El hombre del agua
Más allá
del brillo incandescente del sol,
cuando las primeras ráfagas de luz
pegan sobre la picada agua del río,
nacen como burbujas, dudosas canoas,
débiles barcazas, conducidas
por sombras
cuya anatomía, aunque lejos
es fácil reconocer.
Nacen, en verdad, cuando nace el sol,
o cuando la noche, lánguida, agoniza.
Bajo la otra luz nace también el estigma
tan caro, o virtuoso, o mágico
a los enamorados.
Es de suponer
que antes de que una luz muera y otra nazca
están allí, imperturbables, sombras.
Y esas sombras
son brazos que conmueven el agua
aunque nada conmueva a esos brazos,
salvo una noche esplendorosa, o un pez
que luzca para bien pagado.
El hombre del agua sabe distinguir
las tétricas o gratas sorpresas, el
peligro, el pez que picó y huyó
prefiriendo el desangre.
Los bañistas
son el reloj del hombre del agua,
le dicen: -es día ya, es hora, viejo,
dé por terminado su trabajo-.
Y el hombre esperará otra noche, quizá,
el esplendor, o que un gran pez lo conmueva
como sus brazos remando conmueven
infinitamente
el agua.
Manual de utilidades [1976]
Arte Nova n° 5, Buenos Aires, abril-mayo de 1980
Confesiones de una siesta
Soy -me dices- lo que dicen de mí.
Segregas lozanía,
las puntillas menores
y otras prendas.
Te tomas tu tiempo y agregas:
A veces soy más todavía.
Periódico de Poesía n° 74, México, noviembre de 2014
Hugo Diz (Rosario, Argentina, 1942-2022)
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Foto: Débora Priasco/Río Belbo
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