Recuerdo de la casa de frío
Por un croquis muy turbio,
un impreciso roce de silencio
una uña de tigre,
un ruido de deseo hurgando cerraduras
acontece el recuerdo.
Es la casa de frío.
Allí asumí la magia.
El largo amor de los desamparados.
Ahora no se trata del aroma a pino
ni de la enredadera petrificando el gesto.
Se trata de la espera colgando en los balcones
como un garfio de prisa abordando el encuentro.
Se trata del vigía.
Del ojo de la estatua,
de su iris atento.
Se trata del encuentro.
Del zaguán con su alma de ratones
de nuestro arribo loco que la higuera
saludaba con su voz inaccesible,
de la luz y su línea dibujando
el trazo del amor en la escalera.
Daría la mitad de mi vida
por un momento ínfimo como un violín encerrado
en un guante de mujer
que otra vez me trajera
el color de su piel de arena alucinante
la comba de su vientre de ánfora aterida.
Daría la mitad de mi vida
por un hilo de angustia que a través de la noche
me trajera otra vez el hollín y los vidrios
el alarido del carpintero loco
con su escafandra llena de locura
como un buzo perdido.
Daría la mitad de mi vida.
Porque no puedo volver como un cielo de cuervos
o como el mar
o un hijo.
Daría la mitad de mi vida
porque su piel limite entre el pasado y ella
y entrar en el pasado como un búfalo.
Daría la mitad de mi vida
por oír su corazón bajo la lluvia.
De esto se trata.
Es nada más que esto en la casa de frío.
Cosas de amor, de párpados
de inolvidables lluvias.
Es nada más que esto.
Cosas que el amanecer conoce y que comprende
nada más que con su mano lívida
cuando los gatos sobre los tejados
vigilan su alta fosforescencia.
Revolución
En una tenue brisa de esqueletos a cuerda
con una impertinencia de marqués fastidiado
llovió toda la noche como un solo zapato.
Erraba una sonata en busca de algún piano
algún muerto soñaba ser barquero en el Volga
y contaba las horas el barco en la botella.
De pronto los porteros,
descendieron el lado de occidente,
un grupo de ascensores encarceló escribanos,
un toro ensangrentado enloqueció abanicos,
un busto de Beethoven le pegó a la Gioconda
y bajo la luz neutral de los faroles,
la jalea real sintió un poco de miedo
y un gallo se olvidó la aristocracia.
Llovió toda la noche. Un viejo jubilado
cruzó por el combate con un umbral al hombro
y libertando un inglés de institutrices
huían señoritas de coches al instante
abrazadas a perros pomerania.
Llovió toda la noche.
En un auto una vaca lloraba al millonario,
la calle se cubría de narices al cielo
las cartas se volvían telegramas
los sauces se aburrían de las rosas
llegó el sol con el alba
un alba en delantal
un sol desmelenado
y hubo paz en la tierra.
Isidoro Blaisten (Concordia, Argentina, 1933 - Buenos Aires, 2004), Sucedió en la lluvia, Stilcograf, Buenos Aires, 1965
Autores de Concordia - Mégara - Zoom - El Poeta Ocasional - Aire Nuestro - Poesía del Mondongo - El Toro de Barro - Poetas Siglo XXI - Fausto Marcelo Ávila - Eterna Cadencia - Cervantes Virtual / YouTube
Foto: Pilar Bustero/Infobae
Gracias. Fue corregido
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