Enciendo la lámpara de sal de la montaña
junto a mi cama.
Me suelto el pelo
recordando las canas invisibles.
Me acuesto entre las sábanas de hilo
con la bata dorada de la China.
Debajo mi piel blanca no desea
ni en sus botones rosados
ni en sus lunares pálidos.
Sobre la almohada se escuchan mis anillos
porque está fresco, quizás,
y se afinaron mis dedos.
El oro, la plata, la amatista.
Afuera la noche se ha espesado
porque terminó la luna llena.
Empieza el mes que precede al invierno.
Qué ligera que soy sin tus deseos.
Qué dulce corre el alma
en mi esqueleto.
Qué cierta es esta cara y estos flancos
qué ciertos que son,
qué delicados.
Me admira mi gata, blanca y parda,
y yo la admiro a ella en su silencio.
Hasta el perfume rojo de las flores
tengo.
Qué ligera que soy sin mis deseos.
Mi madre me llevaba a aprender a bailar.
Ella hubiera querido bailar, de pequeña.
Yo sólo me acuerdo del conservatorio
-la fachada blanca,
las columnas altas,
las escaleras de mármol veteado-
y muy vagamente el olor de mi trusa
guardada en el bolso
toda la semana.
Ni una sola imagen del salón de baile.
Apenas un piano que sonaba al fondo.
Yo recuerdo el otoño en los bulevares,
el aire en la cara al salir de la clase,
mis primas, más grandes, que podían ir solas.
Yo apenas recuerdo haber deseado
aquello:
alcanzar esa breve
libertad de mis primas.
Carina Sedevich (Santa Fe, Argentina, 1972), Escribió Dickinson, Alción, Córdoba, Argentina, 2014
junto a mi cama.
Me suelto el pelo
recordando las canas invisibles.
Me acuesto entre las sábanas de hilo
con la bata dorada de la China.
Debajo mi piel blanca no desea
ni en sus botones rosados
ni en sus lunares pálidos.
Sobre la almohada se escuchan mis anillos
porque está fresco, quizás,
y se afinaron mis dedos.
El oro, la plata, la amatista.
Afuera la noche se ha espesado
porque terminó la luna llena.
Empieza el mes que precede al invierno.
Qué ligera que soy sin tus deseos.
Qué dulce corre el alma
en mi esqueleto.
Qué cierta es esta cara y estos flancos
qué ciertos que son,
qué delicados.
Me admira mi gata, blanca y parda,
y yo la admiro a ella en su silencio.
Hasta el perfume rojo de las flores
tengo.
Qué ligera que soy sin mis deseos.
Mi madre me llevaba a aprender a bailar.
Ella hubiera querido bailar, de pequeña.
Yo sólo me acuerdo del conservatorio
-la fachada blanca,
las columnas altas,
las escaleras de mármol veteado-
y muy vagamente el olor de mi trusa
guardada en el bolso
toda la semana.
Ni una sola imagen del salón de baile.
Apenas un piano que sonaba al fondo.
Yo recuerdo el otoño en los bulevares,
el aire en la cara al salir de la clase,
mis primas, más grandes, que podían ir solas.
Yo apenas recuerdo haber deseado
aquello:
alcanzar esa breve
libertad de mis primas.
Carina Sedevich (Santa Fe, Argentina, 1972), Escribió Dickinson, Alción, Córdoba, Argentina, 2014
Foto: Facebook
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