Muerte de Plinio el naturalista *
Cual docto observador infatigable,
El denso velo descorrer procura
Que las causas esconde de natura,
Y la hace en sus arcanos insondable.
¿Mas, qué se ha de ocultar a la admirable
Penetración de Plinio? Cosa oscura
No halla él; todo lo traza con pintura
Verdadera, sencilla, inimitable.
Pero ¡ay! Que sin piedad naturaleza
Castiga de su intérprete la audacia,
Que descubre y revela su grandeza;
Pues cuando del incendio el sabio quiere
Observar el fenómeno (¡oh desgracia!)
¡La llama le sofoca y Plinio muere!
El termómetro y el hombre
Como entrasen tertulios, más de ciento,
De un rico al aposento,
donde encienden cigarros, chimenea,
Y cada vela que arde es una tea,
El termómetro allí, por consiguiente,
Subió mucho. Pues de esto un concurrente
Combustión en la atmósfera concluye
Que va a sobrevenir, se asusta y huye
Sin pensar que tan súbita ocurrencia
De la misma reunión es consecuencia.
¿Por qué, a causas sencillas y triviales,
No atribuimos las cosas?
¿Para qué recurrir a portentosas
Y sobrenaturales?
Lo que es somero y llano en el abismo
Nos gusta contemplar, para que asombre.
¡Así forja un coco siempre el hombre!
¿Pero, el coco quién es...? El hombre mismo.
Gabriel Alejandro Real de Azua (Buenos Aires, 1803-?), Primera poesía argentina 1600-1850. Investigación, selección y notas: Javier Cófreces. Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2006
* Cayo Plinio Segundo, llamado Plinio el Viejo (Como, 23-Pompeya, 79). Escritor. Comandante de caballería en la Germania, procurador en la Galia y en Hispania. Prefecto de la flota romana. Escribió una historia de las guerras germánicas, una historia general, un tratado de retórica y una monumental historia natural en 37 libros. Murió en Pompeya, a donde acudió a examinar de cerca la catastrófica erupción del Vesubio.
Ilustración: Baco junto al Vesubio, fresco de la Casa del Centenario de Pompeya, conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
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