Yo también fui un poeta vanguardista
por Miguel Gaya
Todos hemos cometido actos de los que no podemos enorgullecernos. En mi caso fue mi período como poeta vanguardista. Fue más o menos así:
Hace muchos años, y por razones que prefiero no recordar ni entender, cundió entre los jóvenes poetas de entonces una no sé si llamarla moda, tal vez tendencia, consistente en encabezar los poemas más vanguardistas y herméticos con epígrafes en idiomas extranjeros. Inglés, preferentemente. Asimismo, esos poemas en general llevaban por título nombres de ciudades europeas. De ciudades no turísticas, preferentemente. Los poemas, tal vez por herméticos, llevaban pocos versos. También preferentemente.
Negado como soy a todos los idiomas (hasta el materno, han afirmado), me quedaba frente a esos poemas sumido en una suerte de estupor metafísico. ¿Por qué no citar los poetas traducidos, por qué no traducir los epígrafes? ¿Por qué los poemas no referían en absoluto a las ciudades citadas en los títulos?
Quiso el destino, o mi labor profesional, que por esos días llegara a mis manos un libro primoroso de la agencia estatal alemana GTZ, de apoyo a las pequeñas y medianas empresas de ese país y del Tercer Mundo (como se decía por allá). Estaba escrito con minuciosidad teutona, y abundaba en gráficos, estadísticas y muchas declaraciones de rubicundos ciudadanos germanos, economistas supuse, que posaban sobre sus nombres, títulos y honores en bonitas fotografías de fondo azul. De más está decir que hojeaba ese libro con la misma atención bovina que le dispensaba a los poemas. Parecía que en esa época todo era hermético para mí.
Entonces una idea perversa se apoderó de mi voluntad. Lo primero que hice fue copiar trabajosamente cinco frases tomadas al azar de cualquier informe del libro, y partirlas en dos en cualquier lado. Quedaron, obvio es decirlo, cinco dípticos. Después atribuí cada una de ellas a uno de los especialistas, a los que suponía yo economistas, trámite mediante el cual quedaron convertidos de iure et facto poeticae en auténticos poetas alemanes contemporáneos. Finalmente, elegí de entre los informes y reseñas lo que yo supuse nombres de pequeñas ciudades germanas.
El siguiente paso fue hacer una lista alfabética de diez palabras tomadas de los poemas herméticos de entonces. Digamos “ausencia”, “cauterizar”, “gaseoso” y así. Por último, copié de la novela que estaba leyendo en ese momento, cuyo nombre ahora mismo no recuerdo, también diez frases cortas tomadas por riguroso azar. Finalmente, combiné todo, nombres de probables ciudades, supuestas citas y dudosos autores alemanes por un lado, y frases extirpadas de la novela convenientemente revueltas e intervenidas con palabras “poéticas” por el otro. El conjunto resultó un corpus de poemas herméticos, titulados “Deutschland Revisited”, nada menos. Quiero que usted calibre cuánto de manualidad tuvo la cosa, cuánto de bricolaje. Hablo, por supuesto, de una época remota, anterior al copy & paste, de máquinas de escribir y tediosas composiciones manuales.
Al finalizar todo fue de mal en peor, y no estoy orgulloso de lo que hice. Se los di a leer a varios poetas herméticos de entonces, algunos hasta amigos, justo es confesar. Todos ellos lo leyeron con atención reconcentrada y evidente respeto. Ninguno se intimidó por las frases en alemán, y todos tuvieron algo que decir. No puedo afirmar que fueron elogiosos, pero tampoco lapidarios. Fueron, dentro de lo que cabe, educados y cautos. Incluso uno de ellos me felicitó por abandonar “las boludeces coloquialistas que curten tus amigos” (quise entender que se referían a Cófreces y Jonio González, si no a Freidemberg y Bellessi). Y otro se jugó asegurando que tenía ahí “el principio de algo, quizás grande”. Todos me auguraron bienaventuranzas.
Reconozco que al cuarto o quinto intento la cosa dejó de causarme gracia, y me empezó a dar un poco de miedito. Me vi, le aseguro, en riesgo de convertirme en un autor de culto, de ser arrastrado por un pacto fáustico con rumbo a un paper de análisis académico. Decidí cortar por lo sano, literalmente, y me deshice de esos poemas trabajosamente construidos mediante la purificación del fuego, para no hablar jamás del asunto. Hasta hoy, en que le aseguro que el caso fue rigurosamente cierto (como decía el ínclito Mangieri, que de poesía de vanguardia la sabía lunga).
¡Y se perdió ganar la Guggenheim, che!¡Qué picardía! Mi abrazo a Gaya, don Miguel; Irene
ResponderBorrarPD: y conste que su amigo Jonio tampoco se las da de fácil.
DEAR IRENE, YO NO ME LAS DOY DE FÁCIL NI DE DIFÍCIL. CURIOSO ES, SIN EMBARGO, EL MÉTODO EXPEDITIVO PARA QUITARSE DE ENCIMA A POETAS (Y POEMAS) MÁS O MENOS OSCUROS: LO IMPENETRABLE SE TRANSFORMA DE PRONTO EN CALLADO, EN MUDO MÁS BIEN; PERO ¿Y SI EN LUGAR DE MUDEZ SE TRATARA DE SORDERA?
ResponderBorrarJonio querido, ¿se ofende porque es oscuro y no fácil? ¡Malaya! A nuestra edad... Hace tiempo escribí algo así: "una vez que escuche lo que no quiero, mi voz, oír" Amplitone pa todo el mundo. Mi abrazo, Irene
ResponderBorrarNada que ver con poemas ni con literatura, por entonces, y...tal vez tampooco ahora (ugh bueno, sí, en las expectativas) con esa ladina desconfinaza de los pueblerinos, no distante de búsquedas, como psicóloga y aprendiz, en una supervisión psicoanalítica de terapia del grupo familiar con una prestigiosa mienbro de la APA, cuadros que lo atestiguaban y del Troesma (con pipa) mirándome. Decidí inventar una interpretación descabellada par los asuntos que se estaban analizando del funcionamiento del grupo. Fue muy impresionante. Es decir , siempre se inventa, perouna sienteque el "registro interno, el propio, " es de una "verdad". Grande fue mi sorpresa cuando la monumnetal psicoanalista cnsideró absolutamente acertadas y felices mis ideas.
ResponderBorrarNo me atreví a decir nada, tuve verguenza y culpa pero me di cuenta de que las palabras pueden ser muy engañosas.Gaya como siempre, escribe como los dioses. Y es verdad.