Frases a la enamorada
Salgo a caminar en silencio con una chica
abordada en la calle, en la avenida, por la tarde,
la avenida llena de árboles y luces.
Es nuestro tercer encuentro.
La chica no puede tomar una decisión, es difícil:
no vamos al café porque odiamos a la multitud,
tampoco al cine, porque la primera vez
fuimos... porque... ya no tenemos que hacerlo más,
si no nos amamos tanto.
Caminemos así
hasta Po, hasta el puente, miraremos los edificios
de luz que los faroles construyen en el agua.
La saciedad de la tercera cita.
Sé tanto de ella como un extraño podría saber,
uno que la besó y la abrazó en una sala oscura,
donde otras parejas oscuras se apretaban
y la orquesta —de un solo piano— tocaba Aída.
Caminamos por la avenida, entre la gente.
Aquí también hay una orquesta que chilla y canta.
Hace un ruido metálico como los sacudones de los tranvías.
Estrecho a mi compañera y la miro a los ojos:
ella me mira y sonríe.
Sé tanto de ella como siempre he sabido de todos los demás,
quién trabaja, quién está triste y quién, si le preguntan
—“¿quieres morir esta noche?”- diría que sí.
—“¿Y nuestra aventura?”— “Nuestra aventura es diferente,
vamos a romper” (Hay un novio dando vueltas).
Oh mi hermosa niña, esta noche yo no soy el compañero
atrevido, que te ganó besándote en la calle
bajo la mirada de un anciano caballero asombrado.
Esta tarde camino pensando en la tristeza,
como tú a veces piensas en que quieres morir.
No es que quiera morir. Ese tiempo ha pasado
y luego, “no nos amamos”. Es la multitud que pasa
que me oprime y me asfixia, y tú también eres la multitud,
que, como todos, caminas a mi lado.
No es que te odie, pequeña —¿podrías pensar eso?-
pero estoy solo y siempre estaré solo.
Aquí está el Po. —“¡Qué hermoso es!... Esta noche es de cristal.
Las columnas de luz... y la curva del muelle:
en la oscuridad casi parece la playa del mar.”
La compañera me habla alegremente y me abraza:
yo también tendré que abrazarla más fuerte en el puente.
Una orquesta lejana nos persigue hasta aquí.
Las colinas están oscuras. “¿Vendrías a las colinas?”
—“No, no a la colina. Está muy lejos. Quedémonos a mirar...”
En el fondo esta noche ni siquiera quiero tu cuerpo,
ay mi nena hermosa, que también estás viva
para la mano que busca tu flanco.
Sé de ti tanto como siempre he sabido de todos:
que eres ávida bajo el vestido de seda azul,
que trabajas y estás triste y que un día tal vez seas mía,
si vencieras —¿quién sabe?— todos los escrúpulos.
Pero en este momento callo y estoy solo,
como estaré hasta la muerte.
No es orgullo, niña, hace tiempo que lo olvidé.
pero no quiero, no quiero que nadie me quite la vida.
—“¿Quieres que salgamos a navegar un poco esta noche?” —“Está fresco. Mejor nos quedarnos.”
—“Pero así no estaremos cerca” —“Pero está oscuro, nos podemos caer”.
—“¿Qué quieres hacer aquí mirando el aire?”
—“Aquí es hermoso” —“Bajemos. Es más hermoso junto al agua.
Nos darán luz los faroles.” Le hablo, le estrecho
la mano con suavidad y, torpemente, le doy un beso rápido
en la mejilla. Desde debajo del sombrerito de fieltro me mira fijamente
y luego, casi compungida, repite: “Quedémonos a mirar”.
[4 a 10 de agosto de 1930]
Veo borrarse lejos las colinas
en una niebla gris y todo el verde
de la campiña rojizo y podrido.
No más azul el cielo, no más sol.
ya no vivos sonidos del verano,
sino un tedio frío, grave, que envuelve
todo. Solo, rápido, entre los árboles,
a ratos pasan ráfagas de frío
sacudiendo las frondas esqueléticas
[30 de septiembre de 1925]
¡Oh, pasear con ella en la noche oscura,
ir entre las plantas y escuchar con ella
los roncos gritos que cruzan la llanura
trémulos como la luz de las estrellas!
¡Oh, permanecer en el cálido aliento
del viento, encontrar de nuevo su figura
cerca de mi cara y sentirla temblar,
sentir temblar junto a mí su boca pura!
[Octubre de 1923]
Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908 - Turín, Italia, 1950)
Poesía juvenil (1923-1930) Traducción de Jorge Aulicino
Barnacle
Buenos Aires, 2024
Frasi all’innamorata
Vado a spasso in silenzio con una bambina
abbordata per strada, lungo il viale, di sera,
il viale pieno d’alberi e di luci.
È il nostro terzo incontro.
La bambina è difficile nella scelta scabrosa:
al caffé non andiamo perché odiamo la folla,
al cinema neppure, perché la prima volta
siamo stati... perché... non dobbiamo più farlo,
se tanto non ci amiamo.
Passeggiamo, così,
fino a Po, fino al ponte, guarderemo i palazzi
di luce, che i lampioni fan nell’acqua.
La sazietà del terzo appuntamento.
So di lei tutto quanto può sapere un estraneo
che l’ha baciata e stretta in una sala buia,
dove altre coppie buie si stringevano
e l’orchestra —di un piano— suonava l’Aida.
Camminiamo nel viale, tra la gente.
Anche qui c’è un’orchestra che stride, che canta
ha un frastuono metallico come i tram che trabalzano.
Stringo a me la compagna e la guardo negli occhi:
ella mi guarda e sorride.
So di lei quanto ho sempre saputo di tutte,
che lavora, che è triste e che, se le chiedessero
—“vuoi morire stanotte?”— direbbe di sì.
—“E la nostra avventura? ”— “La nostra avventura è diversa,
ci lasceremo noi” (C’è un fidanzato in giro).
O mia bella bambina, stasera non sono il compagno
audace, che ti ha vinta, baciandoti per strada
sotto gli occhi di un vecchio signore stupito.
Questa sera cammino pensando tristezze,
come tu qualche volta pensi che vuoi morire.
Non ch’io voglia morire. É passato quel tempo
e, poi, “noi non ci amiamo”. É la folla che passa
che mi preme e mi schiaccia, e anche tu sei la folla,
che, come tutti, mi cammini accanto.
Non ch’io ti odî, bambina —potresti pensarlo?—
ma sono solo e sempre sarò solo.
Ecco il Po. —“Com’è bello! ... Stasera è un cristallo.
Le colonne di luce... e la curva del molo:
pare quasi, nel buio, la spiaggia del mare”.
La compagna mi parla contenta e mi stringe:
dovrò anch’io abbracciarla più stretto sul ponte.
Un’orchestra lontana c’insegue fin qui.
Le colline son buie —“Verresti in collina?”
—“No, in collina. È lontano. Restiamo a guardare...”
Non desidero in fondo, stasera, nemmeno il tuo corpo,
o mia bella bambina, che pure sei viva
alla mano che cerca il tuo fianco.
So di te quanto ho sempre saputo di tutte:
che sei avida sotto la veste di seta azzurrina,
che lavori e sei triste e che un giorno sarai forse mia,
se vincerai —chi sa?— tutti gli scrupoli.
Ma in questo istante tacio e sono solo,
solo come sarò fino alla morte.
Non è orgoglio, bambina, da tempo ho scordato l’orgoglio,
ma non voglio, non voglio nessuno a stornarmi la vita.
—“Vuoi che andiamo un po’ in barca, stasera?” —“Fa fresco, restiamo”.
—“Ma no, staremo accanto” —“Ma è buio, si cade”.
—“Cosa vuoi fare qui a guardare in aria?”
—”Ma qui è bello” —“Scendiamo. È più bello dall’acqua.
Ci daranno il fanale”. Le parlo, le stringo
la mano dolce e, goffo, le dò un bacio rapido
sulla guancia. Di sotto il caschetto di feltro mi fissa
e poi, quasi compunta, ripete —“Restiamo a guardare”.
[4–10 agosto 1930].
Vedo lontano le colline perdersi
in una nebbia grigia e tutto il verde
della campagna arrossa e infracidisce.
Non più l’azzurro in cielo non più il sole
non più i vivi rumori dell’estate
ma un tedio freddo e grave che ravvolge
ogni cosa. Sol rapide, tra gli alberi,
passano a tratti gelide ventate
scrollandone le fronde ischeletrite
[30 settembre 1925].
Oh, vagare con lei la sera scura,
perderci tra le piante ed ascoltare
le stride rauche su per la pianura
tremule come la luce stellare!
Oh, soffermarci al tepido alitare
del vento e ritrovar la sua figura
stretta al mio volto e sentirla tremare,
sentir tremare la sua bocca pura!
[ottobre 1923].
---
Foto: Cesare Pavese en una foto de juventud Diversas fuentes, sin más datos.