martes, octubre 24, 2023

Dylan Thomas / Poema en su cumpleaños



En el sol de mostaza,
junto al río en plena corriente y mar zigzagueante
de donde huyen los cormoranes,
en esta casa levantada sobre pilotes
y parloteos de aves
este día de grano de arena en la tumba inclinada de la bahía
él celebra y desprecia
la madera a la deriva que el viento convirtiera en treinta y cinco años;
garzas giran y se clavan.

Debajo y alrededor suyo van
lenguados, gaviotas, en sus estelas agónicas y frías,
haciendo lo que se les dice,
zarapitos gritones en las olas de congrios
trabajan su camino hacia la muerte,
y el coplero en la habitación de lengua larga,
que tañe su campana de cumpleaños,
se esfuerza hacia la emboscada de sus heridas;
garzas, campanarios retenidos, bendicen.

En el otoño de los cardos,
él canta hacia la angustia; vuelan pinzones
entre las huellas de las patas de los halcones
en un cielo poderoso; pequeños peces se deslizan
entre gargantas y cascos de ciudades
de barcos hundidos hacia praderas de nutrias marinas. Él
en su ladeada, cruel casa
y en las hélices cercenadas de su oficio percibe
como las garzas caminan en sus mortajas,

el interminable manto del río
de mojarras enroscadas a su oración,
y lejos en el mar él sabe,
quien se esclaviza a su agazapado, eterno final
bajo una nube de serpientes,
los delfines se sumergen en el polvo de su zozobra,
las focas ondulantes corren veloces
a matar y su propia marea bañada de sangre
se desliza bondadosa en la boca satinada.

En el cavernoso silencio de la ola que se mece, 
lloran las campanadas blancas del ángelus.
Treinta y cinco campanas cantan tañidas en el cráneo 
y en la cicatriz donde yacen los naufragios de sus amores,
timoneados por las estrellas fugaces.
Y el mañana llora en una jaula ciega
que desatará el terror
antes de que las cadenas se rompan bajo la llama del martillo
y el amor libere la oscuridad

y él se pierda en libertad
hacia la famosa luz desconocida del grande
y fabuloso Dios amado.
La oscuridad es un modo y la luz es un lugar,
el cielo que no fue
ni será es siempre cierto,
y, en ese vacío de zarzas,
pleno como las moras en el bosque
los muertos crecen para Su alegría.

Allí podría vagar desnudo
con los espíritus de la bahía con forma de herradura
o con los muertos en la playa de estrellas,
médula de águilas, raíces de ballenas
y huesos de gansos salvajes,
con el bendito Dios no nacido y su Espíritu,
y cada alma es Su sacerdote,
engañada y cantando en la iglesia del Cielo
en la nube temblando de paz,

pero la oscuridad es un largo camino.
Él, en la tierra de la noche, solo
con todo lo vivo, reza,
quien sabe de la agitación del viento arrojará
los huesos de las colinas
y los peñascos cercenados por la guadaña sangrarán, y las últimas
aguas furiosas hechas polvo patearán
mástiles y peces hacia las estrellas fugaces,
sin ninguna fe en Él

que es la luz del antiguo
y aireado Cielo donde las almas se vuelven salvajes
como caballos en la espuma:
oh, deja que me lamente a mi edad mediana junto a los relicarios
y los juramentos de las garzas druidas
del viaje a la ruina que debo emprender,
barcos del amanecer encallados,
sin embargo, aunque grite aun con mi lengua confusa,
cuento mis bendiciones en voz alta:

cuatro elementos y cinco
sentidos, el hombre un espíritu enamorado
enredándose en este limo enlazado
bienvenido sea el reino a su campana de nimbo
y las perdidas cúpulas iluminadas por la luna,
y el mar que esconde sus íntimos secretos
en lo profundo de estos negros huesos vulgares,
arrullando las órbitas en la carne de la concha,
y esta última bendición más,

cuanto más me acerco a la muerte, un hombre a través de sus cascos rotos,
cuanto más fuerte sale el sol
y el mar destartalado e incisivo se regocija;
y cada ola del camino
y cada vendaval que domino, el mundo todo entonces,
con fe más triunfante
que nunca desde que el mundo fue dicho,
da vueltas en su mañana de alabanza,

escucho las colinas que rebotan
criar alondras y reverdecer el marrón de las bayas
que caen y las alondras del rocío cantan
más alto esta primavera tronante, y ¡cuánto 
más cerca de los ángeles cabalgan las feroces islas de almas! Oh,
más santas que sus ojos,
y mis radiantes hombres ya no están solos
mientras yo navego hacia la muerte.

Dylan Thomas (Swansea, Gales, 1914 – Nueva York, Estados Unidos, 1953), The Collected Poems of Dylan Thomas 1934-1952, New Directions, Nueva York, 1971
Versión de Silvia Camerotto


Foto: Dylan Thomas, Nueva York, c. 1952 Hulton Archive/Getty Images


Poem on His Birthday

In the mustard seed sun,
By full tilt river and switchback sea
Where the cormorants scud,
In his house on stilts high among beaks
And palavers of birds
This sandgrain day in the bent bay's grave
He celebrates and spurns
His driftwood thirty-fifth wind turned age;
Herons spire and spear.

Under and round him go
Flounders, gulls, on their cold, dying trails,
Doing what they are told,
Curlews aloud in the congered waves 
Work at their ways to death,
And the rhymer in the long tongued room,
Who tolls his birthday bell,
Toils towards the ambush of his wounds;
Herons, steeple stemmed, bless.

In the thistledown fall,
He sings towards anguish; finches fly
In the claw tracks of hawks
On a seizing sky; small fishes glide
Through wynds and shells of drowned
Ship towns to pastures of otters. He
In his slant, racking house
And the hewn coils of his trade perceives
Herons walk in their shroud,

The livelong river's robe
Of minnows wreathing around their prayer;
And far at sea he knows,
Who slaves to his crouched, eternal end
Under a serpent cloud,
Dolphins dive in their turnturtle dust,
The rippled seals streak down
To kill and their own tide daubing blood
Slides good in the sleek mouth.

In a cavernous, swung
Wave's silence, wept white angelus knells.
Thirty-five bells sing struck
On skull and scar where his loves lie wrecked,
Steered by the falling stars.
And to-morrow weeps in a blind cage
Terror will rage apart
Before chains break to a hammer flame
And love unbolts the dark

And freely he goes lost
In the unknown, famous light of great
And fabulous, dear God.
Dark is a way and light is a place,
Heaven that never was
Nor will be ever is always true,
And, in that brambled void,
Plenty as blackberries in the woods
The dead grow for His joy.

There he might wander bare
With the spirits of the horseshoe bay
Or the stars' seashore dead,
Marrow of eagles, the roots of whales
And wishbones of wild geese,
With blessed, unborn God and His Ghost,
And every soul His priest,
Gulled and chanter in young Heaven's fold
Be at cloud quaking peace,

But dark is a long way.
He, on the earth of the night, alone
With all the living, prays,
Who knows the rocketing wind will blow
The bones out of the hills,
And the scythed boulders bleed, and the last
Rage shattered waters kick
Masts and fishes to the still quick stars,
Faithlessly unto Him

Who is the light of old
And air shaped Heaven where souls grow wild
As horses in the foam:
Oh, let me midlife mourn by the shrined
And druid herons' vows
The voyage to ruin I must run,
Dawn ships clouted aground,
Yet, though I cry with tumbledown tongue,
Count my blessings aloud:

Four elements and five
Senses, and man a spirit in love
Tangling through this spun slime
To his nimbus bell cool kingdom come
And the lost, moonshine domes,
And the sea that hides his secret selves
Deep in its black, base bones,
Lulling of spheres in the seashell flesh,
And this last blessing most,

That the closer I move
To death, one man through his sundered hulks,
The louder the sun blooms
And the tusked, ramshackling sea exults;
And every wave of the way
And gale I tackle, the whole world then,
With more triumphant faith
Than ever was since the world was said,
Spins its morning of praise,

I hear the bouncing hills
Grow larked and greener at berry brown
Fall and the dew larks sing
Taller this thunderclap spring, and how
More spanned with angles ride
The mansouled fiery islands! Oh,
Holier then their eyes,
And my shining men no more alone
As I sail out to die.

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