Miguel Angel Morelli
(Coronel Suárez, 1955)
Poema conjetural, de Jorge Luis Borges
Tengo para mí que el “Poema conjetural” (El otro, el mismo, 1943) es, de todos los suyos, el poema más íntimo de Borges. Y aunque resulte también el más analizado por la crítica, se me hace que pocos han advertido que detrás de su tono dramático existe, escondido en sus pliegues, un júbilo secreto por ese encuentro con lo que cree inevitablemente sudamericano: una muerte violenta. Borges sabe que perecer a mano de los bárbaros es la única manera de pasar a formar parte de la historia de un continente hecho de barbarie. Como Mármol a Rosas, como Sarmiento a Facundo, nuestro poeta le envidia ese destino a Laprida, su ilustre antepasado. Por eso, cuando le hace decir “esta noche alcanzo mi insospechado rostro eterno”, está delatando su obsesión más oculta: ser el otro, ser el que vence.
Cada tanto necesito regresar a “Poema conjetural”. Como quien vuelve al punto de partida.
Poema conjetural
El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de setiembre de 1829
por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:
Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986)
Foto: Miguel Angel Morelli en FB
Vio cuando un@ queda sin nada que decir ... bueno .
ResponderBorrarHoy también llegó este poema por algo.
gracias
Mabel
Ayer comentabamos con un grupo de lectura "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz", en el que están también citados el amigo Laprida; nuestra biblia patria, el Martín Fierro y un hombre de apellido Cruz que sin saberlo encuentra su destino volviendo al punto de partida. No es casual que Borges lo bautice con uno de sus nombres: Isidoro.
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