagro que se expande bañándolo todo, cumplido el mediodía,
el delicioso ocaso que llega, la noche bienvenida y las estrellas,
que brillan todas sobre mis ciudades, envolviendo al hombre y a la tierra.
13
Canta, canta, pájaro grisáceo,
canta desde los pantanos, en los rincones, derrama tu canto desde los arbustos,
ilimitado, desde las sombras, desde los cedros y los pinos.
Canta, hermano querido, gorjea tu aguda canción,
alta canción humana, con voz de supremo dolor.
¡Oh, fluida y libre y tierna!
¡Oh, salvaje y libre para mi alma! — ¡oh, maravilloso cantor!
Solo a ti te escucho — pero la estrella me retiene (mas pronto se irá),
pero la lila con su penetrante olor me retiene.
14
Ahora bien, de día, cuando yo estaba sentado y miraba ante mí,
hacia el final del día con su luz y sus campos de primavera, y los campesinos que preparan sus cosechas,
en el vasto decorado inconsciente de mi tierra con sus lagos y bosques,
en la aérea belleza celestial (después de los vientos turbulentos y las tormentas),
bajo la bóveda del cielo de la tarde que pasaba rápido, y las voces de niños y mujeres,
las muchas mareas movedizas, y yo veía a los barcos que navegaban,
y el verano que se acercaba con riqueza, y los campos atareados de trabajo,
y las infinitas casas separadas, cómo todas avanzaban, cada una con sus comidas y minucias cotidianas,
y las calles que latían palpitantes, y las ciudades contenidas — entonces, allí,
cayendo sobre todas ellas y en medio de todas ellas, envolviéndome con el resto,
apareció la nube, apareció el largo rastro negro,
y conocí la muerte, su pensamiento, y el sagrado conocimiento de la muerte.
Entonces, con el conocimiento de la muerte caminando a mi lado,
y el pensamiento de la muerte caminando al otro lado,
y yo en medio como entre dos compañeros, y como tomando las manos de los compañeros,
hui hacia la oculta noche receptiva que no habla,
hacia las costas, el camino hacia el pantano en la penumbra,
hacia los solemnes cedros sombríos y los pinos fantasmales e inmóviles.
Y el cantor, tan tímido con los demás, me recibió,
el pájaro grisáceo que conozco, nos recibió a los tres camaradas,
y cantó la canción de la muerte, y un poema para aquél a quien amo.
Desde profundos rincones apartados,
desde los fragantes cedros y los pinos fantasmales e inmóviles,
llegó la canción del pájaro.
Y el encanto de la canción me capturó,
mientras yo sostenía como de las manos a mis camaradas en la noche,
y la voz de mi espíritu coincidía con la canción del pájaro.
Ven, agradable y reconfortante muerte,
ondula alrededor del mundo, llega serena, llega,
de día, o de noche, para todos, para cada uno,
tarde o temprano, delicada muerte.
Loado sea el universo insondable,
por la vida y la alegría, y por los objetos y saber curiosos,
y por el amor, dulce amor — pero ¡loado, loado, loado!!
por el abrazo seguro, fresco, envolvente, de la muerte.
Oscura madre que siempre te deslizas cerca con suaves pisadas,
¿nadie ha cantado para ti un canto de plena bienvenida?
Entonces yo lo canto para ti, yo te glorifico por encima de todas las cosas,
yo te traigo una canción para que, cuando vengas, vengas sin dudar.
Acércate fuerte, libertadora,
cuando es así, cuando los has arrebatado, yo canto alegremente a los muertos,
perdidos en el amoroso océano que eres tú,
bañados en el diluvio de tu dicha, oh, muerte.
De mi hacia ti, alegres serenatas,
danzas propongo para saludarte, adornos y deleites para ti,
y las vistas del paisaje abierto y el alto cielo extendido son adecuados,
y la vida y los campos, y la noche inmensa y pensativa.
La noche silenciosa bajo innumerables estrellas,
la costa del océano y la ronca ola murmurante cuya voz conozco,
y el alma que se vuelve hacia ti, oh, vasta y velada muerte,
y el cuerpo agradecido que anida cerca de ti.
Sobre las copas de los árboles hago flotar tu canción,
sobre las olas que se levantan y se hunden, sobre las miríadas de campos y las anchas praderas,
sobre las ciudades populosas todas y los atestados muelles y caminos,
yo hago flotar esta canción con alegría, con alegría para ti, oh muerte.
15
En armonía con mi alma,
alto y fuerte continuó el pájaro grisáceo,
con notas puras, deliberadas, que extendían y llenaban la noche.
Alto en los pinos y en los cedros sombríos,
claro en la frescura húmeda y en el perfume del pantano,
y yo con mis camaradas, allí en la noche.
Mientras tanto, mi vista encerrada en mis ojos abiertos,
sobre largos panoramas de visiones.
Y yo vi de reojo a los ejércitos,
vi, como en sueños silenciosos, cientos de estandartes de guerra,
cargados a través del humo de las batallas y agujereados con proyectiles, yo los vi,
y llevados de aquí para allá a través del humo, y arrancados y ensangrentados,
y al final sólo unos pocos jirones en las astas (y todo en silencio),
y las astas todas astilladas y rotas.
Yo vi los cadáveres de las batallas, miríadas de ellos,
y los blancos esqueletos de hombres jóvenes, yo los vi,
vi restos y restos de todos los soldados asesinados en la guerra,
pero vi que no eran como se creía,
ellos mismos estaban en completo descanso, no sufrían,
los que quedaban vivos sufrían, la madre sufría,
y la esposa y el niño y el reflexivo camarada, sufrían,
y los ejércitos que quedaban, sufrían.
16
Paso las visiones, paso la noche,
paso, suelto las manos de mis camaradas,
paso la canción del pájaro ermitaño y el canto coincidente con mi alma,
victoriosa canción, canción de liberación de la muerte, pero canción que varía, siempre cambiante,
baja y sufriente, pero de notas claras, que sube y baja, inundando la noche,
que triste se hunde y se desvanece, como advirtiendo y advirtiendo, y otra vez estalla de alegría,
cubriendo la tierra y llenando la extensión del cielo,
como ese poderoso salmo en la noche que oía desde los rincones,
paso, te abandono, lila con hojas acorazonadas,
te abandono allí en el jardín, florecida, regresando con la primavera.
Ceso mi canto para ti,
mi mirada para ti hacia el oeste, de cara al oeste, comulgando contigo,
oh, camarada brillante con tu rostro plateado en la noche.
Pero guardemos cada cosa recuperada de la noche,
el canto, el maravilloso canto del pájaro gris pardo,
y el canto coincidente, el eco despertado en mi alma,
con la brillante estrella caída, con su rostro lleno de dolor,
con quienes sostenían mi mano al acercarnos al canto del pájaro,
mis camaradas y yo en el medio, y conservemos siempre su recuerdo, por el muerto a quien tanto amé,
por el alma más dulce y sabia de todos mis días y tierras — y esto en su querido nombre,
lila y estrella y pájaro entrelazados con el canto de mi alma,
allá en los fragantes pinos y los cedros sombríos.
Walt Whitman (West Hills, Estados Unidos, 1819 – Camden, Estados Unidos, 1892), "Memories of Presidente Lincoln",
Leaves of Grass, David Mc Kay, Filadelfia, 1891-92
The Walt Whitman ArchiveVersión de Griselda García
When Lilacs Last
in The Dooryard Bloom'd
1
WHEN lilacs last in the dooryard bloom'd,
And the great star early droop'd in the western sky in the night,
I mourn'd, and yet shall mourn with ever—returning spring.
Ever—returning spring, trinity sure to me you bring,
Lilac blooming perennial and drooping star in the west,
And thought of him I love.
2
O powerful western fallen star!
O shades of night—O moody, tearful night!
O great star disappear'd—O the black murk that hides the star!
O cruel hands that hold me powerless—O helpless soul of me!
O harsh surrounding cloud that will not free my soul.
3
In the dooryard fronting an old farm—house near the white—wash'd palings,
Stands the lilac—bush tall—growing with heart—shaped leaves of rich green,
With many a pointed blossom rising delicate, with the perfume strong I love,
With every leaf a miracle—and from this bush in the dooryard,
With delicate—color'd blossoms and heart—shaped leaves of rich green,
A sprig with its flower I break.
4
In the swamp in secluded recesses,
A shy and hidden bird is warbling a song.
Solitary the thrush,
The hermit withdrawn to himself, avoiding the settlements,
Sings by himself a song.
Song of the bleeding throat,
Death's outlet song of life, (for well dear brother I know,
If thou wast not granted to sing thou would'st surely die.)
5
Over the breast of the spring, the land, amid cities,
Amid lanes and through old woods, where lately the violets peep'd from the ground, spotting the gray debris,
Amid the grass in the fields each side of the lanes, passing the endless grass,
Passing the yellow—spear'd wheat, every grain from its shroud in the dark—brown fields uprisen,
Passing the apple—tree blows of white and pink in the orchards,
Carrying a corpse to where it shall rest in the grave,
Night and day journeys a coffin.
6
Coffin that passes through lanes and streets,
Through day and night with the great cloud darkening the land,
With the pomp of the inloop'd flags with the cities draped in black,
With the show of the States themselves as of crape—veil'd women standing,
With processions long and winding and the flambeaus of the night,
With the countless torches lit, with the silent sea of faces and the unbared heads,
With the waiting depot, the arriving coffin, and the sombre faces,
With dirges through the night, with the thousand voices rising strong and solemn,
With all the mournful voices of the dirges pour'd around the coffin,
The dim—lit churches and the shuddering organs—where amid these you journey,
With the tolling tolling bells' perpetual clang,
Here, coffin that slowly passes,
I give you my sprig of lilac.
7
(Nor for you, for one alone,
Blossoms and branches green to coffins all I bring,
For fresh as the morning, thus would I chant a song for you O sane and sacred death.
All over bouquets of roses,
O death, I cover you over with roses and early lilies,
But mostly and now the lilac that blooms the first,
Copious I break, I break the sprigs from the bushes,
With loaded arms I come, pouring for you,
For you and the coffins all of you O death.)
8
O western orb sailing the heaven,
Now I know what you must have meant as a month since I walk'd,
As I walk'd in silence the transparent shadowy night,
As I saw you had something to tell as you bent to me night after night,
As you droop'd from the sky low down as if to my side, (while the other stars all look'd on,)
As we wander'd together the solemn night, (for something I know not what kept me from sleep,)
As the night advanced, and I saw on the rim of the west how full you were of woe,
As I stood on the rising ground in the breeze in the cool transparent night,
As I watch'd where you pass'd and was lost in the netherward black of the night,
As my soul in its trouble dissatisfied sank, as where you sad orb,
Concluded, dropt in the night, and was gone.
9
Sing on there in the swamp,
O singer bashful and tender, I hear your notes, I hear your call,
I hear, I come presently, I understand you,
But a moment I linger, for the lustrous star has detain'd me,
The star my departing comrade holds and detains me.
10
O how shall I warble myself for the dead one there I loved?
And how shall I deck my song for the large sweet soul that has gone?
And what shall my perfume be for the grave of him I love?
Sea—winds blown from east and west,
Blown from the Eastern sea and blown from the Western sea, till there on the prairies meeting,
These and with these and the breath of my chant,
I'll perfume the grave of him I love.
11
O what shall I hang on the chamber walls?
And what shall the pictures be that I hang on the walls,
To adorn the burial—house of him I love?
Pictures of growing spring and farms and homes,
With the Fourth—month eve at sundown, and the gray smoke lucid and bright,
With floods of the yellow gold of the gorgeous, indolent, sinking sun, burning, expanding the air,
With the fresh sweet herbage under foot, and the pale green leaves of the trees prolific,
In the distance the flowing glaze, the breast of the river, with a wind—dapple here and there,
With ranging hills on the banks, with many a line against the sky, and shadows,
And the city at hand with dwellings so dense, and stacks of chimneys,
And all the scenes of life and the workshops, and the workmen homeward returning.
12
Lo, body and soul—this land,
My own Manhattan with spires, and the sparkling and hurrying tides, and the ships,
The varied and ample land, the South and the North in the light,
Ohio's shores and flashing Missouri,
And ever the far—spreading prairies cover'd with grass and corn.
Lo, the most excellent sun so calm and haughty,
The violet and purple morn with just—felt breezes,
The gentle soft—born measureless light,
The miracle spreading bathing all, the fulfill'd noon,
The coming eve delicious, the welcome night and the stars,
Over my cities shining all, enveloping man and land.
13
Sing on, sing on you gray—brown bird,
Sing from the swamps, the recesses, pour your chant from the bushes,
Limitless out of the dusk, out of the cedars and pines.
Sing on dearest brother, warble your reedy song,
Loud human song, with voice of uttermost woe.
O liquid and free and tender!
O wild and loose to my soul—O wondrous singer!
You only I hear—yet the star holds me, (but will soon depart,)
Yet the lilac with mastering odor holds me.
14
Now while I sat in the day and look'd forth,
In the close of the day with its light and the fields of spring, and the farmers preparing their crops,
In the large unconscious scenery of my land with its lakes and forests,
In the heavenly aerial beauty, (after the perturb'd winds and the storms,)
Under the arching heavens of the afternoon swift passing, and the voices of children and women,
The many—moving sea—tides, and I saw the ships how they sail'd,
And the summer approaching with richness, and the fields all busy with labor,
And the infinite separate houses, how they all went on, each with its meals and minutia of daily usages,
And the streets how their throbbings throbb'd, and the cities pent —lo, then and there,
Falling upon them all and among them all, enveloping me with the rest,
Appear'd the cloud, appear'd the long black trail,
And I knew death, its thought, and the sacred knowledge of death.
Then with the knowledge of death as walking one side of me,
And the thought of death close—walking the other side of me,
And I in the middle as with companions, and as holding the hands of companions,
I fled forth to the hiding receiving night that talks not,
Down to the shores of the water, the path by the swamp in the dimness,
To the solemn shadowy cedars and ghostly pines so still.
And the singer so shy to the rest receiv'd me,
The gray—brown bird I know receiv'd us comrades three,
And he sang the carol of death, and a verse for him I love.
From deep secluded recesses,
From the fragrant cedars and the ghostly pines so still,
Came the carol of the bird.
And the charm of the carol rapt me,
As I held as if by their hands my comrades in the night,
And the voice of my spirit tallied the song of the bird.
Come lovely and soothing death,
Undulate round the world, serenely arriving, arriving,
In the day, in the night, to all, to each,
Sooner or later delicate death.
Prais'd be the fathomless universe,
For life and joy, and for objects and knowledge curious,
And for love, sweet love—but praise! praise! praise!
For the sure—enwinding arms of cool—enfolding death.
Dark mother always gliding near with soft feet,
Have none chanted for thee a chant of fullest welcome?
Then I chant it for thee, I glorify thee above all,
I bring thee a song that when thou must indeed come, come unfalteringly.
Approach strong deliveress,
When it is so, when thou hast taken them I joyously sing the dead,
Lost in the loving floating ocean of thee,
Laved in the flood of thy bliss O death.
From me to thee glad serenades,
Dances for thee I propose saluting thee, adornments and feastings for thee,
And the sights of the open landscape and the high—spread sky are fitting,
And life and the fields, and the huge and thoughtful night.
The night in silence under many a star,
The ocean shore and the husky whispering wave whose voice I know,
And the soul turning to thee O vast and well—veil'd death,
And the body gratefully nestling close to thee.
Over the tree—tops I float thee a song,
Over the rising and sinking waves, over the myriad fields and the prairies wide,
Over the dense—pack'd cities all and the teeming wharves and ways,
I float this carol with joy, with joy to thee O death.
15
To the tally of my soul,
Loud and strong kept up the gray—brown bird,
With pure deliberate notes spreading filling the night.
Loud in the pines and cedars dim,
Clear in the freshness moist and the swamp—perfume,
And I with my comrades there in the night.
While my sight that was bound in my eyes unclosed,
As to long panoramas of visions.
And I saw askant the armies,
I saw as in noiseless dreams hundreds of battle—flags,
Borne through the smoke of the battles and pierc'd with missiles I saw them,
And carried hither and yon through the smoke, and torn and bloody,
And at last but a few shreds left on the staffs, (and all in silence,)
And the staffs all splinter'd and broken.
I saw battle—corpses, myriads of them,
And the white skeletons of young men, I saw them,
I saw the debris and debris of all the slain soldiers of the war,
But I saw they were not as was thought,
They themselves were fully at rest, they suffer'd not,
The living remain'd and suffer'd, the mother suffer'd,
And the wife and the child and the musing comrade suffer'd,
And the armies that remain'd suffer'd.
16
Passing the visions, passing the night,
Passing, unloosing the hold of my comrades' hands,
Passing the song of the hermit bird and the tallying song of my soul,
Victorious song, death's outlet song, yet varying ever—altering song,
As low and wailing, yet clear the notes, rising and falling, flooding the night,
Sadly sinking and fainting, as warning and warning, and yet again bursting with joy,
Covering the earth and filling the spread of the heaven,
As that powerful psalm in the night I heard from recesses,
Passing, I leave thee lilac with heart—shaped leaves,
I leave thee there in the door—yard, blooming, returning with spring.
I cease from my song for thee,
From my gaze on thee in the west, fronting the west, communing with thee,
O comrade lustrous with silver face in the night.
Yet each to keep and all, retrievements out of the night,
The song, the wondrous chant of the gray—brown bird,
And the tallying chant, the echo arous'd in my soul,
With the lustrous and drooping star with the countenance full of woe,
With the holders holding my hand nearing the call of the bird,
Comrades mine and I in the midst, and their memory ever to keep, for the dead I loved so well,
For the sweetest, wisest soul of all my days and lands—and this for his dear sake,
Lilac and star and bird twined with the chant of my soul,
There in the fragrant pines and the cedars and dim.
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Foto: Walt Whitman, entre 1865 y 1867 Archivo Nacional de los Estados Unidos/
The Walt Whitman Archive