Asfódelos
Qué curioso, el gnóstico
en el cuarto piso
todavía está despierto.
Él golpea y golpea
la tubería de la calefacción.
Desapareció la chusma
frente a la ventana y ahora
está empezando a nevar.
En toda la ciudad
se agotaron los cordones.
Disminuyó el fuego de la ametralladora
en el microcentro.
Pero hay todavía un par
de asfódelos allá, en la heladera,
por si acaso.
Programa mínimo
Renuncia, abnegación, ascetismo -
eso sería demasiado elevado.
Qué abrumador todo lo prescindible.
No hacer caso a las ofertas,
¡son puro consumo! No aparecer por ningún lado,
abstenerse de la mayor parte -
Adquirir conocimiento negando con un gesto.
Solo quien mucho pasa por alto
puede ver algo.
El yo: una forma hueca,
definida por lo que deja afuera.
Eso que puedas sujetar,
eso que te sujete,
es lo de menos.
Oraciones que se tragan a sí mismas
No digo nada, dice uno
y agitándose en su silla
dice: No me muevo.
Me callo, grita él. Duermo.
No me prometo nada. Eso
me prometo. Mis refutaciones
me las refuto fácilmente. Soy,
proclama él, el más humilde,
libre de toda vanidad. Alemán,
asevera él, no hablo.
De mí mismo no hablaría
nunca jamás. Estoy equivocado
cuando afirmo que tengo razón
cuando afirmo que estoy equivocado,
etc. Que alguna vez tartamudeé,
está fuera de cuestión. Creíble
como soy, e inconsciente, creo
que puedo decir de mí: No
me contradigo. No
estoy ahí. Estoy a-a-a-ausente.
Hans Magnus Enzensberger (Kaufbeuren, 1929, Alemania - Múnich, Alemania, 2022), Kiosk, Suhrkamp, 1999
Versiones de Silvana Franzetti
Otra Iglesia Es Imposible - Anagrama - A Media Voz - Círculo de Poesía - Rialta - Trianarts - Blogpoemas - La Maja Desnuda - Nodo50 - La Nación, Argentina
Foto: Hans Magnus Enzensberger c.1994 Gezett/ullstein bild/Getty Images
Asphodelen
Komisch, der Gnostiker
im vierten Stock
ist immer noch wach.
Er klopft und klopft
an das Heizungsrohr.
Vor dem Fenster der Mob
ist verschwunden, und jetzt
fängt es auch noch zu schneien an.
In der ganzen Stadt
gibt es keine Schnürsenkel mehr.
Das MG-Feuer im Bankenviertel
hat nachgelassen.
Aber es sind noch ein paar
Asphodelen da, im Kühlschrank,
für alle Fälle.
Minimalprogramm
Verzicht, Entsagung, Askese ‒
das wäre schon zu hoch gegriffen.
Überwältigend, was alles entbehrlich ist.
Von Sonderangeboten keine Notiz zu nehmen,
reiner Genuß! Nirgends aufzutauchen,
das Meiste zu unterlassen ‒
Erkenntnisgewinn durch Abwinken.
Nur wer vieles übersieht,
kann manches sehen.
Das Ich: eine Hohlform,
definiert durch das, was es wegläßt.
Was man festhalten kann,
was einen festhält,
das ist das Wenigste.
Sich selbst verschluckende Sätze
Ich sage gar nichts, sagt einer,
und zappelnd auf seinem Stuhl
fährt er fort: Ich bewege mich nicht.
Ich schweige, ruft er. Ich schlafe.
Ich verspreche mich nie. Das
verspreche ich. Meine Widerlegungen
widerlege ich spielend. Ich bin,
verkündet er, der Bescheidenste,
von jeder Eitelkeit frei. Deutsch,
beteuert er, spreche ich nicht.
Von mir selber würde ich nie
und nimmer reden. Ich habe Unrecht,
wenn ich behaupte, daß ich recht habe,
wenn ich behaupte, daß ich Unrecht habe,
usw. Daß ich je ins Stottern geriete,
ist ausgeschlossen. Glaubwürdig,
wie ich bin, und bewußtlos, darf ich,
glaube ich, von mir sagen: Ich
widerspreche mir nicht. Ich
bin nicht da. Ich f-f-f-fehle.
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