martes, octubre 14, 2008

Günter Eich / Dos poemas














Rama de frambuesas

El bosque detrás de los pensamientos,
las gotas de lluvia en ellos
y el otoño que los amarillea...

ah, pronunciar frambuesas,
susurrándote frutas al oído,
esas rojas, que cayeron al musgo.

Tu oído no las entiende,
mi boca no las pronuncia,
no detienen las palabras su decadencia.

Manos juntas entre pensamientos inconcebibles.
En la espesura se pierde la huella.
La luna abre su ojo,
amarillo y para siempre.


Donde yo vivo

Cuando abrí la ventana,
entraron peces en el cuarto,
arenques. Parecía
que pasaba un cardumen.
También entre los perales jugaron.
Pero la mayoría
se detenía aun en el bosque,
sobre los viveros y los guijarrales.
Son molestos. Pero más molestos aun son
los marineros
(también grados más altos, timoneles, capitanes)
que a menudo vienen a la ventana abierta
y piden fuego para sus malos tabacos.
Quiero mudarme.

Günter Eich (Lebus, Alemania, 1907 - Salzburgo, Austria, 1972), Poesía alemana de hoy (1945-1966), traducción de Rodolfo Alonso y Klaus Dieter Vervuert, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1967

Foto: Günter Eich, 1970, Zemann/ ullstein bild/ Getty Images

lunes, octubre 13, 2008

Juan José Saer / Príapo

Unicamente el hombre no renace; y los dioses,
que nacen de las cosas, se transforman en cosas, otra vez. La liebre
en cambio, cuando, en medio del salto,
el acero la inmoviliza, ya había
renacido en el cachorro que juega, blando y tranquilo,
en la luz tibia. No en tanto
que dioses y que bestias, Venus y Adonis,
en una cama de mirto y rosas, sino que como humanos,
abandonados, copulan.
Por muerte y no
por renacimiento. Esperma, pelos, sangre:
insulto y lamento -y más adentro todavía, más,
más todavía, ahora, mientras el fondo, negro,
se retira, y el abismo se abre, rojo y humedecido,
a sombras que dicen ser, para la yema de los dedos, cuerpos férreos.
Noche de vísceras que órganos ciegos, perdidos, palpan. Por ese
atajo sin fin los dioses
se vuelven hombre y mujer y engendran
Príapo, el ser
del que el cuerpo entero
es apenas el reverso borroso de la verga
y a cuyo paso
hasta el rebuzno de las bestias le da la alerta a las ninfas
y les señala, perentorio, al violador.
Por el campo, el ser intermedio, que nace y muere
sin renacer, a la rastra de su verga,
improvisando infinitos,
espanta bestias y dioses
y cae, y vuelve a caer, una y otra vez,
en la misma trampa opaca.
El yo
se yergue o se entreabre, punta roja o revés
de terciopelo, titilaciones y ondulación
del deseo -se dice único
y cae, por último, en un sueño senil,
del que arruga y delirio
son la puerta del fin sin fin. Perplejo,
Príapo, desnudo en el día arduo,
entre latidos confusos y recuerdos desgastados,
de rodillas
ante su propio monumento
busca cuerpos que borren la visión
de una certeza ignorada.
Estampida
de ninfas crédulas
y terror
ante la esperma impaciente.
La criatura
erra sin saber
por un país misterioso
que no entrega
ni nombre ni sentido-
exceso de deseo
que no se basta con ser
deseo y transmisión
sino que quiere
saber
de qué es deseo, y cómo,
y hasta cuando y, sobre todo, por qué.
Para una muerte
que no renace en otro,
ni en otros, en el aire
enceguecedor, entre Deimos y Fobos,
de su misma raza, Príapo adora
la sombra de la sombra de una sombra
y lo liso lo alcanza
como un cuchillo
que pidiese, a su vez, adoración.

Juan José Saer (Serodino, 1937-París, 2005), El arte de narrar, Universidad del Litoral, Santa Fe, 1988

N. del Ad.: Príapo (encic.): Divinidad de origen asiático (P. Grimal, Diccionario de mitología griega y romana), adorada inicialmente en Lámpsaco. Los griegos convirtieron a Príapo en hijo de Dionisio con Afrodita. Se lo representaba deforme, con un gran falo siempre erecto. Custodio de los huertos, libraba de maldiciones menores. La deformidad era atribuida a un conjuro de Hera y la presunta paternidad ya no de Dionisio, sino de Zeus: Hera, diosa consorte de Zeus, tocó el vientre de Afrodita y el chico nació horrible y con un miembro viril desmesurado. Acusado de reiterados intentos de violación, en uno de ellos los rebuznos de un asno salvaron a la víctimas, en este caso, las bacantes. 
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Foto de David Fernández, en Clarín

Ingeborg Bachmann / Todos los días














Todos los días

No se declara ya la guerra,
se la continúa. Lo inaudito
se ha vuelto cotidiano. El héroe
permanece lejos de los combatientes. El débil
ha entrado en las zonas de fuego.
El uniforme del día es la paciencia,
la distinción esa estrella miserable
de la esperanza encima del corazón.

Se la otorga
cuando no ocurre nada más,
cuando calla el fuego graneado,
cuando el enemigo está invisible
y la sombra de la armadura eterna
cubre el cielo.

Se la otorga
por el abandono de las banderas,
por la valentía hacia el amigo,
por la delación de secretos indignos
y la desobediencia
a toda orden.

Ingeborg Bachmann (Klagenfurt, Austria, 1926 - Roma, 1973), Poesía alemana de hoy (1945-1966). Traducción de Rodolfo Alonso y Klaus Dieter Vervuert, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1967


Alle Tage
Der Krieg wird nicht mehr erklärt,/sondern fortgesetzt. Das Unerhörte/ist alltäglich geworden. Der Held/ bleibt den Kämpfen fern. Der Schwache /ist in die Feuerzonen gerückt./ Die Uniform des Tages ist die Geduld,7 die Auszeichnung der armselige Stern/ der Hoffnung über dem Herzen. //Er wird verliehen,/ wenn nichts mehr geschieht,/ wenn das Trommelfeuer verstummt,/wenn der Feind unsichtbar geworden ist/ und der Schatten ewiger Rüstung/ den Himmel bedeckt.// Er wird verliehen/ für die Flucht von den Fahnen,/für die Tapferkeit vor dem Freund,/ für den Verrat unwürdiger Geheimnisse/ und die Nichtachtung / jeglichen Befehls.

Original en alemán y versión al inglés en pō’ĭ-trē

domingo, octubre 12, 2008

Juan José Saer / Akinari Monogatari I


Akinari Monogatari
I / El deshielo

Llegó de este modo el mes del deshielo
                                Akinari
solo
de edad mediana
       estragado
viajaba entre dos ciudades
para enseñar
la doctrina del imperio
           a unos jóvenes 
magros que lo escuchaban y enrojecían
ante sus preguntas
Ciruelos llenos de flores
se balanceaban en la brisa de abril frente a la ventana
A la hora del té
que servían mujeres silenciosas
una de sus discípulas
     en cuya voz cantaba
                  a veces
el ruiseñor
se aproximó al maestro
hizo una reverencia gentil
                 lo miró
Y había en sus ojos algo de mirada de la zorra
tal como debe verla el zorro
      en el mes del deshielo
La mirada chocó contra los ojos miopes del literato
que llevaba en ese momento a sus labios la taza de té
Akinari
     dijo la voz del ruiseñor
Akinari
Mientras me enseñas la doctrina imperial
     en el mes del deshielo
yo pienso
     en el tiempo que te trajo hasta aquí
     en el país de donde vienes
     en tu falsa doctrina
                  Akinari
Pienso
     Akinari
       en ti
       en el temblor de tus pestañas
       en tu barba implacable
       en el patio de tu casa
       en tu insomnio en tu deseo
       en tus años
¿Por qué no hablas nunca de eso
al enseñarnos la doctrina oficial?

Y de regreso
       Y era en el mes del deshielo
de una ciudad a otra
iban los ojos de Akinari
       fijos en el camino
y no veían sin embargo golpear la lluvia contra los grandes árboles.

Juan José Saer (Serodino, 1937-París, 2005), El arte de narrar, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, 1988
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sábado, octubre 11, 2008

Antología de poetas argentinos del ochenta

Preguntas nuevas (o como evitar el mal menor)

Por Daniel Fara
En Adamar, Revista de Creación

Luis Benítez, Santiago Espel, Juan Carlos Moisés, Esteban Moore, Osvaldo Picardo y Mario Sampaolesi son seis poetas argentinos cuya diversidad curricular no es solo la obvia consecuencia de sus diferencias naturales sino también el producto, nada paradójico, de una serie de coincidencias significativas. En primer lugar se verifica un rechazo común al gregarismo artificial que predomina en el medio. No han suscripto juntos ningún manifiesto, no los ha reunido movimiento alguno ni los ha incluido la típica publicación colectiva en la que los textos podrían intercambiarse bajo los nombres de sus autores sin que nadie se diera cuenta. Todos ellos han evitado ese esprit de corps tan adecuado a las reuniones de consorcio como temible en posición de justificar la organicidad de un agrupamiento crítico (...)

Un segundo sistema -doble- de afinidades se constituye en la captación y el empleo de las referencias literarias. Cada uno a su manera, pero animados por criterios semejantes de selectividad y ruptura, los seis han privilegiado a la lírica norteamericana del siglo XX como espacio de recurrencias. La impronta de autores como Edgar Lee Masters, Wallace Stevens, William Carlos Williams, Archibald MacLeish, e.e. cummings, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Raymond Carver y Charles Bukowski marca sus textos de un modo variado y peculiar; en ningún caso se trata de influencias y sí, en cambio, es notorio el trabajo de reescritura y funcionalización realizado a partir de los modelos. El objetivo es claro: introducir temáticas y resonancias para poner en situación de extrañamiento a toda una serie de tenaces convenciones que afectan a la poesía argentina. Así, el costumbrismo, la introspección narcisista, el coloquialismo, los espiralamientos metafísicos, el surrealismo de segunda mano, los desvaríos ideológicos, el formulismo erótico/amatorio y otras tendencias endémicas pasan, por vía del discurso referido, al plano paródico y, una vez allí, tanto se resignifican irónicamente como llegan a recuperar el valor emotivo que expresaran antes de topicalizarse o deformarse. (...)

En los últimos cincuenta años nuestra sociedad se fue apartando con brusquedad creciente de los modelos europeos para aceptar, incondicional y acríticamente la influencia de los Estados Unidos. Ahora bien, ese giro no implicó una decisión voluntaria, fue más bien una captación cuidadosamente regulada por el país de origen. De esta forma, lo que adoptamos fue -es- una cultura de exportación, bien diferenciada de la que, en la metrópoli, tuvo no sólo coherencia interna sino, además, puntos de profunda disidencia con la visión expansionista.

En otros términos, no puede hablarse, en nuestro caso, del modelo norteamericano sino, al revés, de un filtro que nos mantiene alejados de sus rasgos verdaderamente imitables. Si el fenómeno es circunscrito al campo de la poesía argentina, habrá de comprobarse poco más que una imitación superficial de tan convencionales como las vernáculas. Esta imitación, por otra parte, revela una gran ignorancia lectora con relación a poetas estadounidenses relevantes, como los mencionados más arriba. Ante todo esto, la introducción de esos autores importantes, por parte de otros -nacionales- que no han querido elitizarse como "iniciados" y que desean expandir su patrimonio, puede ser apreciada como una corrección necesaria, no vinculante sino liberadora, ya que, ahora sí, es el producto de una elección consciente, manejada con sentido crítico a favor de una renovación de la escritura. A partir de ella surge un tercer punto en coincidencia. La intención de reactivar discursos vaciados por la retórica llevó a muchos autores de los ochenta y de los noventa al punto sin retorno de la ilegibilidad. Algunos, los menos, deliraron vanguardistas mientras otros, que se decían postmodernos, participaban, sin entender muy bien de qué se trataba, en la falacia del transvanguardismo. Ambos defraudaron a los lectores y no porque introdujeran formas nuevas, acordes con un mundo que había cambiado (directamente no hubo tales formas ni la intención de producirlas), sino porque escribieron a pesar del público, dando por hecho, tal vez, que ese público ya no existía, que cada poeta se había convertido, inexorablemente, en su único lector. Nuestros seis poetas no se contentaron con quedar afuera de esos desvaríos, vieron en ellos el emergente de un problema serio de comunicación que se aplicaron a corregir con su propia escritura ya que para ellos el público nunca dejó de existir. (...)

En los textos aparece la idea de una lírica preverbal, relacionada con lo que Foucault denominara el orden en bruto de las cosas. Esa condición irónica del mundo puede poner al poeta en estado de perplejidad, éste no se decide a reformular su papel en el contrato de lectura: pocas preguntas pueden ser contestadas pero todas pueden ser compartidas como inquietudes de la especie. El hombre que lleva, sin saberlo, el poema en el rostro y el gorrión que da lecciones con total inocencia de su función preceptiva no vienen a testimoniar en contra de la escritura; en vez de eso, respaldan la propuesta de una relación más consecuente entre el poeta y el público.

Dicho sea de paso, la cuestión de "llegar" al lector se ha considerado, con frecuencia, abusiva, como un problema metalingüístico, solucionable con meros ajustes de código. Sin embargo, desde la pretensión mesiánica de dar "un sentido más puro a las palabras de la tribu" hasta las concesiones -por nadie requeridas- del pietismo, el sencillismo y formas análogas, la historia de la poesía registra tantas variaciones en la encodificación como fracasos comunicativos; una y otra vez -sobrante y aburrido ante la obviedad, o fugitivo de los pedagogos- el lector ha quedado fuera de las experiencias. La función metalingüística es inimputable: la inquietud ante la inefabilidad de las cosas sería, en todo caso, un problema referencial, un viejo y querido problema que los buenos escritores y lectores no quieren, en el fondo, resolver porque de él nacen el misterio y la polisemia imprescindibles para que la poesía no pierda su poder de contagio.

Bajo estas condiciones, en vez de inventarse un público o de pretender educarlo, ya que cree en su existencia, el poeta coherente con su arte busca al lector para comunicarle, a través de las palabras, impresiones que por su intensidad merecen ser compartidas y atesoradas luego por la memoria intersubjetiva.

Se han comentado ciertas elecciones compartidas y, en un encuadre más formal, podrían agregarse otras (el registro minimalista, la monocromía del tono, el uso peculiar del dialogismo, la expansión hacia campos léxicos poco explorados por el discurso lírico) pero entendemos que lo dicho basta para valorar estas coincidencias, no puntuales ni programáticas, como respuestas coherentes a reclamos concretos formulados por la lírica argentina. Declinando el efímero consuelo que ofrece el mal menor, estos seis espíritus independientes han potenciado su singularidad en un encuentro ético-estético que si no tiene nada de forzado menos aún podría ser atribuido al orden de lo aleatorio.

Enrique Molina / Disfrazado de embajador o de mono


















Francisca Sánchez 
(Fragmento)
      
       Lazarillo de Dios en mi sendero
      ¡Francisca Sánchez acompáñame! *
                                            Rubén Darío


Disfrazado de embajador o de mono
O de duque de los confines de la lujuria
Nada apaga las constelaciones del trópico
Los enceguecedores volcanes
Que fermentan henchidos de flores
En su corazón
- ¡Oh amado Rubén!-
              Y de pronto
La criada fosforecente cantando por los pasillos
De una pensión de Madrid
La arisca mata de pelo sobre la nuca de vértigo
Tantas noches
Envuelto en sombras venenosas
Se propagan aúllan los fantasmas
En su sangre aterrada
En tales cuartos amueblados del insomnio
Ella aparece desnuda entre los montículos
Del campo lentamente desnuda
Devorado ahora por el éxtasis
Con las venas llenas de brasas
Junto a ese cuerpo gemelo en la oscuridad
              Francisca Sánchez
Sola en la hierba de las caricias
Sola en su instinto de rescoldo
El viento reconstruye sus risas abrazos de loba
Labios predestinados
A ese rey de la fascinación de vivir
El fastuoso poeta al borde de la catástrofe y la gloria.

Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1997), "Las bellas furias" (1966), Obra poética, Corregidor, Buenos Aires, 1987

* Francisca Sánchez "acompañó" a Darío desde 1899 hasta 1916. Breves biografías la describen como "sencilla, analfabeta, de origen campesino". Darío testó tres veces en su favor, la última en 1914, según documentos que obran la Universidad Complutense de Madrid. Tuvo con ella un hijo, Rubén Darío Sánchez. La relación con Francisca Sánchez coincide con la etapa diplomática de la vida de Darío y con su mayor gloria: cuando regresó a Nicaragua en 1907 para divorciarse de su segunda mujer, Rosario Murillo, se lo recibió con honras oficiales y se dictó "causal de larga separación" únicamente para que pudiera cumplir con su cometido. No obstante, Murillo le hizo pleito y el divorcio no se concretó. En sus tempranos últimos años Darío estuvo obsesionado por la muerte. Padeció delirium tremens y tuberculosis, cuyos primeros síntomas aparecieron en 1906. En 1916 otra vez viajó a Nicaragua. Murió ese año en León, cerca de donde había nacido, en casa de Rosario Murillo, a los 49 años.
Seis poemas, o un poema en seis partes, dedicados a Francisca Sánchez, figuran entre las obras póstumas de Rubén Darío. Sin fecha segura de composición, son versos que revelan su temprana angustia mortal a la vez que la clara percepción de su propia valía como poeta. El tercero finaliza: "Alma socoral y oscura , /con tus cantos de España, / que te juntas a mi vida /rara, /y a mi soñar difuso, /y a mi soberbia lira,/ con tu rueca y tu huso, /ante mi bella mentira,/ ante Verlaine y Hugo, /¡tú que vienes /de campos remotos y oscuros!" Pero Molina cita el sexto:


Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de la ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios de mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame...
En mi pensar de duelo y de martirio,
casi inconsciente me pusiste miel,
multiplicaste pétalos de lirio
y refrescaste la hoja de laurel.
Ser cuidadosa del dolor supiste
y elevarte al amor sin comprender;
enciendes luz en las horas del triste,
pones pasión donde no puede haber.
Seguramente Dios te ha conducido
para regar el árbol de mi fe;
hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame...

Poesías completas de Rubén Darío, Ediciones Antonio Zamora, Buenos Aires, 1967

El tiempo bien lo sé


Huésped de la Memoria y el Olvido


El tiempo, bien lo sé, todo lo cura.
Todo lo afirma y todo lo desmiente,
Lo devuelve a su ser, y solamente
Lo fugitivo permance y dura.

El tiempo es la sutil arquitectura
Del amor, su memoria del presente.
El tiempo es como un dios adolescente
Para el que nada pasa y nada dura.

El tiempo del olvido, la corola
Del tiempo en flor apenas entreabierto
Frente a la soledad en que se inmola.

El tiempo de escribir, el tiempo muerto
De la palabra que se sabe sola
Frente a tu corazón, solo y desierto.

Francisco Castaño (Salamanca, 1951), en Norte y sur de la poesía iberoamericana, Verbum, Madrid, 1997

viernes, octubre 10, 2008

Hernán Miranda / A nadie daré una droga mortal

Aquí estoy solo con mis pócimas, mis escalpelos,
mis uñas rotas, mis salpicaduras.
Aquí con mi intranquila conciencia.
Aquí con mi mundo perturbado.

Aquí, con mi cadáver desnudo sobre el mármol
y el tiempo que aquí debería ser abolido.
Somos los mismos. Los que tuvimos un día
la capacidad de asombrarse.

Cartílagos sólo hay, sólo huesos.
Debo suturar desgarros que yo no produje.
Debo hacer coincidir las piezas de un cráneo.
Soy demasiado humano para vivir en paz.

Pero quién se sonreirá por ti algún día.
Pero quién repetirá después las cosas que tú dijiste.
Pero quién cometerá tus mismos errores.
Pero quién asumirá tu desencanto.

Morirse pero contemplar tu propio funeral.
Pero huir y ser testigo de tu fuga.
Pero perderse y participar de tu propia búsqueda.
Pero se trata de estar aquí y en otras partes.

Pero yo soy un cirujano fiel a su juramento
y seguiré cortando tendones, removiendo vísceras
sin lograr ver en ellas el futuro,
y a nadie daré una droga mortal.

Hernán Miranda (Quillota, 1941- Santiago de Chile, 2024), Arte de vaticinar, Ediciones Clavileño, Santiago de Chile, 1970
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Última actualización: 2024

A medianoche


El agua

A medianoche desperté.
Toda la casa navegaba.
Era la lluvia con la lluvia
de la postrera madrugada.

Toda la casa era silencio,
y eran silencio las montañas
de aquella noche. No se oía
sino caer el agua.

Me vi despierto a medianoche
buscando a tientas la ventana;
pero en la casa y sobre el mundo
no había hermanos, madre, nada.

Y hacia el espacio oscuro y frío
y frío el barco caminaba
conmigo. ¿Qué movía
todas las velas solitarias?

Nadie me dijo que saliera.
Nadie me dijo que me entrara.
Y adentro, adentro de mí mismo
me retiré: toda la casa

me vio en el tiempo que yo fui
y en el seré la vi lejana,
y ya no pude reclinar
mi juventud sobre la almohada.

A medianoche me busqué
mientras la casa navegaba.
y sobre el mundo no se oyó
sino caer el agua.

Miguel Arteche (Nueva Imperial, 1926). Norte y sur de la poesía iberoamericana, Verbum, Madrid, 1997

jueves, octubre 09, 2008

Igor Barreto / Tres poemas




Ars Utópica

Los carpinteros tienen sus propias palabras
y deberían tener
su propia Academia de la Lengua,
sus poetas y ensayistas.

Los guardabosques
aún conservan el habla de la Ciudad Perdida.
La sintaxis se invierte
y sus verbos son amables bisagras
pesadas llaves.
De Cervantes, nadie habla con tanta propiedad
como un guardabosques.

En las cárceles
florece
otra flor primitiva:
la Lengua del encierro,
el habla
de los que tienen más de once años
en la espera.
A mí un ladrón me dijo:
Acompáñame
que junto a mí

nadie te ve.

Estas son sus palabras de sigilo.
En mi país
hay poetas que lo envidiarían:
los hay parlanchines,

los hay pobres;
mas el ladron
dice siempre lo justo.

También pensé en los albañiles
y constructores.
Un poema de Obra Limpia

siempre quise escribir.

Ser el poeta de pequeños grupos
de veinte o treinta personas.

Pesa tanto ese deseo
como el techo de una casa altísima,
este sueño
de escribir un libro
que reúna
como grupos de diversas aves
estos distintos lenguajes.

Prefiero el andamio,
la vereda y la celda

a la puritana realeza de la Lengua.

Soy el muchacho más hermoso de esta ciudad, 1987. Vía Norte y sur de la poesía iberoamericana, Editorial Verbum, Madrid, 1997


Regreso

A San Fernando quiero ir en el vapor Delta.
Desde las escalerillas ver cómo el barco separa
las cargas de troncos de los aserraderos
y los lomos florecidos de los caimanes.
Llegar a su puerto de tablones
donde el río entrega las aguas de cien barrancas
y el recuerdo de algún pueblo orillero.
Cuando la lluvia descuelga sobre mi cabeza
angostas calles enhebran la cifra de tu nombre.
El río crecido roza la capilla del ánima salvadora
donde iré a dejar unas cuantas monedas
por los amigos que enfermaron de distancia.
Al pasado quiero ir en el vapor Delta,
a los burdeles, a las galleras del traspatio,
donde Dios habita la plenitud de su tristeza.
Que todos los sabanales reblandezcan con su brillo.
Yo me voy por esta senda donde el rayo se enmantilla.
Amo las noches lenguaraces de sus muelles,
el sucio butacón de las nubes en los días de invierno
con marineros apoyados a sus palancas de anoncillo.
El lirio viejo de sus bosques.
A San Fernando quiero ir,
quiero volver,
ahora que el paisaje ha muerto de alabanza.


Leyendo el poema "Reminiscencias"

(Juan Vicente Torres del Valle, San Fernando, 1917)

A la mitad de la segunda estrofa
aparece
la palabra "almendro".
El mismo árbol
estuvo
junto al palafito de una sola pieza
y el pequeño balcón de barandas.

Hoy
un taller mecánico
arroja restos de aceite y grasa,
ahí
donde tus amigos te recuerdan
de camisa y pantalón blanco
sentado en el chinchorro
frente al río.

La soledad
de aquellas tardes,
el esmeril
sobre el oro y el nácar de los versos.
Han sido
sesenta años,
tanta basura acumulada
sobre la línea serenísima de la tierra.

De aquella ciudad
que amanecía entre barcos de paleta,
de tu lecturas de Lugones,
de Herrera y Reissig,
bajo el ala corta del sombrero,
sólo resta
la palabra "almendro"
a la mitad
de la segunda estrofa.

Tinta China - Revista de Literatura n°3 Sevilla, agosto de 2003

Igor Barreto (San Fernando de Apure, Venezuela, 1952)


act. 2021

miércoles, octubre 08, 2008

Ezra Pound / Doria


Δωρια *

Sé en mí como el humor eterno
del viento crudo, y no
como las cosas transitorias-
alharaca de flores.
Tenme en la fuerte soledad
de los acantilados sin sol
y de las aguas grises.
Deja que los dioses hablen
suavemente de nosotros
en días que vendrán,
las sombrías flores del Orco
te recuerden.

* En griego en el original; "Doria"

Ezra Pound (Hailey, 1885- Venecia, 1972), Personae: The Shorter Poems of Ezra Pound (1926), New Directions, Nueva York, 1990
Versión de J. Aulicino

Δωρια
Be in me as the eternal moods /of the bleak wind, and not/ As transient things are—/gaiety of flowers. /Have me in the strong loneliness/ Of sunless cliffs /And of gray waters./ Let the gods speak softly of us /In days hereafter,/the shadowy flowers of Orcus /Remember thee.
---
Foto: National Portrait Gallery, Londres

Pound en este blog:

Pensaba que...


Dos nenitas

Pensaba que estar mal es ésto:
"... la luna, falsa en todas sus fases,
una humareda aplastada las nubes,
un velero de velas nipón, niponas..."
-un crawl por esos fracasos del lenguaje-,
cuando una sombrilla empezó a rodar hacia la costa
seguida por una rubicieta de gorro azul,

y vi una pelirroja de 5 años en el agua
(del mar, casi al mismo tiempo) con una vincha dorada
y una pulsera fosforecente en el
tobillo, donde podía leerse one
cada vez que saltaba las antipáticas 
y limpias olas sin espuma -y

me dije: "A lo mejor son las mujeres que amé,
de nuevo nacidas. Si puedo confiar
en la primera impresión, ellas
reestablecieron el equilibrio del día.
¿Por qué levantar contra el viento
la estúpida cabeza?"

Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956), Paraguay,  ediciones Mickey Mickeranno, Buenos Aires, 1991

León de Grieff / Más breve

No te me vas que apenas te me llegas,
leve ilusión de ensueño, densa, intensa flor viva.

Mi ardido corazón, para las siegas
duro es y audaz... para el dominio, blando...

Mi ardido corazón a la deriva...
No te me vas, apenas en llegando.

Si te me vas, si te me fuiste... cuando
regreses, volverás aún más lasciva
y me hallarás, lascivo, te esperando...

León de Greiff (Medellín, 1895 - Bogotá 1976)

martes, octubre 07, 2008

Ayman Agbaria / ¿Por qué deberíamos enseñar a nuestros enemigos a criar palomas?



 
¿Por qué deberíamos enseñar a nuestros enemigos a criar palomas? 
¿Por qué entrenarlos en el arte de la dispersión de migas?
¿Por qué estamos tan decididos a mostrarles
cómo nuestros panes simpatizan con los picos?
¿Por qué deberíamos enseñar a nuestros enemigos a criar palomas?
Quizás
porque el pan es el nombre de Dios sobre la tierra
y subsiste, en la memoria de las palomas, un diluvio anterior.
No somos los últimos salvados
pero quizás nuestro enemigo nos rescate de sí mismo
si lograra comprender que somos dúo: muerto y asesino,
que somos dos en la arena sangrienta y que debemos aguardar
la salida del astro Tierra.
Quizás porque se dedica a hacer crecer nuestro odio
tras innecesarias barreras.
Cuánto nos odian las palomas a las que cebamos para comer.
Las criamos fuera de las jaulas
y aun así, su fascinación por el cuchillo las derrota.
Quizás cuando le enseñemos a esperar, como nosotros,
sabrá mejor cómo seducirnos
sin necesidad de cazarnos a distancia, con balas de plomo.
Sin temor, como palomas, nos acercaremos a él
y nos permitirá engordar de sus sobras,
nos obligará a andar en vez de volar
y fundará para nuestro beneficio
la República de las Gallinas.
Quizás
porque cuanto más se nos asemeja más odiamos a nuestro enemigo.
Quizás
porque la ironía es lo último que nos queda
antes de que todos nuestros chistes
terminen traducidos al hebreo.

Ayman Agbaria (Umm Al-Fahm, Israel, 1968), Revista DAKA, n° 3, 2008 , vía De-canta-sión 
Traducción del hebreo al castellano: Gerardo Lewin, 
sobre la traducción de Boaz Rotam del original en árabe. 

Horacio Castillo / Como una palabra dálmata




















Como una palabra dálmata, como el último en hablar una lengua,
pero la poderosa voz de los ojos rasgados dijo siempre.

Y se hinchó el peso del Universo, una inhalación
que arrastró bosques y ríos, mares, montañas, estrellas,
toda la energía palpitante que luego, exhalada, trajo desde lo Hondo
la más bella y feroz de las primaveras.
Una sola palabra para llevar al otro lado,
una sola palabra para toda la eternidad,
y la voz poderosa de los ojos rasgados,
mascando los granos ácidos de la alegría, dijo siempre.
Entonces una lluvia de oro comenzó a caer sobre los dos,
nos cubrió como un dosel, como un manto real,
y todo se convirtió en oro: edificios,
árboles, el mundo-oro recién nacido,
oro líquido fluyendo por las grandes avenidas
hacia el mar inhóspito de la inmortalidad.
Como una palabra dálmata, como el último en hablar una lengua,
pero la poderosa voz de los ojos rasgados,
ella, la última en oír una lengua muerta,
aspiró profundamente los vahos del futuro y dijo siempre.

Horacio Castillo (Ensenada, 1934 - La Plata, 2010), León en el Bidet, n° XIV, año 4. Buenos Aires

De Castillo en este blog:
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Foto: s/d

lunes, octubre 06, 2008

Padre, se anche tu non fossi...


Padre, aunque no fueses...

Padre, aunque no fueses mi padre,
y fueras para mí un extraño,
por ti mismo igualmente te querría.
Me acuerdo de una mañana de invierno
que la primera violeta sobre la pared
de enfrente descubriste desde tu ventana
y nos anunciaste la novedad, alegre.
Y enseguida, la escalera al hombro,
de casa saliste y la apoyaste en la pared.
Pequeños, desde la ventana te miramos.

Y de aquella otra vez me acuerdo
que a la hermana, chiquita todavía,
por la casa seguías amenazándola
(la caprichosa no sé qué había hecho).
Pero al alcanzarla, como gritaba fuerte
de miedo, te partió el alma:
te viste perseguir a tu
pequeña hija, y toda aterrada,
vacilando, la apretaste contra el pecho
y con caricias la cubrías
entre los brazos, como para defenderla
de aquel malo que eras tú un segundo antes.

Padre, aunque no fueses mi
padre, aunque fueses un extraño,
entre todos los hombres de la tierra
por tu alma de muchacho te amaría.


A veces mientras camino solo al sol...

A veces mientras camino solo al sol
y miro con mis ojos claros el mundo
donde todo me parece fraterno,
el aire la luz el hilo de hierba el insecto,
un imprevisto hielo el corazón me aprieta.
Un ciego creo ser, sentado
sobre el parapeto de un inmenso río.

Corren debajo las aguas abismales.
Pero él no las ve: el poco sol
se bebe, beatífico. Y si le llega
a veces el murmullo del agua, cree
que es un zumbido ilusorio en el oído.

Y a mí me parece, viviendo esta pobre
vida mía, que hay otra que la roza
como en el sueño, y que ese sueño es
mi vida presente.

Me agarra entonces como un extravío,
un espanto pueril.
Me siento
completamente solo en el borde de la calle,
miro mi mísero, estrecho mundo
y acaricio con mano trémula la hierba.

Camillo Sbarbaro (Santa Margherita Ligure, 1888-Savona, 1967), de Pianissimo, 1914
Versiones de J. Aulicino


Padre, se anche tu non fossi...

Padre, se anche tu non fossi il mio
Padre se anche fossi a me un estraneo,
per te stesso egualmente t’amerei.
Ché mi ricordo d’un mattin d’inverno
Che la prima viola sull’opposto
Muro scopristi dalla tua finestra
E ce ne desti la novella allegro.
Poi la scala di legno tolta in spalla
Di casa uscisti e l’appoggiasti al muro.
Noi piccoli stavamo alla finestra.

E di quell’altra volta mi ricordo
Che la sorella mia piccola ancora
Per la casa inseguivi minacciando
(la caparbia aveva fatto non so che).
Ma raggiuntala che strillava forte
Dalla paura ti mancava il cuore:
ché avevi visto te inseguir la tua
piccola figlia, e tutta spaventata
tu vacillante l’attiravi al petto,
e con carezze dentro le tue braccia
l’avviluppavi come per difenderla
da quel cattivo che eri il tu di prima.

Padre, se anche tu non fossi il mio
Padre, se anche fossi a me un estraneo,
fra tutti quanti gli uomini già tanto
pel tuo cuore fanciullo t’amerei.


Talor, mentre cammino...

Talor, mentre cammino solo al sole
e guardo coi miei occhi chiari il mondo
ove tutto m'appar come fraterno,
l'aria la luce il fil d'erba l'insetto,
un improvviso gelo al cor mi coglie.

Un cieco mi par d'essere, seduto
sopra la sponda d'un immenso fiume.
Scorrono sotto l'acque vorticose,
ma non le vede lui: il poco sole
ei si prende beato. E se gli giunge
talora mormorio d'acque, lo crede
ronzio d'orecchi illusi.

Perché a me par, vivendo questa mia
povera vita, un'altra rasentarne
come nel sonno, e che quel sonno sia
la mia vita presente.

Come uno smarrimento allor mi coglie,
uno sgomento pueril.
Mi seggo
tutto solo sul ciglio della strada,
guardo il misero mio angusto mondo
e carezzo con man che trema l'erba.

L’opera in versi e in prosa, Garzanti, Milán, 1985, 1995

Soy los gallos


Cuando amanece Dios

Despertarán alucinados
los que dormían al sereno

y oirán a Dios
decirles:
Soy el color del alba

la luz que nace de los gallineros.

Soy los gallos que tienden su cresta
sobre el mundo
y canto en el estiércol.

Walter Adet (Salta, 1931-1992), Los oficios, antología, ediciones Anacreonte, Salta, 1987

Gonzalo Santelices / Tres poemas



















Puedes empujar la frontera

Puedes empujar la frontera.
Tumefacto y desasistido
recostarte como un púgil
un momento contra la mañana
y articular con decoro la palabra
toalla.

de Vida de un vendedor de fotocopias, Huerga & Fierro, Madrid, 1996


ESTOS GOLPES DE SOL
en la chaqueta
y esta soledad tan espantosa.
La corbata aprieta
como una deuda.
El maletín tenía manchas
de cuando el mar...


RETÉN EL CURSO DE LOS RÍOS,
el oro que viaja en dromedarios
para morir
en los tobillos de las bailarinas.
Retén el vino sobre los labios,
sobre el amor que no se explica.
Como los príncipes hachemitas,
sal a mirar los astros, perdidos
en la vasta noche.

en Norte y sur de la poesía iberoamericana. Coordinación de Consuelo Triviño. Selección del capítulo chileno: Sergio Macías. Editorial Verbum, Madrid, 1997

Gonzalo Santelices (Santiago de Chile, 1961- Madrid, 1997)


Foto: Recorte de la portada de Vida de un vendedor de fotocopias en La Tercera

domingo, octubre 05, 2008

Federico García Lorca / Del "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías"

Alma ausente

No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.

Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, 1898-Granada, 1936), "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías*", Antología poética, Losada, Buenos Aires, 1967

* (Sevilla, 1891- Madrid, 1934)

Imagen: Federico García Lorca, 1926. Lorca dedicó esta foto a Emilia Llanos Medina, de quien fue amigo desde 1910 hasta el año de su muerte. Es raro encontrar en la internet una reproducción que no haya borrado prolijamente la dedicatoria en la parte superior. Una de esas excepciones puede verse en el portal Dominicana en Miami


W. B. Yeats / Un acre de hierba




















Una pintura y un libro son
Un acre de fresca hierba
Para aire y ejercicio,
Ahora la fuerza del cuerpo se va;
Medianoche, una vieja casa
Donde nada cruje sino un ratón.
Mi deseo está en calma.
Aquí en el final de la vida
Ni la libre imaginación,
Ni el molino de la mente
Consumiendo sus harapos y sus huesos,
Pueden hacer que la verdad sea conocida.
Concédanme el delirio de un viejo,
Debo rehacerme
Hasta ser Timon y Lear
O aquel William Blake
Que golpeó la pared
hasta que la verdad obedeció su llamado;
Una mente que Miguel Angel supo
Que puede atravesar las nubes,
O inspirada por el delirio
Sacudir a los muertos en sus mortajas;
Olvidada por la humanidad,
La mente de águila de un viejo.

W. B. Yeats (Dublín,1865 - Roquebrune-Cap-Martin, Francia, 1939), Last poems, obra póstuma. 
Traducción de Laura Wittner y José Villa, revista 18 Whiskys, números 3/4, Buenos Aires, 1993

An Acre of Grass
Picture and book remain,/An acre of green grass/For air and exercise,/Now strength of body goes;/Midnight, an old house/Where nothing stirs but a mouse.//My temptation is quiet./Here at life’s end/Neither loose imagination,/Nor the mill of the mind/Consuming its rag and bonc,/Can make the truth known.// Grant me an old man’s frenzy,/Myself must I remake/Till I am Timon and Lear/ Or that William Blake/ Who beat upon the wall/ Till Truth obeyed his call;//A mind Michael Angelo knew/ That can pierce the clouds,/Or inspired by frenzy /Shake the dead in their shrouds;/Forgotten else by mankind,/An old man’s eagle mind.
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Foto: NPA Collection, vía Jude Collins

El cantor de América


Blasón

Soy el cantor de América autóctono y salvaje:
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con vaivén pausado de hamaca tropical...

Cuando me siento inca, le rindo vasallaje
al Sol, que me da el cetro de su poder real;
cuando me siento hispano y evoco el coloniaje
parecen mis estrofas trompetas de cristal.

Mi fantasía viene de un abolengo moro:
los Andes son de plata, pero el león, de oro,
y las dos castas fundo con épico fragor.

La sangre es española e incaico es el latido;
y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido
un blanco aventurero o un indio emperador.

José Santos Chocano (Lima, 1875 -Santiago de Chile, 1934)

Noticia.
Exponente del modernismo en Perú, poeta laureado, diplomático y aventurero, José Santos Chocano vivió y murió de manera pintoresca y violenta. Fue encarcelado a los 20 años por razones políticas. Viajó a Colombia como diplomático, y luego a España, donde frecuentó celebradamente los ambientes literarios y de donde salió, de modo subrepticio, acusado de fraudes bancarios. En México apoyó el gobierno revolucionario de Francisco Madero, realizó misiones confidenciales para Venustiano Carranza y fue secretario y consejero de Pancho Villa. En Guatemala colaboró con el gobierno fraudulento y dictatorial de Manuel Estrada Cabrera. Huyó antes de que lo fusilaran. En Perú mató en duelo a pistola al joven intelectual Edwin Elmore a raíz de una disputa literaria sobre José Vasconcelos. En Chile se dedicó a la búsqueda de tesoros y murió acuchillado en un tranvía. Su frase más célebre ha sido: "Whitman tiene el norte, yo tengo el sur". Gozó de gran popularidad en su país y en toda Hispanoemérica en las dos primeras décadas del siglo pasado. Se le reconoce universalmente su grata fluidez para la versificación y aún se discute su admirada reivindicación a la par del imperio incaico y del conquistador español, junto con los tipos criollos americanos del centro y del sur: el charro, el llanero, el gaucho.