martes, agosto 03, 2010

de archivo / La pista de la traducción

El indiferente azul

El esfuerzo realizado por el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince para probar la autenticidad de un poema de Jorge Luis Borges que estaba en los bolsillos de su padre, asesinado en 1987 por un grupo parapolicial, tiene una justificación que parece exceder la de rendir tributo a una memoria. Según el relato que publicó Clarín el martes pasado (30 de junio de 2009), Abad Faciolince ya había hecho mucho en pos de ese último objetivo: hace dos años, publicó el libro El olvido que seremos, para contar quién era el doctor Héctor Abad, abogado, defensor de los derechos humanos. Aunque el supuesto poema de Borges le había dado el título del libro, no le importaba especialmente. Sólo cuando se alzaron voces denunciando el texto como apócrifo, se preocupó el escritor en averiguar si era tal. ¿Su honor estaba en juego? ¿El de su padre? No parece. Si el asesinado doctor Abad guardaba ese poema, era porque lo daba por bueno en dos sentidos: por su contenido y en cuanto a la autoría. Estaba en su bolsillo y tenía las iniciales de Borges. El doctor no se lo atribuía a él mismo, desde luego. Tampoco su hijo intentó hacerlo pasar por obra de su padre. Fue más bien lo contrario: la mención de Borges desató un mínimo coro de protestas.
No contaremos los detalles. El escritor partió en pos del autor verdadero y encontró primero un falsificador que había publicado el poema alterándolo y atribuyéndoselo, y más tarde a los primeros editores, y por último a quienes habían tomado de mano de Borges la copia de este soneto que elogia al olvido y que no figura en ninguno de sus libros.
Se seguirá discutiendo. Los testimonios pueden convencer o no, pero una historia de dolor y minucias, bajo un azul indiferente, está escrita. Muchos se han dado a desmenuzar la obra buscando el sello del estilo. No agrego nada a esto último si digo que hay un verso en el poema que es marcadamente borgiano pero que no es de Borges enteramente: “Bajo el indiferente azul del cielo” evoca unas líneas de “Domingo a la mañana”, un complejo prodigio del poeta estadounidense Wallace Stevens. Este profetiza allí que el cielo será, alguna vez, “una parte de trabajo y una parte de dolor (...) no este divisor e indiferente azul ”. Hubo algunas traducciones del poema en la Argentina. Alberto Girri hizo una. Otra la habían hecho Borges y Adolfo Bioy Casares y fue publicada en la revista Sur en marzo de 1944.

Revista Ñ, 4 de julio de 2009



Hace dos semanas, anoté que un verso del poema atribuido a Borges que apareció en un bolsillo del asesinado doctor Héctor Abad en 1987 podía estar citando a otro, de “Domingo a la mañana ”, una composición en ocho tramos del estadounidense Wallace Stevens.
Borges, junto con Adolfo Bioy Casares, había traducido este poema en la década de los 40. La versión apareció en marzo de 1944 en la revista Sur. Para nadie que lea “Domingo a la mañana”, de Stevens, en el original o en respetuosas traducciones, los calificativos aplicados al cielo en la tercera estrofa pasan sin pena.
The sky will be much friendlier then than now,/A part of labor and a part of pain,/And next in glory to enduring love,/Not this dividing and indifferent blue, escribe Stevens, lo que traducido por Alberto Girri es: El cielo será entonces más amistoso que ahora,/una parte de esfuerzo y una parte de dolor,/y cercano en la gloria el amor perdurable,/no este divisorio e indiferente azul,verso este último que Borges y Bioy traducen: “No este indiferente azul, que aleja”.
Y se trata de que el poema que según diversas evidencias Borges escribió, y el doctor Abad llevaba en su bolsillo, habla sin más del “indiferente azul ”.
Borges pudo o no haber escrito el poema que se le atribuye. El falsificador pudo imitarlo. Pudo incluso haber leído a Stevens y haber recordado su indifferent blue sin saber que Borges lo había traducido con Bioy. Pudo saberlo, incluso, y pudo haber adivinado que Borges lo habría usado si hubiese escrito el soneto póstumo.
Stevens era un pagano, Borges un agnóstico; para ambos el azul, metonimia del cielo, era indiferente en términos bíblicos.
Borges escribió mucho en defensa de la traducción y también tradujo -no tanto como otros poetas de los que después nacieron en esta tierra de traductores-. Sea que conocía ambos poemas o no, el supuesto falsificador tradujo la mente de Borges a su vez. Y si Borges fue el autor, usó en su creación aquel verso que había volcado al castellano con Bioy y que sin duda dormía en su memoria.
Esta pista, cierta o falsa, sobre la autenticidad del poema de Borges hallado en el bolsillo de un hombre asesinado sólo pudo aparecer, para aclarar o mezclar aun más la baraja, en un país como la Argentina, cuyos autores se dedicaron apasionadamente a la traducción como a una parte de su obra.

Revista Ñ, 18 de julio de 2009

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Foto: Wallace Stevens (Reading, Pennsylvania, 1879-Hartford, Connecticut, 1955)

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