Romance del 9 de Julio
Sube al estrado Laprida;
se quedan todos atento,
y como un viento de gloria
pasa hecho frío y silencio.
Ya les interroga aquél
si libres o no seremos.
Todos a la vez se yerguen;
al punto de pie se han puesto,
para clamar por Dios vivo,
cada uno el brazo extendiendo,
que ser libres, eso quieren,
la vida misma por precio.
Uno a uno así lo juran,
y todos también rugiendo.
Del pueblo que invade el patio
se oye clamoroso el eco.
¡La Patria jurada está
por la espada y por el fuego,
por la vida y por la muerte!
¡Señor Dios de los ejércitos!
Acabados son los reyes
¡Manda soberano, Pueblo!
Arturo Capdevila (Córdoba, Argentina, 1889-Buenos Aires, 1967), Los romances argentinos, Editoriales Reunidas, Buenos Aires, 1943
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Sube al estrado Laprida;
se quedan todos atento,
y como un viento de gloria
pasa hecho frío y silencio.
Ya les interroga aquél
si libres o no seremos.
Todos a la vez se yerguen;
al punto de pie se han puesto,
para clamar por Dios vivo,
cada uno el brazo extendiendo,
que ser libres, eso quieren,
la vida misma por precio.
Uno a uno así lo juran,
y todos también rugiendo.
Del pueblo que invade el patio
se oye clamoroso el eco.
¡La Patria jurada está
por la espada y por el fuego,
por la vida y por la muerte!
¡Señor Dios de los ejércitos!
Acabados son los reyes
¡Manda soberano, Pueblo!
Arturo Capdevila (Córdoba, Argentina, 1889-Buenos Aires, 1967), Los romances argentinos, Editoriales Reunidas, Buenos Aires, 1943
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Foto: Capdevila en Tucumán, a su llegada a la estación de trenes, 1936 (detalle) La Gaceta
Poema conjetural
El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de setiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:
Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986), "El otro, el mismo", 1964, Obra poética, 2, Emecé, Buenos Aires, 1977
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Foto: Jorge Luis Borges por Daniel Mordzinski
Poema conjetural
El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de setiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:
Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986), "El otro, el mismo", 1964, Obra poética, 2, Emecé, Buenos Aires, 1977
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Foto: Jorge Luis Borges por Daniel Mordzinski
Amados poemas de amados poetas. Para recitar el sábado 9 tomando el "chocolate de la Patria" en honor del Bicentenario de la Independencia argentina. 9 de julio de 2016.
ResponderBorrarCreo que la primera foto corresponde a Giovanni Papini. Saludos!
ResponderBorrarTiene razón. Esta imagen aparece confundida con la de Capdevila en varios sitios de Internet, por razones que desconocemos. La cambiamos por otra de fuente más segura. Gracias
ResponderBorrarEs cierto... Por nada, señor Aulicino! Magnífico el blog. Gracias!
ResponderBorrareternos!!!
ResponderBorrarMuy muy bueno. No lo conocía
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