Salgo del letargo por expresa indicación de mi hijo y de su madre
que me advierte que se aburre en la playa sin amigos y pide
que me hunda un poco más en este mar de mentira
donde flotan barquitos de colores
para jugar con la pelota hecha en China que hace poco compramos:
mi hijo la patea con ganas, provocándole diferentes comportamientos en el aire
hasta que yo la capturo —o intento hacerlo— sumergido hasta la cintura
con algún grado de dificultad.
En el último envío, por ejemplo, el balón se me ha escurrido entre las manos
y ahora se balancea entre dos canoas amarradas:
recuperarlo justificaría nadar en aguas donde no hago pie
pero un lugareño que respira con snorkel detrás de mí
(una de las pocas cosas, parece, que logra mantener a esta gente callada)
hace una pausa justo a tiempo para entender que necesito su ayuda
y se apura haciendo espuma con sus patas de rana
y en un santiamén consigue el balón y lo mantiene en alto como un trofeo
antes de devolverlo con fuerza a tierra firme.
No me queda más remedio que agradecerle con un pulgar extendido
y regresar a mi posición inicial
cuando una suerte de caverna cristalina se ha formado a mi alrededor
y pienso que sería un buen momento para rogar por mi salvación
pero apenas consigo hacer pie un nuevo pelotazo se aproxima:
ahora debo poner mis dos brazos en alto.
[inédito]
Diego Colomba (San Nicolás, Argentina, 1972)
Diego Colomba - Op. Cit. - El Poeta Ocasional
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