Poema
Las cosas más simples las oigo en el intervalo
del viento, cuando el simple caer de la lluvia en los
vidrios rompe el silencio de la noche, y su ritmo
apaga el de las palabras. En ocasiones, es
una voz cansada, que repite incansablemente
lo que la noche enseña a quien la vive; otras
veces, corre apresurada, atropellando sentidos
y frases como si quisiera llegar al fin, más
rápido que la madrugada. Son cosas simples
como la arena que tomamos y se escurre
entre los dedos mientras los ojos buscan
una línea definida en el horizonte; o son las
cosas que recordamos de pronto, cuando
el sol se asoma en el hueco de una nube.
Estas son las cosas que pasan, cuando el viento
se queda; y son las que tratamos de recordar, como
si las hubiéramos oído, y el ruido de la lluvia en los
vidrios no hubiera borrado su voz.
Las santas místicas
Hay mujeres resplandecientes bajo el manto
que las oculta. Sus cuerpos son blancos como el lino
áspero en que se tienden, y su piel es suave
cuando el frío de la mañana la recorre con las manos
duras del invierno. Sus cabelleras negras se esparcen
a lo largo de la espalda, y cuando las vemos de frente
son la cortina que oculta sus senos. Esas mujeres
se sientan en una banca de piedra junto a la ventana
desde donde observan el mundo. Con los finos
dedos de sus manos cuentan los días que faltan
para el fin de su eternidad. Cuando rezan, arrodilladas,
se lastiman los codos en la piedra del corredor. Sus labios
murmuran la oración con la que piden a dios
que descienda al nivel de sus rostros; y abrazan
la nube que se forma cuando la humedad
se escapa de sus bocas, cuando respiran, y el vidrio
se empaña para que ellas miren dentro de sí,
y no hacia afuera, donde el cielo se oscurece con las razones
de la lluvia. Y observo el fondo de su alma, donde
se abre el camino del éxtasis que las posee.
La apariencia mística del cisne engaña a los creyentes
En el cuarto donde colgué el grabado de dos
mujeres desnudas en una fuente, el agua empezó
a escurrir de las vigas del techo. Una nueva
fuente, diría un agnóstico; de hecho, era la
lluvia que caía, y pronto las ninfas se arrojaban
toallas una a la otra para secarse, aunque
las toallas estuvieran empapadas. Pero
el silencio era total en el cuarto, y lo que ellas gritaban,
porque el agua estaba fría, o porque
las toallas eran ásperas, sólo se oía
en mi cabeza. Era posible, claro, que
todo sucediera ahí; y que el agua que escurría del techo
fuera en realidad la luz que surgía de lo
profundo de mi memoria, donde las dos
mujeres desnudas se transformaban en cisnes
que salían del lago y abrían las alas. La pared
del cuarto, sin el grabado, se secó; y de las
vigas del techo surgió otra luz,
parecida a la que yo imaginaba, la misma que ahora
cae en el piso donde me puse a recogerla con
la escoba de la estrofa, para que no se pierda.
Nuno Júdice (Mexilhoeira Grande, Portugal, 1949 - Lisboa, 2024), Meditación sobre ruinas, Textofilia / Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2018
Versiones de Blanca Luz Pulido
Poema
As coisas mais simples, ouço-as no intervalo
do vento, quando um simples bater de chuva nos
vidros rompe o silêncio d noite, e o seu ritmo
se sobrepõe ao das palavras. Por vezes, é uma
voz cansada, que repete incansavelmente
o que a noite ensina a quem a vive; de outras
vezes, corre, apressada, atropelando sentidos
e frases como se quisesse chegar ao fim, mais
depressa do que a madrugada. São coisas simples
como a areia que se apanha, e escorre por
entre os dedos enquanto os olhos procuram
uma linha nítida no horizonte ou são as
coisas que subitamente lembramos, quando
o sol emerge num breve rasgão de nuvem.
Estas são as coisas que passam, quando o vento
fica; e são elas que tentamos lembrar, como
se as tivéssemos ouvido, e o ruído da chuva nos
vidros não tivesse apagado a sua voz.
Las santas místicas
Há mulheres resplandecentes sob o manto
que as esconde. Os seus corpos são brancos como o linho
áspero em que se deitam, e a sua pele é macia
quando o frio da manhã a percorre com as mãos
duras do inverno. Os cabelos negros soltam-se
ao longo das costas, e quando as vemos de frente
são a cortina que lhes esconde os seios. Essas mulheres
sentam-se no banco de pedra junto à vigia
de onde espreitam o mundo. Com os dedos
finos das suas mãos contam os dias que faltam
para o fim da sua eternidade. Quando rezam, de joelhos,
ferem os cotovelos na laje do corredor. Os lábios
murmuram a oração em que pedem a deus
que desça até junto dos seus rostos; e abraçam
a nuvem que se forma quando a humidade
se solta das suas bocas, quando respiram, e o vidro
se embacia para que elas olhem para dentro de si,
e não para fora, onde o céu escurece com as contas
da chuva. E espreito o fundo da sua alma, onde
se abre o caminho do êxtase que as possui.
A aparência mística do cisne engana os crentes
Na sala onde pendurei a gravura de duas
mulheres nuas numa fonte, a água começou
a jorrar das madeiras do tecto. Uma nova
nascente, diria um agnóstico; de facto, tratava-se
das águas do céu, e as ninfas em breve atiravam
toalhas uma à outra, para se limparem, embora
as toalhas estivessem encharcadas. Mas
o silêncio era total, na sala, e o que elas gritavam,
ou porque a água estivesse fria, ou porque
as toalhas as magoavam, só se ouvia no fundo
da minha cabeça. Podia ser, por outro lado, que
tudo se passasse aí; e a água que corria do tecto,
na verdade, era como a luz que brotava do
mais fundo da minha memória, onde as duas
mulheres nuas se transformavam nos cisnes
que saíam do lago e abriam as asas. A parede
da sala, sem a gravura, ficou seca; e das
madeiras do tecto soltava-se uma outra luz,
como a que estava na minha cabeça, e agora
caía no chão onde me pus a apanhá-la com
a vassoura da estrofe, para que não se perdesse.
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