Yo sé que un día aquí sobre la tierra
no estaré nunca más. Habré partido
como los viejos árboles del bosque
cuando los llama el viento. Y esto que escribo
no me lo dicta apenas una idea
pues ya se ha hecho sangre entre mis venas.
También sin meditar suelen los árboles
tener claro su fin. Como toda materia
guarda memoria de su nada póstuma.
No es preciso pensar para decirse
-cada cual a sí mismo- adiós por dentro.
Con ver las hojas en otoño basta;
con ver la tierra allá a lo lejos, roja,
flotando en el abismo, sin nosotros,
se aprende casi todo...
Yo sé que un día con tus egipcios ojos
me buscarás sin verme aquí en la tierra,
y no estaré ya más.
Y no es la mente quien me lo dice ahora,
sino en tu cuerpo donde puedo leerlo;
aquí en tus brazos, tus senos, tu perfume,
porque lo eterno vive de lo efímero
como en nosotros el dios que nos custodia
con tanto enigma en su perfil de pájaro
y su vuelo que siempre está a la puerta.
Eugenio Montejo (Caracas, 1938 - Valencia, Venezuela, 2008), "Fábula del escriba" (2006), La terredad de todo. Una lección antológica. Selección, prólogo y notas de Adolfo Castañón, Ediciones El Otro, el Mismo, Mérida, 2007
Foto: Montejo, por Gorka Lejarcegi - El País, Madrid
Y después resulta que al Auli no le gusta el romanticismo y prefiere el objetivismo...A veces, a veces...Ah, la conciencia de lo efímero, de lo eternidad de esos instantes que justifican una vida, de esa Pavana para todos los "infantes difuntos", para todo lo que se va inexorablemente y que la poesía celebra.
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