Los pequeños trenes de carga
A veces un terrible rey musulmán ordena la descarga.
Un viento caliente y rojo pone en retirada a las nubes,
oh, femeninas,
y va a estrellarse en las cumbres de la montaña,
entre pinares, entre camiones rurales, entre gargantas de tierra amarilla,
y va a estrellarse pasando sobre los campos andaluces,
oh, femeninos,
y sobre los lentos molinos manchegos moliendo los siglos,
allí donde fermenta y fermenta el vino oscuro y el oscuro
grito de la tierra.
El sol, terrible y musulmán, se oculta diariamente.
Pero el siroco, su ejército invisible, su ejército de viento,
pasa ardiendo con árboles, con árboles sin sombra,
pasa ardiendo con pájaros, con pájaros sin alas,
con cigarras dormidas, dormidas, dormidas con cigarras,
con lunas rojas entreabiertas rojas,
con sapos reventados con orejas, con manos con arena
y sopla y sopla y sopla implacable africano.
El agrario dolor se hace crispado puño hacia la altura
y los obreros mueren en las alcantarillas de las ciudades.
En cierto lugar,
donde hay una pequeña estación de carga, en la hondonada,
entre un hilo de río y la sombra verde del bosque en rampa,
no entra el siroco.
Yo adoro este paisaje internacional, el reloj de la estación, el río delgado,
los vagones abandonados en las vías muertas, el cementerio de los trenes,
y sobre el humo y los ladridos de los perros violetas, las golondrinas,
oh, internacionales,
volando entre los giros propicios del viento.
Los vagones no saben que transportan sudor y sangre y luto
y pasan tan alegres, pintados de gris, soltando al aire una sirena loca.
Cerca de la fábrica de cerámica van los buscones a dormir.
En la noche, de vez en cuando, un tren de carga pasa,
se detiene un instante, luego dispara un afilado grito, un grito azul,
hacia ambos lados de las vías.
Y parte al norte, al sur, al este y al oeste
y parte de la montaña, a la llanura, al mar
y parte y parte y parte con los mendigos, con los soldados, con las prostitutas,
y parte y parte y parte y nosotros nos quedamos,
Adiós, adiós.
En la noche, de vez en cuando, un tren de carga pasa.
Tren subversivo que sacude la tierra mansa, el suburbio tranquilo,
y deja una inquietud de horizonte y distancia y libertad y música con ruedas
y aire mojado, viento de las máquinas, adorable siroco.
Raúl González Tuñón (Buenos Aires, 1905-1974), "La rosa blindada", Poesía reunida, Editorial Seix Barral, Buenos Aires, 2011
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