su hirviente gusanera, el peso
de sus vicios,
oye su astucia y su perfidia
como golpes de martillo
sobre el fuego que se acaba.
La sangre
-de tanto amar el cielo-
negrea,
oscurecida de tanta soledad,
con la boca abierta en un grito
sofocado;
sus ojos vacíos miran mi nada
anochecida
en la tristeza de la tierra.
Yo sé
pero mi juventud no sabe.
Tienes que morir,
decrépito estertor,
charco de
llamas frías.
La carne ciega ve, por fin, su espanto.
Pedro Shimose (Riberalta, Bolivia, 1940), Antología de poesía hispanoamericana (1915-1980), Selecciones Austral Espasa-Calpe, Madrid, 1984
Foto s/d
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