El llanto de la excavadora
II
Pobre como un gato del Coliseo,
vivía en un arrabal todo cal
y polvareda, lejos de la ciudad
y del campo, apretado cada día
en un omnibus agonizante:
y cada ida, cada regreso
era un calvario de sudor y de ansias.
Largas caminatas en una calina calurosa,
largos crepúsculos delante de papeles
amontonados sobre la mesa, calles de barro,
tapias, casillas bañadas de cal,
y sin marcos, con cortinas por puertas...
Pasan el aceitunero, el botellero,
viniendo de algún otro suburbio,
con la polvorienta mercancía que parece
fruto del robo, y una facha cruel
de jóvenes envejecidos por los vicios
de quien tiene una madre dura y hambrienta.
Renovado por el mundo nuevo,
libre - una llama, un aliento
que no sé decir, a la realidad
que humilde y sucia, confusa e inmensa,
hervía en la periferia meridional,
daba un sentido de serena piedad-.
Un alma en mí, que no era sólo mía,
un alma pequeña en ese mundo sin límite,
crecía, nutrida de la alegría
de quien amaba, aun sin ser amado.
Y todo se iluminaba de este amor.
Tal vez todavía de muchacho, heroicamente
y sin embargo maduro en la experiencia
que nacía a los pies de la historia.
Estaba en el centro del mundo en ese mundo
de suburbios tristes, beduinos,
de terrenos amarillos pulidos
siempre por un viento sin paz,
viniese del mar caliente de Fiumicino,
o del campo, donde se perdía
la ciudad entre los tugurios; en ese mundo
que sólo podía dominar,
cuadrado espectro amarillento
en la amarillenta neblina,
agujereado de miles de filas iguales
de ventanas enrejadas, la Penitenciaría
entre viejos campos y caseríos soporizados.
Los papeles y el polvo que la ciega
ventolera trajinaba de aquí para allá,
las pobres voces sin eco
de mujercitas venidas de los montes
Sabinos, del Adriático, y aquí
acampadas ahora con turbas
de enfermizos y duros chiquilines
estridentes con remeras rotas,
en grises, quemados calzoncillos,
los soles africanos, las lluvias febriles
que convertían en torrentes de barro
las calles, los micros en la terminal,
estacionados en su esquina
entre una última faja de hierba blanca
y algún ácido basural en llamas...
era el centro del mundo, y era
el centro de la historia mi amor
por aquello: y en esta
madurez que por ser naciente
era todavía amor, todo estaba
por volverse claro -¡era
claro!- Aquel barrio desnudo al viento,
no romano, no meridional,
no obrero, era la vida
en su luz más actual:
vida, y luz de la vida, plena
en el caos aún no proletario,
como lo quiere el rústico periódico
de la célula, la última
tapa del semanario: hueso
de la existencia cotidiana,
pura, por ser hasta demasiado
próxima, absoluta por ser
demasiado míseramente humana.
Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975), Le ceneri di Gramsci, 1957
Versión de J. Aulicino
II
Pobre como un gato del Coliseo,
vivía en un arrabal todo cal
y polvareda, lejos de la ciudad
y del campo, apretado cada día
en un omnibus agonizante:
y cada ida, cada regreso
era un calvario de sudor y de ansias.
Largas caminatas en una calina calurosa,
largos crepúsculos delante de papeles
amontonados sobre la mesa, calles de barro,
tapias, casillas bañadas de cal,
y sin marcos, con cortinas por puertas...
Pasan el aceitunero, el botellero,
viniendo de algún otro suburbio,
con la polvorienta mercancía que parece
fruto del robo, y una facha cruel
de jóvenes envejecidos por los vicios
de quien tiene una madre dura y hambrienta.
Renovado por el mundo nuevo,
libre - una llama, un aliento
que no sé decir, a la realidad
que humilde y sucia, confusa e inmensa,
hervía en la periferia meridional,
daba un sentido de serena piedad-.
Un alma en mí, que no era sólo mía,
un alma pequeña en ese mundo sin límite,
crecía, nutrida de la alegría
de quien amaba, aun sin ser amado.
Y todo se iluminaba de este amor.
Tal vez todavía de muchacho, heroicamente
y sin embargo maduro en la experiencia
que nacía a los pies de la historia.
Estaba en el centro del mundo en ese mundo
de suburbios tristes, beduinos,
de terrenos amarillos pulidos
siempre por un viento sin paz,
viniese del mar caliente de Fiumicino,
o del campo, donde se perdía
la ciudad entre los tugurios; en ese mundo
que sólo podía dominar,
cuadrado espectro amarillento
en la amarillenta neblina,
agujereado de miles de filas iguales
de ventanas enrejadas, la Penitenciaría
entre viejos campos y caseríos soporizados.
Los papeles y el polvo que la ciega
ventolera trajinaba de aquí para allá,
las pobres voces sin eco
de mujercitas venidas de los montes
Sabinos, del Adriático, y aquí
acampadas ahora con turbas
de enfermizos y duros chiquilines
estridentes con remeras rotas,
en grises, quemados calzoncillos,
los soles africanos, las lluvias febriles
que convertían en torrentes de barro
las calles, los micros en la terminal,
estacionados en su esquina
entre una última faja de hierba blanca
y algún ácido basural en llamas...
era el centro del mundo, y era
el centro de la historia mi amor
por aquello: y en esta
madurez que por ser naciente
era todavía amor, todo estaba
por volverse claro -¡era
claro!- Aquel barrio desnudo al viento,
no romano, no meridional,
no obrero, era la vida
en su luz más actual:
vida, y luz de la vida, plena
en el caos aún no proletario,
como lo quiere el rústico periódico
de la célula, la última
tapa del semanario: hueso
de la existencia cotidiana,
pura, por ser hasta demasiado
próxima, absoluta por ser
demasiado míseramente humana.
Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975), Le ceneri di Gramsci, 1957
Versión de J. Aulicino
Il pianto della scavatrice
II
Povero come un gatto del Colosseo,/ vivevo in una borgata tutta calce /e polverone, lontano dalla città //e dalla campagna, stretto ogni giorno /in un autobus rantolante: /e ogni andata, ogni ritorno // era un calvario di sudore e di ansie./ Lunghe camminate in una calda caligine,/l unghi crepuscoli davanti alle carte//ammucchiate sul tavolo, tra strade di fango,/ muriccioli, casette bagnate di calce /e senza infissi, con tende per porte...// Passano l'olivaio, lo straccivendolo, /venendo da qualche altra borgata, /con l'impolverata merce che pareva //frutto di furto, e una faccia crudele / di giovani invecchiati tra i vizi / di chi ha una madre dura e affamata. // Rinnovato dal mondo nuovo,/ libero - una vampa, un fiato / che non so dire, alla realtà //che umile e sporca, confusa e immensa,/ brulicava nella meridionale periferia, / dava un senso di serena pietà. // Un'anima in me, che non era solo mia,/ una piccola anima in quel mondo sconfinato,/ cresceva, nutrita dall'allegria // di chi amava, anche se non riamato./ E tutto si illuminava, a questo amore. / Forse ancora di ragazzo, eroicamente,// e però maturato dall'esperienza / che nasceva ai piedi della storia. / Ero al centro del mondo, in quel mondo // di borgate tristi, beduine, / di gialle praterie sfregate / da un vento sempre senza pace, // venisse dal caldo mare di Fiumicino, /o dall'agro, dove si perdeva/ la città fra i tuguri; in quel mondo //che poteva soltanto dominare,/ quadrato spettro giallognolo/ nella giallognola foschia, // bucato da mille file uguali/ di finestre sbarrate, il Penitenziario /tra vecchi campi e sopiti casali. // Le cartacce e la polvere che cieco// il venticello trascinava qua e là,/ le povere voci senza eco // di donnette venute dai monti/ Sabini, dall'Adriatico, e qua / accampate ormai con torme // di deperiti e duri ragazzini/ stridenti nelle canottiere a pezzi,/ nei grigi, bruciati calzoncini,// i soli africani, le piogge agitate/che rendevano torrenti di fango / le strade, gli autobus ai capolinea // affondati nel loro angolo / tra un'ultima striscia d'erba bianca / e qualche acido, ardente immondezzaio... // era il centro del mondo, com'era / al centro della storia il mio amore /per esso: e in questa // maturità che per essere nascente/era ancora amore, tutto era/ per divenire chiaro - era,// chiaro! Quel borgo nudo al vento,/ non romano, non meridionale,/ non operaio, era la vita // nella sua luce più attuale:/ vita, e luce della vita, piena/ nel caos non ancora proletario,// come la vuole il rozzo giornale/ della cellula, l'ultimo/ sventolio del rotocalco: quotidiana, / pura, per essere fin troppo / prossima, assoluta per essere//fin troppo miseramente umana.
"...todo estaba por volverse claro"
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