No puedo mover la aguja de la brújula sólo concentrándome.
Lo he intentado. No soy capaz.
No puedo transmitir la imagen de un naipe. Lo he intentado.
Quise levitar y, echado boca arriba, en el sudor de la cama, inmóvil,
me concentré media hora hasta sentir que enloquecía
En el metro intenté hacer que una chica me mirara
y por supuesto que no me miró.
¡Dios, no soy tu elegido!
Mi mente no puede cambiar el mundo.
No tengo bastante amor, bastante fe.
No tengo un aura alrededor de la cabeza.
No te me has mostrado ni me has dado alguna señal.
Palpo el mantel de hule:
no cede, no se convierte en vapor rojizo.
Toco los rizos de mi hija:
son suaves de un dorado intenso.
Nada es distinto a lo que me dicen los sentidos. La ilusión no existe.
Mi mente es el espejo plano del mundo.
Plano, llano. Ningún rasguño
Ninguna vida anterior, ningún ser ectoplasmático.
Ni Agarthi, ni Shambala
ni Maya, en cuanto a los sueños
son sólo cosméticos sobre nada.
Miro hacia la llama de la hornalla como si estuviera hipnotizado.
Sé que estuve en un útero.
Sé que estaré en un féretro. O que mancharé la tierra con mi sangre.
No entraré yo a la fisura.
No voltearé yo la cabeza en la fotografía del grupo.
Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956), Semillas de Piedra. Poesía rumana contemporánea, Círculo de Poesía, México, 2020
Versión de Gabriela Căprăroiu
Foto: Pepe Mateos/Télam
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