Acudimos al espectáculo en derredor de un plato incandescente y de una danza, y yo, entrerriano recién llegado a la abadía de Solesmes en busca de retiro y de silencio, me siento en un lugar apartado de la iglesia a oír el gregoriano que cunde a lo maizal de nave a nave en procura de los techos entibiados por la luz de las velas, oigo al monje a mano derecha, de pie junto a la columna, en busca de notas que se amen.
*
El hombre sale del rancho a contemplar las nubes. Entre los pastizales, a golpecitos blandos, los primeros goterones, hombre despertado por su propia lluvia. Dios hecho de hombre, de hombre solo por el campo anochecido de la mañana. Avanza entre los teros que se guarecen en los pastos, la perdiz se hizo perdiz, avanza por la lluvia como animal por los rincones de su madriguera. Avanza por lo mismo de hombre. Callada la lluvia y callada la tierra. Hombre que se fuera llamando a silencio.
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De las velas que se prenden y se apagan no te olvides. Del calor de las velas , de los pabilos en hilera. No te olvides que en un momento se apagaron para volver a prenderse mientras la cara del difunto rejuvenecía, ganaba libertad, ganaba las puertas de la adolescencia, se abría paso entre nosotros que todavía estábamos en la falla de la vida, que ignorábamos todo del mundo de los muertos. De la vocal que se derrama como aceite hirviente de un labio -labio color páramo, labios que dan al páramo, al páramo dedicados.
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Custodien, custodien el plato blanco incandescente.
*
No te olvides de estar en varias partes a la vez,
en forma casual a veces, ubicua tantas otras,
como los dioses que de joven saludaste en Grecia.
No te olvides del calor de las manos.
No te olvides que al comienzo y al final de la frase
la misma sensación de impotencia nos rondaba.
De esa nada, del polvillo de las velas prendidas,
no te olvides.
Se encuentran entre dos corrientes de aire,
no te olvides.
Del libro que se apretuja entre tus manos.
De la palabra destartalada.
Del labio que se ausenta del rezo.
Del calor de las velas.
De los pabilos prendidos como ríos meditabundos
por calles de Copacabana, Bolivia.
Del ojo izquierdo de santa Eulalia,
cierva acosada por la jauría,
de Renunciada, de Gertrudis, de Angélica Delicia María.
De los ojos de los padres de las santas.
De los oídos que entonces fuimos,
del viaje emprendido a la luz de las velas.
Del dialecto gregoriano.
Mientras la teoría de luces se concentra hasta apagarse.
Del dialecto de miradas.
De la reunión de santas bajo tierra.
Del muerto bajo tierra.
Del encuentro de la palabra con su silencio.
De los pabilos alineados.
De los padres de las santas que fueron, uno a uno,
padre de santa.
No te olvides que esa tarde fuimos los ojos de esas imágenes.
Imágenes que proferiste en sueños.
No te olvides de estar en varias partes a la vez.
Por si consiguieras dar con la palabra y el lugar exacto, exactos.
Del maíz que asoma de tierra,
cosechado por una mano o por el viento.
De la lámpara que se apaga por falta de querosén.
De los pabilos en pugna con la oscuridad de Copacabana.
De la frase gritada en sueños, a la que contestabas en sueños, ¿era
en el mismo sueño?
Del propio olvido.
Del invierno, padre y madre de raíz de los árboles.
De tu infancia de pie grande.
De la vocal descarnada.
Del trino que al cesar se vuelve al árbol,
ya es del árbol, es árbol.
Del labio que no sabía de rezos no te olvides.
Y de esa nada, del polvillo de la luz de las velas
no te olvides.
De las diferentes maneras de olvidar.
Del calorcito que sube del regazo, llega a las manos.
De la comunión de las santas.
De los muertos bajo tierra.
De esta habla gregoriana.
Del plato de blanco reluciente.
De la luz que no cierra.
Del paisaje en fuga, paisaje demorándose tras el árbol.
Del prenderse y apagarse las velas.
Torrentes de oscuridad en el cuarto abandonado.
Del olvido no te olvides.
No importa de qué. Lo que importa es no olvidar,
no olvidarse.
De la forma de olvidar no te olvides,
del propio olvido no te olvides.
Abandonado en su nombre,
nombre de alguien que ahora es nadie.
Del paisaje anestesiado no te olvides.
Apunado.
Del hombre incapaz de toda música.
Del calor que se va de las manos.
De este cuaderno borrador.
Grandes lluvias de oscuridad, con la oscuridad por destino, por
lecho único.
No importa de qué, de nada, importa no olvidar.
Del poder del olvido no te olvides.
De las diferentes maneras de olvidar.
De la página por venir del libro.
De los años ya muertos o a punto de morirse.
De este palpitar en sueños.
De la luz sobre la página, luz que cae sobre la página.
No te olvides de esa nada entre dos vientos, nada que surge del
encuentro de los vientos.
De la vocal derramada sobre el labio.
De la luz de rezar, luz que a sí misma se reza.
Arnaldo Calveyra (Mansilla, Argentina, 1929 - París, 2015) "Maizal del gregoriano", 2005, Poesía reunida, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2008
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