El municipio era la patria y la patria
no era más que belleza. El municipio,
por consiguiente, era indivisible patria y belleza.
El intendente eligió tres de sus mejores hombres
para embellecer la patria que era el municipio.
Los juntó en el Ministerio Público
de Plazas, Paseos y Rocailles. Enemistados
por viejos rencores y por quien se prendía
más de la ubre de la loba, cuando al arquitecto
se le encomendaba una maison folie para realzar
lo galo de nuestro pueblo, ahí estaba el naturalista
a hurtadillas de noche plantando entre los techos y
balaustres, líquenes y musgos de alta regeneración
que expandían la humedad en la obra hasta
debilitarla y otorgarle una belleza antigua.
Si el naturalista armaba linda plaza en las afueras,
iba el jardinero —así le decían al paisajista—
con su pandilla de ítalos albañiles a cementarla
con ornamentos de falsa naturaleza. Si el arquitecto
fumaba pipa inglesa, el naturalista se hacía traer
un calumet de los Pawnee; para no ser menos,
el jardinero armaba su propio bong casero.
Así el ministerio, la patria y su belleza. Dejados
en los puertos, aquellos echados en los pastos
ignoraban que a su alrededor se zanjaba una guerra
mientras esperaban la huelga.
Hernán Sagristá (Buenos Aires, 1974), Falso inanimado, Barnacle, 2021
Op. Cit. - Ediciones Barnacle - Ediciones en Danza - Editorial Huesos de Jibia - La Infancia del Procedimiento - Editorial Huesos de Jibia/Facebook
Foto: Huesos de Jibia
Delicioso
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