IV
A Bertolucci
Sobrevivencia: también ella. Ella, la vieja campaña
reencontrada, aquí en el norte, donde, para nosotros, es más eterna.
Son los últimos días, o, es igual, los últimos años,
de los campos arados con las hileras de troncos sobre las zanjas,
del fango blanco alrededor de las moreras recién podadas,
de los terraplenes aún verdes sobre los embalses secos.
También aquí, donde el pagano fue cristiano, y con él
su tierra, su campo cultivado.
Un nuevo tiempo reducirá todo esto a no ser;
y por eso podemos llorarlo: con sus oscuros
años bárbaros, sus románicos abriles.
Quien no conozca esta tierra sobreviviente,
¿cómo nos podrá entender? ¿Decir quiénes hemos sido?
Pero somos nosotros quienes debemos entenderlo,
para que nazca, sea, aun perdido en estos claros días,
en esta estupenda suspensión de invierno,
en el sur dulce y tempestuoso, en el norte cubierto de sombra.
(
aquí, la respuesta de Attilio Bertolucci a este epigrama)
XV
A mi nación
No pueblo árabe, no pueblo balcánico, no pueblo antiguo,
sino nación viva, nación europea:
¿y qué eres? ¡Tierra de infantes, hambrientos, corruptos,
gobernantes empleados de terratenientes, prefectos reaccionarios,
abogaditos untados de gomina y los pies sucios,
funcionarios liberales, canallas como los tíos beatos,
un cuartel, un seminario, una playa liberada, un casino!
Millones de pequeños burgueses como millones de puercos
pastorean empujándose bajo las incólumes residencias,
entre casas coloniales ya descascaradas como iglesias.
Justamente porque has existido, ahora no existes,
y porque fuiste consciente, eres inconsciente.
Y porque eres católica, no puedes pensar
que tu mal es todo el mal: culpa de cada mal.
Húndete en tu bello mar, libera al mundo.
XVI
A un espíritu
Sólo porque estás muerto he podido hablarte como a un hombre:
de otra manera, tus leyes me lo habrían impedido.
Nadie te defiende ahora: el mundo muerto e instituido,
del que eras hijo y patrón, te deja solo.
Atónitos restos de viejo hombre, tartamudeante fantasma
que comienzas, extraviado, a hundirte en los tiempos:
finalmente, eres un hermano, odio y amor nos unen,
mi cuerpo todavía vivo y el tuyo ya cadáver
están atados por un lazo que nos vuelve espíritus.
Pero por una palabra de condena dicha en tu contra,
pobre pecador, despojado, degradado por la muerte,
desnudo e implorante como un implume,
¡cuántas palabras debo reprimir todavía en el corazón!
Has dejado un lugar vacío, y, en ese lugar,
otro, intocable porque está vivo, comienza a reinar.
¡Pero "la muerte no reinará"! Solo en este absurdo estado
en el que sobreviven, sobre nosotros, Bizancio y Trento,
reina la muerte: pero yo no estoy muerto y hablaré.
Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975) "La religione del mio tempo. Nuovi epigrammi" (1958-1959),
Tutte le poesie, Mondadori, Milán, 2003
Versiones Jorge Aulicino
IV
A Bertolucci
Sopravvivenza: anch'essa. Essa, la vecchia campagna,
ritrovata, quassù, dove, per noi, è più eterna.
Sono gli ultimi giorni, o, è uguale, gli ultimi anni,
dei campi arati con le file dei tronchi sui fossi,
del fango bianco intorno ai gelsi appena potati,
degli argini ancora verdi sulle rogge asciutte.
Anche qui: dove il pagano fue cristiano, e con lui
la sua terra, il suo campo coltivato.
Un nuovo tempo ridurrà a non essere tutto questo:
e perciò possiamo piangerlo: con i suoi bui
anni barbarici, i suoi romanici aprili.
Chi non la conoscerà, questa superstite terra,
como ci potrà capire? Dire chi siamo stati?
Ma siamo noi che dobbiamo capire lui,
perché lui nasca, sia pure perso a questi chiari giorni,
a queste stupende stasi dell'inverno,
nel Sud dolce e tempestoso, nel Nord coperto d'ombra.
XV
Alla mia nazione
Non popolo arabo, non popolo balcanico, non popolo antico,
ma nazione vivente, ma nazione europea:
e cosa sei? Terra di infanti, affamati, corrotti,
governanti impiegati di agrari, prefetti codini,
avvocatucci unti di brillantina e i piedi sporchi,
funzionari liberali carogne como gli zii bigotti,
una caserma, un seminario, una spiaggia libera, un casino!
Milioni di piccoli borghesi como milioni di porci
pascolano sospingendosi sotto gli illesi palazzotti,
tra case coloniali scrostate ormai come chiese.
Proprio perché tu sei esistita, ora non esisti,
proprio perché fosti cosciente, sei incosciente.
E solo perché fosti cattolica, non puoi pensare
che il tuo male è tutto il male: colpa de ogni male.
Sprofonda in questo tuo bel mare, libera il mondo.
XVI
A uno spirito
Solo perché sei morto, ho potuto parlarti come a un uomo:
altrimenti le tue leggi me l'avrebbero impedito.
Nessuno ti difende, adesso: il mondo morto e istituito
di cui eri figlio e padrone, ti lascia solo.
Attonita salma di vecchio uomo, balbettante fantasma,
che cominci, sperduto, a affondare nei tempi:
finalmente mi sei fratello, odio e amore ci uniscono,
il mio corpo ancora vivo e il tuo cadavere
sono stretti da un legame che ci rende spiriti.
Me per una parola di condanna detta contro di te,
povero peccatore, spogliato, degradato dalla morte,
reso nudo e implorante come un implume,
quante parole devo comprimermi ancora in cuore!
Hai lasciato un posto vuoto, e, in questo posto,
un altro, intoccabile perché vivo, comincia a regnare.
Ma "morte non regnerà!" Solo in questo assurdo stato
dove sopravvivono, sopra di noi, Bisanzio e Trento,
regna la morte: ma io non sono morto, e parlerò.
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Ilustración: Estudio para Otoño, 1909, Vassily Kandisnky