Ven a cambiarle un ojo al titiritero
por un perrito azul de terciopelo,
por un incandescente caballo saltarín,
por una caja oblonga donde sortea el tiempo una mujer.
Entra despacio, niño.
Olfatea el color de la madera,
elige en la repisa una muñeca, un leñador de trapo
que acompañe el sonido de los grillos
cuando resbale el día bajo la puerta de tu cuarto.
El viejo te dará las buenas tardes.
Pisará una banqueta que ha encolado
catorce veces, quince, en el último invierno.
Le mirarás la espalda, el saco amarronado
y unos pelos blanquísimos que cualquier noche
anudarán tu sueño como las finas patas de una araña.
Te entregará el muñeco. No soltarás el aire.
Vas a mirar únicamente el ojo que tiene movimiento.
Tantearás en tu bolso un ojo como ese
-no vale equivocarse en este punto-
y apenas se te acerque lo incrustarás del lado de la cara
que refleja la luz. Después vas a correr oyendo
cómo siguen latiendo impertinente en tu cabeza
las varitas de acero que colgaban en lo alto de la puerta.
Horacio Cavallo (Montevideo, 1977)
Envío de Ignacio Di Tullio
Luz de última hora. Poesía (2006-2018),
Editorial Lisboa,
Buenos Aires, 2018
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