Né quella ch’a veder lo sol si gira...
Dante (?) a Giovanni Quirini
Densa, la nube blanca de falenas enloquecidas
gira en torno a los pálidos faroles y sobre los parapetos,
tiende sobre el suelo un manto que cruje
como el azúcar bajo los pies; el verano inminente libera
ahora el hielo nocturno que cabía
en las cuevas secretas de la estación muerta;
en los huertos de Maiano desmontan hacia estos arenales.
Pasó hace poco un mensajero infernal volando sobre la avenida
entre vítores de sicarios, un golfo místico ardiente
y empavesado de cruces gamadas lo agarró y se lo engulló,
apagaron las vidrieras, pobres
e inofensivas, aunque armadas
de cañones y juguetes de guerra,
cerró la carnicería que adornaba
con bayas el hocico de cabritos muertos,
la fiesta de los buenos verdugos que aún ignoran la sangre
se volvió un mugriento rigodón de alas rotas,
de larvas en el pantano, y el agua sigue mordiendo
las orillas y nadie es inocente.
¿Todo para nada, entonces? – y las candelas
romanas, en San Giovanni, que lentamente aclaraban
el horizonte, y las promesas y los largos adioses
fuertes como un bautismo en la lúgubre espera
de la horda (pero una gema rayó el aire goteando
sobre los hielos y las riberas de tus playas
los ángeles de Tobías, los siete, siembra
del porvenir) y los heliotropos nacidos
de tus manos –quemado todo y chupado
por un polen que chilla como el fuego
y tiene puntas de ventisca...
¡Oh la llagada
primavera será todavía fiesta si congela
en muerte esta muerte! Levanta de nuevo
la vista, Clitia, es tu destino, tú *
que el no cambiante amor cambiada guardas,
hasta que el ciego sol que llevas
se encandile en el Otro y se destruya
en Él por todos. Quizá las sirenas, los repiques
que saludan a los monstruos en la noche
de su aquelarre se confunden ya
con el sonido liberado por el cielo, que baja, vence –
con el aliento de un alba que mañana por todos
reaparezca, blanca pero sin alas
de horror, en los áridos pedregales del sur...
Eugenio Montale (Génova, Italia, 1896-Milán, Italia, 1981)
Versión de Jorge Aulicino
* Clitia es la ninfa enamorada de Helios, a quien éste convirtió en girasol luego de que, por celos, ella contó al rey Orcamo que su hija había mantenido amores con el dios solar. Tu che il non mutato amore mutada serbi (tú que el no cambiado amor cambiada guardas) alude a esa metamorfosis, narrada por Ovidio. [N. del T.]
"La tormenta y más (1956)", En el humo,
Ediciones en Danza,
Buenos Aires, 2019
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Foto: Eugenio Montale c. 1960 Bridgeman Library
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