a Diego Bentivegna
Soñé por años que viajaba hasta vos.
El sueño era inquietante, una pesadilla;
perdía el avión o me perdía
en un lugar desierto y en un páramo;
luego no era reconocido al llegar.
Mutaban los actores y partiquinos
cumpliendo diversos roles oníricos;
a veces hacían muecas y befas
al recién llegado que era yo.
Todo se fundía y encadenaba
en un palimpsesto de pesadilla;
luego no podía ni articular
una sola palabra. Prego, ciao.
Nada salía de mi boca y garganta;
me quedaba mudo, estulto,
me mareaba en ese desierto
de neblina que no podía ser Italia.
Todo salía mal. El visado.
¿Pero por qué visado? decía
ese yo de sueño y niebla.
Salía mal, me trababa, mudo,
carente de voz y de voto
a quien dirigirme. Fiumicino
era el Sahara con médanos
que caían a pique hacia un mar
furioso que no podía ser el mío.
¿Mío? Digo, el que fuiste a buscar
y que ahora no encontrabas.
Eran olas de escayola chocando
contra un farallón de cine.
El desierto se hacía una selva,
abigarrado bosque hiperbóreo.
No podía ser mi llanura y colina
Pero ¿eran esas tales las mías?
Donde estoy, me dije todavía
y creí, lo juro, decirlo en italiano.
¿Qué busco acá? ¿El vino, Dante
Capri, Horacio o el Campari?
Daba vueltas en la cama
y la cama era la nave
que me llevaba sobre las olas
de ese mar de escayola.
Sabía que dormía y sabía
que durmiendo estaba allá.
Al despertar no tenía una rosa;
solo un puñado de tierra
entre las manos.
La tierra olía a rosas.
Angel Faretta (Buenos Aires, 1953), inédito
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