Mira bien, Marforio, allí lo tienes.
Aquiles exhausto, mas vigilante, y a su lado,
en el cordón, cansados, taciturnos,
Hi Chi Minh, Mao y Lao Tsé, sin que siquiera
una cerveza los anime. Exhalan apenas
al azar, una que otra palabra,
palabras que desde aquí no llegamos
a percibir, y que, probablemente,
tampoco ellos escuchan, apagadas
que quedan por el aire turbio, húmedo.
Mira, mira bien en la niebla
se distinguen los rostros de los héroes:
Agamenón con una bolsa negra
erizada de vidrios, Héctor
con sus envases de plástico aplastados, Casandra,
que fue princesa entre los treucos, ahora
especialista en todo género de latas,
excepto de aceite, a esas
no las quiere nadie. Aquel otro
que ahí ves con un carrito de supermercado
rajando con su espada unas bolsas verdes, ese
es Hernán Cortés, Marqués del Valle de México;
ese otro que trae en el volquete
tres coronas de plata en campo azul, ese
no es otro que el gran Stalin, también llamado
"Acero" o bien "Martillo", que tanta
gloria hallara en los saqueos de diciembre; el otro,
el de los miembros giganteos
que está a su derecha mano, con un buzo negro
ornado de tres rayas en las mangas,
excelente falsificación de los buzos Adidas de Hong Kong
realizada también en Hong Kong, ese
es el nunca medroso Menelao,
ayer nomás el rey entre los griegos.
Vuelve, Marforio, los ojos a estotra parte
y verás una entera familia de gentes
nacidas en el Chaco, tan blancas como crueles,
descendientes de los salvajes germanos
que se untan el pelo con manteca rancia.
Mira, los hay de todas las naciones:
esos que juntan hierro, cual tácito
homenaje a su sangre goda; númidas de Chile,
dudosos en sus promesas; obsequiosos
paraguayos, de modales jesuíticos y preferencia
por las pequeñas monedas extraviadas
y aun talento para lograr que se extravíen;
colombianos cordiales.
Esos de allí, los de cetrina frente
y cejas prontas al enojo y a la venganza,
llevan itálicos nombres y fueron
soldados marsios, de los más valientes
y mejores ciudadanos de Roma, esclavos luego
del invasor ostrogodo, más tarde míseros
campesinos calabreses, migrantes a América,
exitosos pequeños industriales, con hijos dentistas,
¡y aquí los tienes ahora, buscando dentaduras
postizas en medio de la basura!.
Esotros, taciturnos y taimados,
fueron súbditos no del todo leales
de los Incas del Cuzco, cada tanto levantaron
un eléctrico pucará en las fronteras
igual que ahora alzan pircas de cartón,
aunque éstas más endebles, negociables.
¡Y mira allí, aquellos
fueron gitanos, hunos afincados en Europa,
y tal vez aún lo sean, solo que ahora
han perdido sus rasgos específicos
desde que todos gitanean! ¡Mil años
de historia perderse en un instante, por culpa
de una súbita generalización
de las propias mañanas y costumbres!
¿Y aquellos dos que sobre una frágil litera
traen a cuestas un inodoro patizambo?
¡Has de creer que esos fieros hermanos
son los propios Dioscuros, Cástor y Pólux,
y al menos uno de ellos compartió el huevo
del que nació la blanca Elena!
Mas no cedas, Marforio,
a la tentación de llorar su suerte.
Fue voluntad divina que Troya palmara
trayendo igual desgracia a sitiadores y sitiados
tanto que ahora no sabemos quién era quién
y allí está lo que queda: baterías, maderas, trapos,
una estrella de mar con sus cinco tentáculos intactos
que tardamos algo en identificar
como la pata de una silla de oficina
preparada para desplazarse en los cinco sentidos
que las oficinas suelen tener, pero ahora
detenida para siempre, para siempre apartada del asiento
que soportaba, negra y hosca ahora, inútiles
ahora sus ruedas y sin embargo
orgullosa, armada; mira, mira, miríadas Marforio,
de restos del bing bang hasta que la vista alcanza:
restos de loza y vidrio, sebo de velas,
gafas con mero un cristal, restos
de gabanes, jubones, guanteletes,
puchos que a veces y por milagro arden,
pedazos de una tabla de esquí acuático
mordida por los tiburones, partida por un tsunami,
jirones de un planeta con tan hondas preocupaciones,
tapitas de botella, anillos de latas,
y sobre todo
el príncipe de los derechos hogareños,
comerciales e industriales: el papel.
de El carrito de Eneas, 2003
Daniel Samoilovich (Buenos Aires, 1949), "Diez poemas de la década de 2000, seleccionados por Mirta Rosenberg", Otro río que pasa. Un siglo de poesía argentina contemporánea,* Bajo la Luna, Buenos Aires, 2010
* Son 100 poemas que eligieron 10 poetas, cada uno de los cuales debió circunscribir su elección a los publicados en una década, comenzando por la de 1910. La edición estuvo coordinada por Jorge Fondebrider, autor también del prólogo de la obra (N. del Ad.)