Consagración de apatía
(a Christian G.; o a su partida)
Sabés de los desiertos y del alma, de esa disgregación lenta de tus cosas —sí, asistir a un lento desgastarse los objetos, tenés uno entre las manos y se te va resquebrajando—. Migajas de la arena tuya que te hace, médanos en continua formación y no, porque sólo van a la ruptura: médanos quebrados. Te guardás en piezas silenciosas, en el silencio de algunas horas: sos el que duerme, visto de afuera, tenido entre las manos desde afuera. Monedas pobres del alma, tus cosas van a la deriva, vos mismo sos la deriva de tus cosas, y su sueño.
Porque podés ver algo claro, de lejos, tus días; pero cuando boyás en ellos todo se te confunde, todo gira en torno a centros ilusorios, varios, efímeros: y qué te ata los días, y cómo atás vos tus días a vos.
Silencio, entonces, pasividad, apacibilidad: ver cambiar las cosas, sin esperanzas, sin afanes. (Como ante un cuadro postergado: puede acabar. Como el paisaje de una ciudad a oscuras: pensás que, en verdad, no la conoceremos.)
Voces entre las tumbas
Aquí diez mil difuntos hablamos del presente.
Aquí creció la daga que llevó a nuestra sangre
a la pradera negra de polvo desasido.
Aquí el verdugo y la razón sin alma.
Aquí con mis alforjas y tus alforjas y
un viento renacido veníamos cantando.
Los ojos se elevaban sobre un mar sin caricias,
y en las manos había una esperanza.
Pero llegó la lepra mordida de alfileres,
llegó la letanía que nos midió con plomo,
y la terca pared, y el humo y su tormenta,
detonando su miedo de falanges.
Ya viene el túnel, ya se acerca la amenaza
de la captura ciega, del desconsuelo ciego,
ya gritaron el parte, grises, viejos, oscuros,
ya se instaló la furia del enano.
Aquí diez mil difuntos. La guerra declarada.
El trueno y su costado. La evocación del torpe.
Los vasos que se astillan. El comedor del sueño.
Ya nunca volveremos: somos sombras.
Azar n° 1
Seguimos siendo brujos
del sol y de la noche,
salvajes unitarios
y cruentos federales.
Seguimos dando muerte
y queriendo la vida,
y somos oro y barro
y medida del orbe.
Los mitos no fenecen,
sólo cambian de efigie:
otra Esfinge, otro Edipo.
La música nos nutre,
la palabra nos alza:
todo es canción de siempre.
Domingo 2, julio 2000
Pablo Seguí (Ciudad de Córdoba, Argentina, 1973)
Buenos Aires, 2024
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Foto: Pablo Seguí en Facebook
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